EL
CONCEPTO ‘SOLIDARIDAD’
(Publicado
en Pensamiento Crítico Latinoamericano. Conceptos Fundamentales,
Volumen III, págs. 971-985. Ediciones Universidad Católica Silva
Henriquez, 2005)1. Etimología y
significado original.
Las
palabras tienen un origen y una acepción etimológica, que las
determinan con un cierto significado y contenido original o primero
que parece irrenunciable. Pero hay que reconocer también que los
conceptos de los cuales los términos son portadores no son estáticos
y evolucionan históricamente, de modo que el significado de las
palabras a menudo se amplía, otras veces se torna más preciso y
riguroso, en ciertos casos se difumina o desvanece. Normalmente las
palabras enriquecen y profundizan sus contenidos, en ocasiones
diversifican o multiplican sus acepciones, y siempre se relacionan
unas con otras alterándose de algún modo su significado. Por todo
ello, difícilmente pueden los términos definirse y entenderse con
claridad y distinción, ni comunicar con propiedad y precisión las
ideas y/o contenidos de cualquier tipo que están llamados a exponer,
cuando se los quiera capturar aislados de los "discursos"
de que forman parte y de los contextos humanos y sociales en que se
utilizan. Todo esto ocurre con el término "solidaridad",
lo que nos impele a indagar en sus orígenes, vicisitudes y procesos.
El
Diccionario de la Real Academia Española indica que etimológicamente
la palabra solidaridad viene del vocablo latino "solidus",
del que se conocen tres acepciones: 1. Firme, macizo, denso y fuerte.
2. Dicho de un cuerpo que, debido a la gran cohesión de sus
moléculas, mantiene forma y volumen constante. 3. Asentado,
establecido con razones fundamentales y verdaderas. El mismo
diccionario recuerda que en el lenguaje jurídico dícese "solidario"
para referirse al modo de derecho u obligación in
solidum, que implica un
compromiso asumido en conjunto por varias personas que se obligan a
responder cada una por el conjunto de ellas. Como otra acepción de
la palabra solidario, se menciona finalmente la adhesión a la causa
o a la empresa de otros, que se asume como propia.
En
los diccionarios italianos, que en sus definiciones suelen recoger
con mayor proximidad que en castellano la etimología latina de las
palabras de tal origen, se define la "solidarietà"
de estos modos: 1. Un vínculo que une a varios individuos entre sí,
para colaborar y asistirse recíprocamente frente a las necesidades.
2. El conjunto de los vínculos que unen a la persona singular con la
comunidad de la que forma parte, y a ésta con cada persona singular.
3. Solidaridad humana, social, es el compartir con otros
sentimientos, opiniones, dificultades, dolores, y actuar en
consecuencia. 4. En lenguaje jurídico, es un vínculo que
caracteriza las obligaciones entre varios deudores, según el cual
cada uno de estos puede responder por la totalidad de las deudas, y
el cumplimiento por alguno libera a los demás frente a los
acreedores.
Podemos
decir, pues, que en su significado original y académicamente
riguroso la solidaridad es una
relación horizontal entre personas que constituyen un grupo, una
asociación o una comunidad, en
la cual los participantes se encuentran en
condiciones de igualdad. Tal
relación o vínculo interpersonal se constituye como solidario en
razón de la fuerza o intensidad de la cohesión mutua,
que ha de ser mayor al simple reconocimiento de la común pertenencia
a una colectividad. Se trata, en la solidaridad, de un
vínculo especialmente comprometido, decidido,
que permanece
en el tiempo y que obliga a los individuos del colectivo que se dice
solidario, a responder ante la sociedad y/o ante terceros, cada
uno por el grupo, y al grupo por cada uno.
2. Evolución del significado de la solidaridad, para superar la degradación mediática de que está siendo objeto.
2. Evolución del significado de la solidaridad, para superar la degradación mediática de que está siendo objeto.
Estos
contenidos fuertes y comprometidos que tiene la palabra solidaridad
desde sus orígenes, no parecen estar presentes en cierto empleo
liviano que se ha hecho habitual en muchos medios de comunicación,
que a su vez se hacen eco del uso y abuso de ella en algunos
ambientes sociales y políticos. En efecto, se ha vuelto común
emplear la palabra solidaridad para referirse al asistencialismo y a
las donaciones de caridad, como también a ciertas políticas
públicas y/o estatales de subsidio a los pobres y a ciertos grupos
de personas discapacitadas, minusválidas o marginadas.
Tales
empleos de la palabra modifican y en cierto modo deforman y degradan
el sentido de la solidaridad, al despojarla de cinco principales
contenidos de su acepción original: a) la solidez de la interacción
grupal que lleva a constituir el hecho o la realidad solidaria como
un cuerpo sólido (algo consistente, denso, que no es líquido,
fluido ni gaseoso); b) la igualdad de situación y de compromiso u
obligación en que se encuentran las personas que solidarizan; c) el
relacionamiento de todas ellas mediante un vínculo de mutualidad,
reciprocidad y participación en un colectivo o comunidad (conformado
por quienes solidarizan; d) la intensidad de la unión mutua que hace
constituir al grupo como algo fuerte, definido, establecido por
razones fundamentales y verdaderas; e) el carácter no ocasional sino
estable y permanente de la cohesión solidaria.
