¿ESTÁ REALMENTE EN CRISIS EL CAPITALISMO? ¿SE AVECINA UNA NUEVA GRAN CRISIS FINANCIERA GLOBAL?


Crisis, mercado y “otra economía”
Desde la crisis financiera que afectó al mundo capitalista el año 2008 la economía global ha tenido un crecimiento sostenido, configurando el más largo período de tiempo en que no ha experimentado una recesión. Este mismo hecho, y diversas señales de los mercados que los analistas indican como preocupantes, están volviendo de actualidad la vieja pero siempre renovada cuestión de la crisis del capitalismo. Se plantea, en consecuencia, la pertinencia y actualidad de plantearse una vez más las preguntas del título de este artículo.
A menudo quienes aspiran o activamente se esfuerzan en construir “otra economía” –más justa, solidaria, no capitalista – tienden a observar la economía dominante como experimentando una crisis profunda, y esperan que de algún modo sobrevenga un colapso, una demolición, una paralización del mercado, por efecto de su propio peso, de sus contradicciones internas, de sus crisis. Se piensa que cuando ocurra el colapso del mercado será el momento de la “otra economía”, que mientras tanto se estaría construyendo sólo en pequeña escala, como prefiguración o antecedente de lo que será, en gran escala, después de la catástrofe. En presencia de las crisis financieras recurrentes que pudieran gatillar una "gran crisis" económica, muchos anuncian que está a punto de verificarse el fin del capitalismo y, por tanto, que se abre la oportunidad para que la “otra economía” se despliegue como la gran solución anhelada. Sobre las causas y profundidad de estas crisis económicas y sobre sus posibles soluciones y vías de salida, ofrecemos a continuación una serie de análisis y reflexiones – basadas en nuestra “teoría económica comprensiva” – que esperamos sirvan a una mejor intelección de la cuestión enunciada.
Muchos se imaginan el colapso del “sistema” capitalista como un edificio que se derrumba entero; y en consecuencia, la construcción de la “otra economía”, como una edificación completamente nueva, que tal vez pueda aprovechar algunos trozos del edificio derrumbado, que pudieran ser reciclados e integrados al nuevo orden económico. Más allá de que palabras como “derrumbe” o “colapso”, aplicadas a la economía son solamente metáforas, considero necesario precisar algunos conceptos, para adquirir una perspectiva más realista respecto del futuro y en relación a las condiciones que pueden esperarse para acelerar la construcción de “otra economía”.
Primera precisiónEl mercado no se detiene, no deja de funcionar, no se derrumba (a menos que sobrevenga una catástrofe que destruya la vida social, por causas exógenas al mercado como tal), por más que experimente crisis financieras y económicas de considerable envergadura. Porque el mercado es la interacción y la coordinación de las decisiones de producción, distribución y consumo que efectúan permanentemente los seres humanos y sus organizaciones. Desde que existen, y mientras existan seres humanos y organizaciones, ha habido y habrá intercambios entre ellos, y el mercado seguirá funcionando.
Segunda precisiónEl mercado en su evolución histórica ha experimentado y experimentará transformaciones que pueden ser muy profundas, estructurales (como se acostumbra decir). Las transformaciones más importantes y profundas, las experimenta el mercado cuando ocurren en la sociedad fenómenos que impactan fuertemente la vida colectiva, tales como guerras, devastaciones naturales, descubrimientos o conquistas de nuevos territorios, innovaciones tecnológicas de alto impacto, incorporación o agotamiento de importantes fuentes de energía, revoluciones sociales, instauración de un nuevo sistema político, etc. En tal sentido, es esencial comprender que el mercado se encuentra determinado, que no existe en sí mismo, que no funciona exclusivamente en base a sus propias dinámicas internas. El mercado es siempre un “mercado determinado”. En tal sentido, no puede descartarse enteramente que el mercado llegue a colapsar, hundiendo a las sociedades en un abismo de decadencia catastrófica; pero ello no puede ocurrir por causas inherentes al funcionamiento del mercado mismo, sino por impactos exógenos. Hoy, por ejemplo, pudiera ocurrir un colapso económico si las economías fueran afectadas por un drástico cambio climático, o por un acelerado agotamiento simultáneo del petróleo y otras fuentes de energía.