Dijimos
que los conceptos que expresan las palabras no son estáticos y que
el significado de los términos evoluciona. Especialmente aquellos
que se refieren a comportamientos humanos, relaciones sociales,
estructuras y procesos socio-culturales y políticos, y muy en
particular aquellos que expresan ideas provistas de connotaciones
éticas, axiológicas y estéticas, asumen y adquieren significados,
contenidos y sentidos diversos según los contextos culturales e
ideológicos en que se expresan y emplean. Más aún, tales términos
son habitualmente objeto de debates, discusiones y conflictos entre
personas, especialmente entre los intelectuales, y también entre los
actores o movimientos sociales y políticos, que los exponen e
insertan en discursos elaborados en función de intereses,
propuestas, ideologías y proyectos predeterminados. En este sentido,
y como los términos son conductores de ideas y éstas generan
acciones, procesos y proyectos, observamos que muchas veces términos
y expresiones que se han cargado de contenido crítico y aspiraciones
de alteridad, con el tiempo son despojados de su fuerza combativa,
reinterpretados en el marco de discursos legitimados y aceptables
para los poderes establecidos, y en cierto modo "domesticados".
Así ocurre, por ejemplo, con términos y conceptos como capitalismo
y socialismo, libertad y justicia social, democracia y legitimidad,
sociedad y comunidad, revolución y cambio, autoridad y poder,
organización y conflicto, utopía e ideología, y tantos otros.
Entre los muchos términos que han experimentado y sufren tales
manipulaciones podemos contar el de "solidaridad", que no
es ajeno a dicha multiplicación de sentidos ni ha estado libre de
controversias y manipulaciones como las señaladas.
Es
oportuno, pues, revisar la evolución de la palabra con el fin de
comprender sus más auténticos sentidos y recuperar la riqueza de
sus contenidos.
La
palabra "solidaridad" era poco utilizada antiguamente y
estuvo por mucho tiempo ausente del lenguaje popular corriente,
quedando reservada para referirse al hecho jurídico ya mencionado.
Fue así hasta que en el tardo medioevo la solidaridad fuera
recuperada por los gremios y agrupaciones profesionales y de oficios,
que la emplearon para referirse a la unión de personas que comparten
condiciones de vida y trabajos afines, y que por tal motivo son
llevados a organizarse e integrarse en agrupamientos corporativos y
en asociaciones de varios tipos. Es desde allí que la palabra se
transfiere después, y será asumida con un fuerte contenido social,
por los movimientos obreros y sindicales modernos. Estas
organizaciones la emplearon para referirse, en particular, a la unión
entre los gremios y sindicatos de una misma localidad, región o país
que deriva de su afinidad de intereses y que los lleva a apoyarse y
asumir mutuamente como propias las reivindicaciones de cada gremio o
sindicato, considerándolas como partes o componentes de una causa
que los aglutina.
Hasta
mediados del siglo XX y aún más recientemente, hablar de
solidaridad en el discurso ideológico implicaba referirse a una
causa común,
a intereses compartidos,
y al apoyo mutuo
que se deben unos grupos y organizaciones con otros grupos y
organizaciones, en las luchas sociales y políticas que emprenden.
Especialmente en la primera mitad del siglo XX, cuando se invocaba la
solidaridad en el seno de los movimientos obreros, se entendía
"solidaridad de clase", asumiendo la palabra un fuerte
contenido combativo. Al menos hasta fines la década de los setenta
el término se reservaba para expresar la unión y mutuo apoyo de
unos gremios y sindicatos con otros, cuando emprendían acciones de
reivindicación y lucha social.
En
aquél período la palabra solidaridad empezó a ser utilizada
también en el contexto de la cultura y el pensamiento cristiano,
donde fue introducida por autores de profunda inquietud social y
política como J. Lebret y E. Mounier. En este contexto, la palabra
solidaridad rápidamente adquirió gran centralidad, al derivar su
significado hacia el que podemos considerar como el centro
gravitacional de la ética cristiana. En efecto, la solidaridad llegó
a emplearse como un sinónimo, y en ciertos ambientes incluso como un
sustituto, del término fraternidad, expresándose con ella tanto la
común e igual condición de "hijos de Dios" que vincula a
los seres humanos, como el hecho de formar todos parte de un mismo
cuerpo social y espiritual, cuya vida y destino son compartidos por
toda la humanidad. En este sentido, la palabra pierde el contenido
"clasista" o de grupo social que asumió en la cultura
marxista y sindicalista, y se postula como un vínculo y compromiso
que se extiende a la humanidad en su conjunto. Es siempre cierto que
en este contexto del pensamiento cristiano, las referencias a la
solidaridad siguen insertas en la temática de la justicia social y
de la cuestión obrera, aunque se la propone más como solución a
los problemas que como medio o estrategia a emplear en las luchas
sociales. Es así que llega a adquirir carta de ciudadanía en el
marco oficial de la Doctrina Social de la Iglesia.
En
efecto, el pensamiento o Doctrina Social de la Iglesia, que con la
Encíclica Rerum Novarum
del papa León XIII comenzó a definir posiciones y principios sobre
la cuestión obrera y la justicia social, vino a darle a la palabra
solidaridad nuevos matices y significados, o más exactamente, a
agregarle ciertos contenidos originales. Sin embargo, ello no ocurrió
explícitamente en la mencionada Rerum
Novarum y ni siquiera
cuarenta años después en la Quadragesimun
Annum de Pío XI, que de
hecho no emplean el vocablo solidaridad (aunque hacen referencia a la
legitimidad y validez de las asociaciones obreras y sindicatos con
sus reivindicaciones de un salario justo, como también a la ayuda
mutua y a la necesaria cooperación entre organizaciones y grupos
sociales). El proceso de aceptación e incorporación de la palabra
solidaridad, vinculada a la cuestión social y a la búsqueda de un
orden justo, se cumple lentamente, hasta que finalmente, en la
Encíclica Sollicitudo Rei
Socialis de Juan Pablo II,
adquiere nada menos que el rango de uno de los principios
fundamentales de la Doctrina Social Cristiana. Este "principio
de solidaridad", complementario del "principio de
subsidiaridad", nos invita a incrementar nuestra sensibilidad
hacia los demás, especialmente hacia quienes sufren. Pero el
Pontífice añade que la solidaridad no es simplemente un
sentimiento, sino una «virtud» real, que permite asumir personal y
grupalmente las responsabilidades de unos con otros. El Santo Padre
escribía que no es «un sentimiento superficial por los males de
tantas personas, cercanas o lejanas. Al contrario, es la
determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común;
es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos
verdaderamente responsables de todos».
De
este modo en la cultura social cristiana la solidaridad se constituye
con un contenido esencialmente ético, como un valor y una virtud
particular que expresan contenidos muy cercanos a los que se
identifican con las nociones de fraternidad y de amor universal, pero
que contextualizados en la llamada "cuestión social" no se
limitan a manifestaciones individuales o privadas sino que buscan
plasmarse en un orden social justo, e incluso en una civilización
solidaria (Lebret). Sin embargo debe reconocerse que, al insertarse
en un discurso ético y sólo genéricamente social, particularmente
referido a la necesidad de aliviar la pobreza y asumir las
necesidades ajenas como propias, ocurre a menudo en la predicación y
en la propuesta que se hace a los fieles de comportamientos
individuales consecuentes, que con demasiada facilidad el significado
de la solidaridad se desliza hacia la mera caridad que han de
manifestar las personas satisfechas o privilegiadas para con sus
hermanos desposeidos, marginados o carentes de salud, educación o un
adecuado o digno nivel de vida.
3.
La solidaridad como concepto sociológico.
Otra
fuente importante de explorar en la búsqueda de significados de la
solidaridad son las ciencias sociales modernas. La palabra
solidaridad adquiere carta de ciudadanía científica con Durkheim,
considerado fundador de la sociología moderna, que en La
División Social del Trabajo
busca dar a la solidaridad, como hecho sociológico, un estatuto
científico. Considerando la proveniencia de la palabra en el
lenguaje social, analiza la solidaridad en cuanto inserta en la
problemática que plantean a la sociología las "agrupaciones
profesionales", pero al hacerlo la proyecta más allá de éstas,
otorgándole un sentido teórico general. Resulta altamente
ilustrativo y esclarecedor detenernos aunque sea brevemente en esta
formulación sociológica.
El
hecho del que parte Durkheim es la constatación de que con el
surgimiento de la sociedad y la economía modernas se cumplen dos
procesos simultáneos, aparentemente contradictorios. Por un lado, la
emergencia de la individualidad, o sea el proceso de individuación
que comporta hacer de cada individuo un sujeto de derechos e
intereses legítimos; por el otro, la estructuración de un sistema
social que vincula y hace depender crecientemente a las personas
individuales del orden social y de las instituciones públicas.
"¿Cómo es posible –se pregunta Durkheim- que al mismo tiempo
que se hace más autónomo, dependa el individuo más estrechamente
de la sociedad? ¿Cómo puede ser a la vez más personal y más
solidario?; pues es indudable que esos dos movimientos, por
contradictorios que parezcan, paralelamente se persiguen."
(Prefacio de La División Social
del Trabajo).