Tercera precisiónNo obstante lo anterior, debe reconocerse que el mercado es capaz de resistir impactos exógenos muy fuertes, frente a los cuales reacciona conforme a sus propias dinámicas internas. Una guerra mundial o una guerra civil pueden alterar drásticamente la conformación del mercado y la participación en él de los sujetos, pero el mercado sigue funcionando en esos contextos modificados. El mercado sigue funcionando y reacciona con sus propias racionalidades cuando se producen catástrofes naturales, cambios tecnológicos, disminución de los recursos y fuentes de energía, etc.
Cuarta precisiónLas dinámicas internas del mercado, en el sentido de sus ciclos, sus crisis y sus fases de expansión y recesión; los fenómenos de inflación y crecimiento, estancamiento o depresión; sus cambios a nivel de los sistemas e instituciones monetarias y financieras; sus procesos de concentración y distribución de la riqueza, son dinámicas que pueden impactar muy hondamente el funcionamiento de la producción, la distribución de la riqueza, los niveles de consumo y los ritmos de crecimiento. Pero por sí mismas, tales dinámicas no conducen a una interrupción del funcionamiento del mercado, no lo detienen, no lo hacen colapsar en el sentido de un edificio que se cae y del que sólo quedan escombros que recoger. Los cambios y las crisis más hondas que puede experimentar el mercado como efecto de sus propios desequilibrios y “contradicciones” no llevan a que el mercado deje de funcionar, aunque ciertamente podrán afectar muy seriamente los niveles riqueza y pobreza y las condiciones de vida de las personas, las organizaciones y empresas, los pueblos, las naciones y los estados.
Quinta precisiónEl mercado en su funcionamiento interno puede marginar e incluso expulsar a determinados sujetos que participan en él. De hecho, en el mercado las más grandes e importantes empresas pueden caer en bancarrota, los países más ricos pueden entrar en decadencia, otros pueden entrar en situaciones de gran pobreza y miseria, y muchísimas personas pueden perder todos sus bienes y recursos. Pero lo más seguro es que el mercado siga funcionando, con nuevos, con distintos, e incluso con menos integrantes; pero se ve menos afectado de lo que se cree, por lo que ocurra a tales o cuales individuos, a tales o cuales grandes empresas, a tales o cuales países.
Sexta precisiónEn el mercado participan de hecho todos los sujetos, individuales y colectivos, todas las organizaciones e instituciones, todos los Estados y las comunidades, todos los países y las regiones. La participación de cada uno de estos sujetos, sin embargo, puede ser y de hecho es muy diferenciada, en cuanto unos participan más y otros menos, unos lo hacen de un modo y otros de otro, cada uno ofreciendo determinados factores, productos y servicios y demandando determinados productos, servicios y factores. En el mercado, cada sujeto individual o colectivo se encuentra más o menos inserto, ocupando un lugar más o menos central, periférico o marginal. Toda “otra economía” deberá participar en el mercado; todos los sujetos, las empresas y las organizaciones de “otra economía”, están condicionadas y necesitan hacerse un espacio de acción e intercambios en el mercado.
Séptima precisión. Alguien (un sujeto individual o colectivo de cualquier nivel que sea, incluido un país, o un grupo de países de una región del mundo) podría “salirse” del mercado global y seguir subsistiendo, pero ello implica dos condiciones básicas. Una, que se haga totalmente autosuficiente en el sentido de ser capaz de proveerse de todos los bienes y servicios que necesita; y dos, que limite sus necesidades exclusivamente a aquellas respecto de las cuales puede proveerse autónomamente de lo indispensable para satisfacerlas. Condiciones éstas que, si bien se las examina, implican sacrificios extremos para quienes intenten cumplirlas. “Otra economía” que quiera hacerse independiente de las dinámicas del mercado más grande, deberá asumir los costos que ello implica, y entre sus participantes deberá construir su propio mercado, acentuando las interacciones e intercambios entre quienes la integran. En tales intercambios entre sus integrantes, como también en los intercambios que estos establezcan con los del mercado general, podrá manifestarse la racionalidad diferente que las caracteriza, en cuanto actúen y se relacionen manteniendo sus principios, sus valores, su ética y sus modos propios de comportarse. Esto vale también para países completos que pretendan autonomizarse del mercado y de su crisis, e incluso para grupos de países de una entera región.