Como sociólogo que considera los hechos sociales en sí, descarta recurrir a la noción abstracta de "sociedad" como constitutiva de la integración humana real; si por "sociedad" entendemos una supuesta colectividad general que integra a todos los seres humanos en una unidad societal, debemos entender que ella no existe realmente. Lo que existe son los agrupamientos concretamente constituidos por individuos determinados que han estrechado relaciones, que comparten acciones y espacios territoriales, que trabajan y tienen cierta vida grupal que los une, y que se vinculan por un orden moral y jurídico de normas, reglas y leyes generadas por ellos mismos y que les imponen ciertas conductas compartidas. Tales agrupamientos no se constituyen como resultado de un supuesto "pacto social", que tampoco existe ni ha existido nunca en la historia. Ellos surgen, en cambio, cuando se construyen vínculos reales que Durkheim identifica como "solidaridad social". "Lo que existe, y realmente vive -sostiene- son las formas particulares de la solidaridad, la solidaridad doméstica, la solidaridad profesional, la solidaridad nacional, la de ayer, la de hoy, etc. Cada una tiene su naturaleza propia. (...) El estudio de la solidaridad depende, pues, de la Sociología. Es un hecho social que no se puede conocer bien sino por intermedio de sus efectos sociales".
Como sociólogo que considera los hechos sociales en sí, descarta recurrir a la noción abstracta de "sociedad" como constitutiva de la integración humana real; si por "sociedad" entendemos una supuesta colectividad general que integra a todos los seres humanos en una unidad societal, debemos entender que ella no existe realmente. Lo que existe son los agrupamientos concretamente constituidos por individuos determinados que han estrechado relaciones, que comparten acciones y espacios territoriales, que trabajan y tienen cierta vida grupal que los une, y que se vinculan por un orden moral y jurídico de normas, reglas y leyes generadas por ellos mismos y que les imponen ciertas conductas compartidas. Tales agrupamientos no se constituyen como resultado de un supuesto "pacto social", que tampoco existe ni ha existido nunca en la historia. Ellos surgen, en cambio, cuando se construyen vínculos reales que Durkheim identifica como "solidaridad social". "Lo que existe, y realmente vive -sostiene- son las formas particulares de la solidaridad, la solidaridad doméstica, la solidaridad profesional, la solidaridad nacional, la de ayer, la de hoy, etc. Cada una tiene su naturaleza propia. (...) El estudio de la solidaridad depende, pues, de la Sociología. Es un hecho social que no se puede conocer bien sino por intermedio de sus efectos sociales".
"Desde
el momento que -escribe Durkheim- en el seno de una sociedad
política, un cierto número de individuos encuentran que tienen
ideas comunes, intereses, sentimientos, ocupaciones que el resto de
la población no comparte con ellos, es inevitable que, bajo el
influjo de esas semejanzas, se sientan atraídos los unos por los
otros, se busquen, entren en relaciones, se asocien, y que así se
forme poco a poco un grupo limitado, con su fisonomía especial,
dentro de la sociedad general. Pero, una vez que el grupo se forma,
despréndese de él una vida moral que lleva, como es natural, el
sello de las condiciones particulares en que se ha elaborado, pues es
imposible que los hombres vivan reunidos, sostengan un comercio
regular, sin que adquieran el sentimiento del todo que forman con su
unión, sin que se liguen a ese todo, se preocupen de sus intereses y
los tengan en cuenta en su conducta. Ahora bien, esa unión a una
cosa que sobrepasa al individuo, esta subordinación de los intereses
particulares al interés general, es la fuente misma de toda
actividad moral. (...) Al mismo tiempo que ese resultado se produce
por sí mismo y por la fuerza de las cosas, es útil, y el
sentimiento de su utilidad contribuye a confirmarlo. (...) He aquí
por qué cuando los individuos que encuentran que tienen intereses
comunes, se asocian, no lo hacen solo por defender esos intereses,
sino por asociarse, por no sentirse más perdidos en medio de sus
adversarios, por tener el placer de comunicarse, de constituir una
unidad con la variedad, en suma, por llevar juntos una misma vida
moral".
Este
es el concepto que Durkheim propone de la solidaridad social, que
-dice- "es un fenómeno completamente moral que, por sí mismo,
no se presta a observación exacta ni, sobre todo, al cálculo",
pero que podemos identificar a través de un hecho externo que la
simbolice. En efecto, "allí donde la solidaridad social existe,
a pesar de su carácter inmaterial, no permanece en estado de pura
potencia, sino que manifiesta su presencia mediante efectos
sensibles. Allí donde es fuerte, inclina fuertemente a los hombres
unos hacia otros, los pone frecuentemente en contacto, multiplica las
ocasiones que tienen de encontrarse en relación. Hablando
exactamente, es difícil decir si es ella la que produce esos
fenómenos, o, por el contrario, si es su resultado; si los hombres
se aproximan porque ella es enérgica, o bien si es enérgica por el
hecho de la aproximación de éstos. Mas, por el momento, no es
necesario dilucidar la cuestión, y basta con hacer constar que esos
dos órdenes de hechos están ligados y varían al mismo tiempo y en
el mismo sentido. Cuanto más solidarios son los miembros de una
sociedad, más relaciones diversas sostienen, bien unos con otros,
bien con el grupo colectivamente tomado, pues, si sus encuentros
fueran escasos, no dependerían unos de otros más que de una manera
intermitente y débil. Por otra parte, el número de esas relaciones
es necesariamente proporcional al de las reglas jurídicas que las
determinan. En efecto, la vida social, allí donde existe de una
manera permanente, tiende inevitablemente a tomar una forma definida
y a organizarse, y el derecho no es otra cosa que esa organización,
incluso en lo que tiene de más estable y preciso."
Durkheim
atribuye una gran importancia a estas formas de solidaridad social.
Pues - indica - "una sociedad compuesta de una polvareda
infinita de individuos inorganizados, que un Estado hipertrofiado se
esfuerza en encerrar y retener, constituye una verdadera
monstruosidad sociológica. La actividad colectiva es siempre muy
compleja para que pueda expresarse por el solo y único órgano del
Estado; además, el Estado está muy lejos de los individuos, tiene
con ellos relaciones muy externas e intermitentes para que le sea
posible penetrar bien dentro de las conciencias individuales y
socializarlas interiormente. (...) Una nación no puede mantenerse
como no se intercale, entre el Estado y los particulares, toda una
serie de grupos secundarios que se encuentren lo bastante próximos
de los individuos para atraerlos fuertemente a su esfera de acción y
conducirlos así en el torrente general de la vida social".
4.
La solidaridad como concepto económico.
Es
interesante observar que mientras el reconocimiento sociológico de
la solidaridad se verifica desde los orígenes mismos de esta
disciplina, su reconocimiento como hecho económico ocurre
tardíamente y sólo ha empezado a cumplirse recientemente, con la
formulación de la denominada economía
de solidaridad o "economía
solidaria".
En
efecto, la ciencia económica moderna se ha construido sobre un
supuesto antropológico individualista, y específicamente sobre la
noción del homo oeconomicus, esto es, el individuo egoísta, ávido,
que persigue exclusivamente su propio interés y utilidad, que se
esfuerza en maximizar siempre y a toda costa, sin importarle
sacrificar los intereses ajenos ni el bien común. De hecho, hasta
hace poco más de veinte años, cuando comenzamos a formular la
concepción de la economía de solidaridad, esta palabra estaba
ausente del lenguaje económico y no tenía reconocimiento alguno
como hecho económico real. Por ello causó sorpresa asociar en una
sola expresión los dos términos.
Las
palabras "economía" y "solidaridad" formaban
parte de lenguajes y "discursos" separados. Ponerlas unidas
en una misma expresión constituyó entonces un llamado a un proceso
intelectual complejo que debía desenvolverse paralela y
convergentemente en dos direcciones: por un lado, había que
desarrollar un proceso interno al discurso ético y axiológico, por
el cual se recuperara la economía como espacio de realización y
actuación de los valores y fuerzas de la solidaridad; por otro, se
trataba de desarrollar un proceso interno a la ciencia de la economía
que la abriera al reconocimiento y actuación de la idea y el valor
de la solidaridad.
Un
elemento indispensable para actuar este doble proceso intelectual era
reconocer que, aunque ausente intelectualmente, la solidaridad no ha
sido ni es ajena a la economía real: a las empresas, al mercado, a
las políticas económicas, etc. Pero más allá de ello, el análisis
de diferentes tipos de empresas asociativas, cooperativas,
mutualistas y de beneficio social, llevó a reconocer que existía
una racionalidad económica solidaria común a muchas de ellas, cuyo
fundamento finalmente identificamos en la presencia activa de la
solidaridad social, operante no de modo accesorio y ocasional sino
central y establemente. Y como dicho elemento solidario es
constitutivo de las realidades económicas en referencia, fue preciso
reconocerla empleando conceptos y terminologías propias de la
ciencia económica. Es así que identificamos la solidaridad
económica activa y operante al interior de las empresas solidarias,
como un factor económico, al que denominamos "Factor
C".
Lo
llamamos "Factor", porque se hace presente como una fuerza
productiva, a la que debe reconocércele un aporte específico en la
creación de valor económico. En tal sentido, se constituye como
factor económico en el mismo sentido en que lo son los factores
trabajo, capital, tecnología y gestión La letra C obedece al hecho
que dicha fuerza productiva se hace presente en la cooperación,
colaboración, comunicación, comunidad, compartir, y muchas otras
palabras que empiezan con la letra "c", en razón del
prefijo "co" que significa "juntos", "unidos",
"asociados".
Dicho
Factor C
es, pues, la solidaridad en cuanto presente en la economía,
formulada en el lenguaje de la ciencia económica. La expresamos,
sintéticamente, indicando que la
unión de conciencias, voluntades y sentimientos tras un objetivo
compartido genera una energía social que se manifiesta
eficientemente, dando lugar a efectos positivos e incrementando el
logro de los objetivos de la organización en que opera.
En lo específicamente económico, se manifiesta en el hecho de poner en común recursos materiales, fuerzas de trabajo, conocimientos técnicos, capacidades organizativas y gestionarias, y otros variados recursos de los asociados, esperándose que de su combinación técnica y gestión comunitaria se verifiquen efectos positivos en cuanto a producción, ingresos y bienestar, para cada uno de los participantes, y también para la comunidad (o colectividad) como tal.