Hechas estas precisiones iniciales que tal vez permitan corregir algunas confusiones teóricas bastante habituales entre quienes buscan construir “otra economía”, sigue abierta la interrogante clave respecto al sentido y la medida en que el mercado se altere en su funcionamiento, se trabe en sus dinámicas habituales, entre en crisis profunda, y que en tales contextos pueda cambiar y hacer posible que se abran espacios a la expansión de esa “otra economía”. Comprender estas posibilidades nos exige detenernos sobre algunos conceptos económicos fundamentales y aplicarlos a la situación presente.
Profundizando en las causas de las crisis financieras.
Las crisis financieras se producen –en lo esencial– a consecuencia de una exagerada expansión del endeudamiento de las personas, las empresas y los Estados, que dan lugar a un rápido incremento de las insolvencias y los incumplimientos de los deudores. Se acumulan de este modo en los bancos y entidades crediticias, títulos de deuda que carecen de valor, o que lo pierden en proporciones significativas. Se genera en consecuencia una pérdida de activos (o de valor) de los bancos y acreedores en general, que provoca la desconfianza de los inversionistas y tenedores de títulos, bonos y acciones, que se apresuran en deshacerse de estos papeles amenazados, y buscan refugio en activos que les proporcionen mayor seguridad. Con todo ello disminuye la capacidad de dar y de recibir créditos, lo cual se traduce en contracción económica y recesión.
Así entendida la crisis, se trata de un fenómeno “normal” y recurrente, que sucede periódicamente en los mercados. Lo que pudiera diferenciar una crisis grande de otras menores sería solamente por su profundidad y su extensión. En tal sentido, los números involucrados llevan a pensar que estaríamos ante el peligro de una crisis cuya intensidad no se ha visto desde la gran crisis de los años 1929-30.
El análisis de la actual situación de los mercados efectuado en base a los conceptos de la Teoría Económica Comprensiva, reconoce que lo expuesto (en los términos de las concepciones económicas convencionales) es correcto; pero va más allá y nos abre a otra dimensión de una nueva “gran crisis” probable, que puesta en una perspectiva histórica nos permite preverla no solamente como más profunda y extendida sino como cualitativamente distinta. Más aún, nos pone en la perspectiva de comprender que las respuestas “normales” o habituales, aplicadas a las crisis, no tendrán los efectos esperados, es decir, no conducirían a una real superación y/o salida de la crisis.
La salida “normal” de una crisis financiera “normal” consiste en combinar en una adecuada (u óptima) proporción, tres elementos: a) la pérdida de valor de los activos de los acreedores; b) la pérdida que deben asumir los deudores; c) la pérdida que necesariamente ha de afectar al conjunto de los otros agentes económicos (consumidores, empresarios, trabajadores, etc.) vía inflación y/o vía contracción económica. De este modo se obtiene que la pérdida, el daño y el dolor que provoca la crisis se reparta (y diluya) entre los diferentes sectores involucrados. Estos procesos son cuidadosamente monitoreados por los Gobiernos (políticas fiscal, tributaria, regulatoria, subsidiaria y de incentivos, rescate de bancos, etc.) y por las autoridades monetarias o bancos centrales (tasas de interés, emisión monetaria, tipo de cambio, etc.).
Todo ello está de hecho ocurriendo. Pero desde el punto de observación que nos proporciona la Teoría Económica Comprensiva podemos ver algo más, por debajo y más allá de todo lo indicado. (Como no podemos explicar aquí lo qué es y cómo procede la Teoría Económica Comprensiva, debemos limitarnos a exponer algunas conclusiones de un análisis que no cabe aquí explicitar. Baste por ahora decir que esta Teoría comprende los fenómenos y procesos económicos desde la intersubjetividad de las acciones, decisiones e intenciones de los sujetos privados y públicos que los producen, enmarcados en un determinado contexto institucional, jurídico, político, social y ambiental).
Desde esta óptica apreciamos básicamente dos fenómenos de incalculables consecuencias:
El primer fenómeno es un cambio que se está cumpliendo en la naturaleza o “esencia “del dinero. Y como el dinero es –en el actual sistema económico- el elemento articulador de los mercados y de la economía en su conjunto, la presente crisis está significando una desarticulación estructural muy profunda de los determinantes del mercado, de modo que no podría resolverse una gran crisis financiera sino mediante una reforma institucional, jurídica y política global. Entendamos: el mercado continuaría funcionando, pero en crisis, que se prolongaría hasta que se cumplan dichas reformas.