En lo específicamente económico, se manifiesta en el hecho de poner en común recursos materiales, fuerzas de trabajo, conocimientos técnicos, capacidades organizativas y gestionarias, y otros variados recursos de los asociados, esperándose que de su combinación técnica y gestión comunitaria se verifiquen efectos positivos en cuanto a producción, ingresos y bienestar, para cada uno de los participantes, y también para la comunidad (o colectividad) como tal.
La
presencia activa de este "Factor
C" se constituye como un
hecho que caracteriza y distingue a las formas de empresas
solidarias, presencia que puede considerarse extensiva a todo un
sector de economía de solidaridad, e incluso a una más general
estrategia de desarrollo alternativo. Siendo así, es conveniente
hacer algunas precisiones sobre los contenidos y los efectos
económicos de esta solidaridad económica.
Un
primer contenido de la solidaridad en la economía es la cooperación
en el trabajo, que puede acrecentar el rendimiento de cada uno de los
integrantes de la fuerza laboral y la eficiencia de ésta en su
conjunto. De este modo, la comunidad proporciona beneficios
superiores a los que cada integrante alcanzaría recurriendo
exclusivamente a la propia fuerza individual. Hay que tener en cuenta
que son cada vez más los trabajos que no pueden ser emprendidos sino
por un sujeto colectivo; en tales casos la cooperación
voluntariamente buscada y aceptada permite el más perfeccionado
grado de integración del sujeto laboral capaz de asumir su
realización y control.
Otro
contenido importante es el uso compartido de conocimientos e
informaciones, tanto de carácter técnico como de gestión, y
relativos a las funciones de producción, comercialización,
administración, etc.; ello implica beneficios adicionales, como
también ahorro de costos (dado que las informaciones no suelen ser
gratuitas en el mercado, teniendo al contrario costos
significativos).
El
uso compartido de los conocimientos se expresa en otro contenido
importante del "Factor C",
cual es la adopción colectiva de las decisiones, que pueden resultar
más eficientes (cuando se adoptan bajo ciertas condiciones
organizativas apropiadas), especialmente debido a que quienes las
adoptan son los mismos que se responsabilizan de su ejecución. Una
buena planificación colectiva de las actividades resulta
especialmente ventajosa, porque los planes son buenos cuando son
actuables, y son actuables cuando los que participan en su
realización práctica están impregnados de sus objetivos, conocen
el lugar y el significado de la propia acción en el conjunto, están
personalmente interesados en su buen cumplimiento, y adhieren por su
propia voluntad en la ejecución de lo planificado por haber
participado en su elaboración.
Vinculado
a lo anterior, destaca como otro contenido importante el logro de una
más equitativa y mejor distribución de los beneficios logrados por
la unidad económica entre sus integrantes, lo cual indudablemente
colabora en la motivación del esfuerzo y de los aportes que cada uno
hace a la obra común.
Otro
contenido del "Factor C"
digno de ser tenido en cuenta, se relaciona con los incentivos
psicológicos que derivan de ciertos rituales propios del trabajo en
equipo o comunitario, que se expresan tanto en el mismo proceso de
trabajo como en las actividades anexas que inciden sobre las
distintas funciones necesarias al funcionamiento de la empresa. Estos
rituales o hábitos de grupo colaboran en la creación de un clima
social favorable al desarrollo de las actividades, y facilitan los
procesos de adaptación y socialización indispensables.
Un
no menos importante contenido es la reducción de la conflictualidad
social al interior de la unidad económica comunitaria, debido a que
al menos los conflictos derivados de intereses antagónicos quedan
excluidos, mientras que otros conflictos inevitables pueden encontrar
adecuados canales de resolución. Este elemento puede resultar
significativo en términos económicos, pues los costos de los
conflictos laborales y empresariales suelen ser elevados en las
empresas privadas.
A
todo lo anterior hay que agregar que el mismo hecho comunitario o
asociativo constituye de por sí un beneficio especial para cada
integrante, que debe sumarse a la cuenta subjetiva (e incluso
objetiva, cuando dicho beneficio permite ahorrar los costos de su
logro alternativo fuera de la comunidad laboral) de los resultados
globales de la actividad. Tal beneficio especial dice relación con
la satisfacción de un conjunto de necesidades relacionales y de
convivencia, que los miembros de la organización pueden alcanzar en
el mismo proceso de trabajo y gestión asociativa.
Vinculado
con esto cabe destacar también que el hecho comunitario, y
específicamente la presencia operante del "Factor
C", es uno de los elementos
que explican que las unidades económicas alternativas tengan una
tendencia a la integralidad en cuanto a la combinación de los
aspectos culturales y sociales con los económicos. Además de los ya
mencionados efectos de este hecho, cabe destacar que implica que la
comunidad o grupo organizado se constituye como parte integrante de
las estrategias de subsistencia, modos de vida y estilos de
desarrollo, asumidos por cada integrante y sus familias.
La
solidaridad económica tiene, así, un significativo impacto sobre el
desarrollo personal de los individuos asociados, pues la cooperación
se convierte en un elemento favorable al desarrollo de una
personalidad más integrada, capaz de articular las distintas
dimensiones de la vida en un proceso de crecimiento que es a la vez
personal y comunitario.
Un
último pero no menos importante contenido de la presencia de la
solidaridad en la economía son los beneficios de la acción
comunitaria y colectiva sobre la comunidad más amplia y sobre la
sociedad global en que opera la unidad económica. Tales beneficios
son de muy variados tipos y características, pero pueden resumirse
en el impacto de las unidades económicas alternativas en la
transformación y desarrollo hacia una sociedad más justa, libre y
solidaria.
Los
mencionados no son los únicos aspectos relativos al contenido y a
los efectos económicos del que llamamos "Factor
C"; pero ellos nos dan una
idea precisa de su significado e importancia en las empresas
alternativas y en la economía de solidaridad. Podemos intentar una
definición económica sintética.
En
síntesis, el "Factor C"
significa que la formación de un grupo, asociación o comunidad, que
opera cooperativa y coordinadamente, proporciona un conjunto de
beneficios a cada integrante, y un mejor rendimiento y eficiencia a
la unidad económica como un todo, debido a una serie de economías
de escala, economías de asociación y externalidades positivas
implicadas en la acción común y comunitaria.
Ahora
bien, la economía tiene muchos y variados aspectos y dimensiones y
está constituída por múltiples sujetos, procesos y actividades. A
su vez, la solidaridad tiene tantas maneras de manifestarse. Por
ello, la economía de solidaridad no es un modo definido y único de
organizar actividades y unidades económicas, pues en ella se hacen
presente muchas y muy variadas formas y modos de hacer economía
solidaria. En todos los casos, se tratará de introducir y hacer
operante la solidaridad en las empresas, en el mercado, en el sector
público, en las políticas económicas, en el consumo, en el gasto
social y personal, etc.
Si
la economía de solidaridad se constituye poniendo solidaridad en la
economía, ella se manifestará en distintas formas, grados y niveles
según la forma, el grado y el nivel en que la solidaridad se haga
presente en las actividades, unidades y procesos económicos. Por
esto podemos diferenciar en ella y en el proceso de su desarrollo dos
grandes dimensiones.
Por un lado, habrá economía de solidaridad en la medida que en las diferentes estructuras y organizaciones de la economía global vaya creciendo la presencia de la solidaridad por la acción de los sujetos que la organizan. Por otro lado, identificaremos economía de solidaridad en una parte o sector especial de la economía: en aquellas actividades, empresas y circuitos económicos en que la solidaridad se haya hecho presente de manera intensiva y donde opere como elemento articulador de los procesos de producción, distribución, consumo y acumulación.
Por un lado, habrá economía de solidaridad en la medida que en las diferentes estructuras y organizaciones de la economía global vaya creciendo la presencia de la solidaridad por la acción de los sujetos que la organizan. Por otro lado, identificaremos economía de solidaridad en una parte o sector especial de la economía: en aquellas actividades, empresas y circuitos económicos en que la solidaridad se haya hecho presente de manera intensiva y donde opere como elemento articulador de los procesos de producción, distribución, consumo y acumulación.
Distinguimos,
de este modo, dos componentes que aparecen en la perspectiva de la
economía solidaria: un proceso de solidarización progresiva y
creciente de la economía global, y un proceso de construcción y
desarrollo paulatino de un sector especial de economía de
solidaridad. Ambos procesos se alimentarán y enriquecerán
recíprocamente. Un sector de economía de solidaridad consecuente
podrá difundir sistemática y metódicamente la solidaridad en la
economía global, haciéndola más solidaria e integrada. A su vez,
una economía global en que la solidaridad esté más extendida,
proporcionará elementos y facilidades especiales para el desarrollo
de un sector de actividades y organizaciones económicas
consecuentemente solidarias.
En
uno u otro nivel la economía de solidaridad nos invita a todos. Ella
no podrá extenderse sino en la medida que los sujetos que actuamos
económicamente seamos más solidarios, porque toda actividad,
proceso y estructura económica es el resultado de la acción del
sujeto humano individual y social.
5.
¿Es posible incrementar la solidaridad social y económica?
Considerada
la importancia de la solidaridad tanto en la vida personal como en
los procesos sociales y en las actividades económicas, surge la
interrogante de sí ella sea susceptible de ser fomentada, promovida
y desplegada, mediante acciones sistemática y consecuentemente
orientadas a lograrlo.
Sabemos
que, en la práctica, las organizaciones sociales solidarias y las
empresas o unidades económicas provistas de Factor
C, se constituyen como resultado
de procesos sociales y culturales complejos. Hay múltiples
evidencias, además, de que el potencial de solidaridad es siempre
mayor que la solidaridad que se manifiesta efectivamente, tanto por
parte de los individuos como al interior de los pequeños grupos y de
las sociedades mayores. En efecto, existen muchas organizaciones,
asociaciones y agrupamientos sociales que no llegan a manifestar los
vínculos de integración que permitiría reconocerlas como
efectivamente solidarias. Igualmente, y así como a menudo permanecen
desocupados e inactivos los recursos cognitivos, laborales,
organizativos, etc., disponibles socialmente, sin convertirse en
factores económicos propiamente tales, siempre existe una importante
cantidad de "energía social" como recurso que permanece
económicamente inactivo, sin convertirse en "factor
C" como tal.