El segundo fenómeno, estrechamente conectado al anterior, es una mutación al nivel de las relaciones entre los agentes económicos privados y los agentes económicos públicos, tal que los equilibrios que han permanecido sin cambios sustanciales durante las últimas seis décadas ya no se sostienen, planteando la necesidad de redefinir las relaciones entre economía y política.
El valor del dinero y la crisis financiera global
El dinero (tan vilipendiado por algunos, tan amado por todos), es uno de los más importantes inventos y creaciones de la humanidad. En efecto, el dinero ha sido durante milenios y seguirá siéndolo hasta que inventemos una alternativa mejor, la solución a los más grandes problemas de la vida económica y social.
Como ningún individuo, ni familia, ni grupo humano es autosuficiente, todos necesitamos intercambiar los bienes y servicios que necesitamos y que producimos. Los seres humanos nos necesitamos unos a otros, y trabajamos unos para otros. Esto da lugar al intercambio, al mercado, que cuando no existía el dinero se realizaba como trueque directo de unos bienes y servicios por otros bienes y servicios. Pero el trueque tiene dos problemas: es difícil de realizar (porque exige cada vez la coordinación empírica de las decisiones de cada oferente con las de cada demandante), y suele ser muy injusto (porque no hay un criterio ni mecanismo de medición del valor de los bienes y servicios que se intercambian).
El dinero resuelve estos dos problemas, al cumplir las siguientes funciones: 1. Servir como unidad de medida del valor de los factores, bienes y servicios económicos2. Servir de medio de cambio universal, coordinando las decisiones de todos los participantes en el mercado a través del sistema de precios.
Hay otros dos tremendos problemas económicos que el dinero resuelve. Los individuos y las sociedades necesitamos asegurar el futuro, lo que supone reservar y acumular la riqueza. Acumular los bienes físicos que constituyan riqueza (trigo, ladrillos, etc.) no siempre se puede y suele ser muy ineficiente, pues las cosas se dañan, pierden valor, se las roban. El dinero viene, entonces, a cumplir a función 3. Servir como medio de acumulación de riqueza, o servir para “reserva de valor”.
Otro problema y necesidad que no encuentra solución sin el dinero, y que éste resuelve cumpliendo su función 4, cual es la de coordinar en el tiempo (coordinación intertemporal) las decisiones de los distintos agentes económicos, de manera tal que los recursos productivos y los bienes producidos estén disponibles para cada sujeto en el momento en que los necesita, sin permanecer inactivos o desocupados durante largos períodos de tiempo, o sin que haya que esperar acopiar todos los recursos antes de iniciar una actividad. Esto se conecta con la función 5. El dinero permite que lo que unos ahorran hoy (para gastar mañana) esté disponible hoy (en la forma de crédito o préstamo) para quien lo necesita ahora pero que sólo podrá pagarlo después.
Pues bien: ¿Qué pasa si el dinero deja de ser confiable como “unidad de medida” del valor? Imaginemos: ¿qué pasaría en la construcción de un edificio, de una catedral, de un castillo, si el metro que usamos para medir, un día mide 80 centímetros, el día siguiente mide 110 cm., luego sólo 90, y nadie sabe realmente ni puede confiar en el metro que utiliza cada día?
En la historia ha ocurrido varias veces – y cada vez ha sido ocasión de una “gran crisis” económica – que el dinero ha dejado de ser confiable como unidad de medida del valor. Cuando ello ocurre, deja el dinero de servir para acumular riqueza y reservar valor; ya no sirve tampoco para la coordinación intertemporal de las decisiones (pues ahorrantes y endeudados no pueden saber lo que vale lo que tienen hoy y lo que podrán tener mañana). Y se entorpece seriamente incluso la función del dinero como medio de intercambio universal.