Conviene,
pues, examinar cuáles sean las condiciones que hacen posible activar
la solidaridad potencial, tanto para la generación de organizaciones
sociales solidarias como para la creación de empresas y actividades
de economía de solidaridad.
Expresadas
sintéticamente, entendiendo que se trata de condiciones
independientes entre sí, de modo que cada una de ellas, o varias
conjuntamente, pueden por sí ser suficientes para favorecer el
surgimiento y desarrollo de vínculos solidarios, podemos enumerar
las siguientes:
a.
La existencia de una necesidad económica imperiosa, o de un problema
de subsistencia que enfrenten personas que comparten un mismo
territorio, una vecindad, o condiciones de vida que les implican
relacionarse cotidianamente. En tal sentido, la desocupación y la
marginación, que constituyen fenómenos estructurales en los países
subdesarrollados, derivados del modo en que se encuentra organizada
la economía, son generadoras de procesos organizativos que se
despliegan, tanto en un sentido de organización social con fines de
reivindicación y defensa de derechos conculcados, como de
iniciativas económicas tendientes a enfrentar asociativa y
solidariamente las necesidades y problemas compartidos. A menudo es
la común experiencia de la exclusión y marginación lo que en
muchos casos motiva la cooperación y solidaridad que se traduce en
la gestación de organizaciones sociales y de iniciativas colectivas
de producción, distribución y consumo solidarios.
b.
La presencia previa de organización de individuos con propósitos
que no siendo inicialmente de carácter solidario, permite el
establecimiento de relaciones sociales y el estrechamiento de
vínculos grupales, que a menudo se refuerzan frente a obstáculos,
amenazas o presiones externas. Ante cambios en la situación en que
operan y junto al surgimiento de demandas de participación por sus
integrantes, muchas organizaciones sociales creadas con otros fines
se plantean el objetivo de realizar en conjunto actividades
solidarias, sociales y/o económicas organizadas. Se expresa en tal
sentido lo que Albert Hirschman ha denominado "el principio de
conservación y transformación de la energía social", según
el cual ciertos movimientos sociales organizados cambian de carácter
luego de experiencias de lucha social fracasada, o terminada por el
éxito en el logro de sus primitivos objetivos. Lo que se señala es
que la experiencia en anteriores organizaciones puede cumplir la
función básica de reunir a personas con problemas comunes e ideas
similares, en una empresa común. En cualquier caso, la condición
mínima para la emergencia de una organización social o económica
solidaria es un proceso previo en que se supere el aislamiento y la
desconfianza mutua, y se compartan ciertos intereses y aspiraciones.
c.
La intervención de un estímulo externo orientado a promover la
organización con fines de autoayuda, de cooperación y de
solidaridad. Hay en tal sentido una extendida práctica de apoyo a la
generación de actividades colectivas, que se manifiesta tanto en
donación de financiamientos para proveer a los grupos de los
recursos materiales y de operación indispensables, como en servicios
de capacitación, asistencia técnica, asesoría y acompañamiento
organizacional. Debe reconocerse en este estímulo externo un
elemento importante en la gestación y desarrollo tanto de
organizaciones sociales como de formas económicas solidarias o de
tipo comunitario.
d.
Las motivaciones ideológicas y axiológicas, que llevan a muchas
personas y grupos a buscar formas de vida, de organización y de
acción alternativas respecto a las predominantes basadas en las
opuestas tendencias hacia el individualismo y hacia la masificación
despersonalizante. Las ideas y valores humanistas, solidarios y
cooperativistas tienen a menudo concreción y aplicación práctica
en organizaciones sociales y económicas de los más variados tipos y
características. En muchos casos encontramos que el origen de la
organización solidaria es un estímulo interno, proveniente del
grupo como tal o de algunos de sus integrantes más conscientes e
inquietos. Cabe incluir en este sentido la ampliación de ciertas
experiencias asociativas, cooperativas y solidarias como resultado
del esfuerzo hecho por ellas mismas para difundir, socializar y
extender los propios modos de organizarse y de actuar.
Son
estas las principales condiciones que pueden detectarse al origen de
la mayoría de las organizaciones sociales y de las experiencias de
acción económica cooperativa y solidaria. Cabe advertir -además de
que es posible que surjan grupos por otras razones que no hemos
contemplado-, que a menudo es la presencia de más de una de las
señaladas, o una combinación de todas ellas, lo que hace germinar
aquella energía social que se transforma en el "Factor
C" de contenido económico,
cuya importancia en toda organización económica solidaria hemos
destacado.
Luis
Razeto Migliaro