Mi tesis es que una gran crisis financiera que daría paso a una “gran crisis” económica, podría ser causada por una severa distorsión al nivel de la “esencia” y las funciones del dinero. Algo que podría estar sucediendo actualmente. Y si fuera así, la crisis no se superaría hasta que el dinero recupere su capacidad de cumplir correctamente sus cinco funciones esenciales. En tal sentido, los “rescates” financieros que implementan los gobiernos y organismos financieros internacionales no hacen sino agravar la crisis y postergar su superación, toda vez que contribuyen – y de manera muy importante – a acentuar la distorsión del dinero y dificultar que cumpla sus funciones esenciales.
Para que el dinero cumpla sus cinco preciosas funciones, es necesario que satisfaga dos condiciones esenciales, estrechamente asociadas. La primera es que el dinero tenga valor, que represente valor realizable en el mercado. Para ello debe tener un “respaldo” adecuado y consistente. La segunda condición es que sea “confiable” para todos los agentes económicos.
Que el dinero tenga valor, que esté respaldado por riqueza real, es una necesidad obvia, toda vez que es el activo económico que se intercambia por bienes, servicios y factores reales. Nadie cambiaría algo que vale por algo que no vale.
Que el dinero sea confiable es una consecuencia del respaldo que lo sostiene, y además, de que esté vigente jurídica e institucionalmente el “contrato social” o la convención intersubjetiva según la cual se fija la “unidad de medida” del dinero que se emplea en las transacciones, que garantiza la genuinidad del dinero circulante, y que castiga los incumplimientos de los contratos comerciales. En la época moderna esta garantía de confiabilidad está dada por a nivel de los Estados por sus Bancos Centrales, y a nivel global por los acuerdos internacionales que regulan las transacciones financieras y comerciales.
Es de la esencia del dinero que “tenga valor”, que esté respaldado. Pero el respaldo del dinero puede darse y verificarse de diferentes modos.
Antiguamente el dinero que se empleada en las transacciones tenía valor en sí mismo: se trataba de porciones de oro, plata y metales preciosos.
Posteriormente se colocó el oro en la bóveda de los bancos, que emitían billetes de papel “convertibles” en oro o plata.
Después se descubrió que no era necesario que el dinero tuviese respaldo en oro, pues podía respaldarse directamente en los bienes y servicios por los cuales se intercambiaba en el mercado. El que emitía el dinero garantizaba que tenía activos económicos suficientes para respaldar la emisión monetaria y responder por el valor del dinero.
Más adelante se pensó que no necesariamente fuera el emisor quien debía disponer de valores equivalentes al dinero emitido, pues bastaba que el conjunto del dinero estuviera respaldado por el conjunto de bienes y activos económicos existentes en un mercado determinado.
Pero, para que ello generara la indispensable confianza, fue necesario que el Estado tuviera el monopolio de la emisión del dinero, garantizando que no emitía dinero nuevo sino en determinada proporción del crecimiento de la producción. (Si no cumplía con parsimonia con este requisito, esto es, si realizaba emisiones “inorgánicas”, el dinero se desvalorizaba en el mercado produciendo inflación que reducía el valor de la unidad monetaria).
En fin, últimamente se inventó que podía emitirse dinero sin respaldo actual en activos económicos existentes en el mercado, siendo suficiente que el respaldo lo otorgara el conjunto de los compromisos de pago futuro asumidos por los sujetos económicos que reciben el dinero en forma de préstamos o créditos. El respaldo consiste, actualmente, solo en creer que los deudores pagarán el dinero que ha sido emitido expresamente como crédito.
Es así que, hoy, el dinero se emite como deuda, en una serie de transacciones de bonos y “derivados”, lo que es ejecutado por los bancos, pero también por las empresas, casas comerciales y negocios que de hecho “emiten dinero” al aceptar pagos diferidos en el tiempo.
Este dinero, entonces, está respaldado en gran proporción por deudas: así, el dinero “es” deuda. El respaldo del dinero no está en activos económicos actuales, sino en producción y riqueza futura. La entidad emisora de dinero – el banco privado o la empresa comercial que crea dinero en el momento que concede crédito a sus clientes– puede exigir que el cliente le garantice el pago, por ejemplo, mediante la hipoteca de un bien inmobiliario cuyo valor sea equivalente al crédito. Pero puede también concederle el crédito sin obtener del deudor una garantía suficiente.
Es en este último sentido que se dice, para explicar las más recientes crisis financieras, que ellas se han originado en “burbujas” de los precios de los bonos, acciones, activos inmobiliarios y otros tipos de papeles que son asumidos como garantía de créditos gigantescos, que no han mantenido su valor en el tiempo. Cabe señalar que los grandes “compradores” de esos instrumentos de deuda son las compañías de seguros, los fondos mutuos, los fondos soberanos y los fondos de pensiones, lo cual pone de manifiesto las muy serias repercusiones sobre la economía real que tendría una gran crisis financiera.
Sí, todos hoy hablan que el sistema financiero se basa en la confianza, que el dinero está sustentado en la confianza, en la credibilidad. Pero esto es solamente una parte de la verdadera esencia del dinero, como hemos visto. Nuestro análisis nos permite comprender que la cosa es muy diferente, y que el problema es mucho más profundo, y que afecta al conjunto del dinero emitido, y no solamente a las deudas morosas.
El cambio sustancial que ocurre a nivel de la naturaleza del dinero, cuando se lo emite en base a deuda y se lo respalda en función de sus pagos futuros, deriva del hecho que toda deuda implica un compromiso de pago por una cantidad mayor de dinero que la recibida en préstamo. En efecto, debe pagarse el interés. Y como casi todo el dinero emitido y circulante ha sido emitido contra deuda, ocurre inevitablemente que el monto total de los compromisos de pago es siempre mayor al monto del dinero real circulante. Por definición, el dinero en circulación no alcanza para amortizar los créditos y además pagar el interés convenido. Así, gran parte de la deuda no puede ser nunca pagada.
Esto puede sostenerse en el tiempo solamente mediante la inflación (que diluye el valor del dinero en el tiempo) y en base al incremento permanente de la producción, que permite respaldar una parte de los intereses por pagar. Y el problema suele ser mitigado, pero no eliminado, mediante la baja persistente de las tasas de interés.
Pero la inflación hace que el dinero pierda credibilidad y confiabilidad. Y las bajas persistentes de las tasas de interés suelen generar inflación de precios, afectar el ahorro, acrecentar el endeudamiento en el mediano y largo plazo, y distorsionar la función del dinero como reserva de valor.
En las últimas décadas y en proporciones gigantescas, se ha emitido dinero mediante los derivados de crédito, los contratos a futuro y otros instrumentos financieros, de modo tal que el monto total de las deudas se ha incrementado constantemente. Según el FMI en 2017 el monto de la deuda mundial equivale al 225 % del PIB mundial, y continúa creciendo. Aproximadamente un tercio es deuda pública y el resto privada. Estados Unidos tiene una deuda de 256 % respecto del PIB; la de China asciende a 254 %, y la de Japón es de 395 %. El último peak de endeudamiento fue en 2009, año de la crisis financiera, y respecto de ese año el mundo tiene actualmente 11 puntos porcentuales adicionales de deuda. De ahí que una próxima crisis financiera sin duda será grande y es probable que dure hasta que no se cree un nuevo sistema monetario, pues la crisis del 2009 agotó la batería de medidas posibles para los Bancos Centrales y la Reserva Federal, y las holguras son actualmente inferiores.
¿Podría una política keynesiana servir para superar una nueva gran crisis financiera global?
Desde la crisis del 2009 se ha verificado un renacer del keynesianismo. Muchos recuerdan que el New Deal tanto en América como en Europa produjo decenios de bienestar: ocupación y elevación del nivel de vida de la población, junto con la superación de la gran crisis de los años treinta. Tal es una creencia actualmente muy difundida, que explica también por qué casi todos tienden hoy a pensar que para salir de cualquier crisis financiera se requieren políticas keynesianas: más Estado, más crédito, más emisión monetaria, más regulaciones.
Es sabido que la historia la interpretan los vencedores; pero no por ello la interpretación resulta científicamente rigurosa y verdadera. Pero a las creencias sobre el keynesianismo difundidas y proclamadas durante las seis últimas décadas del siglo pasado hay que hacerles algunas correcciones importantes:
1. El New Deal aplicado por Roosevelt entre 1933 y 1937 (consistente básicamente en un gran intervencionismo del Estado en el mercado, y un consistente fomento del consumo mediante la emisión monetaria), lejos de salvar al mundo de la gran depresión como se cree, en realidad hizo que la crisis se prolongara durante una década completa, prácticamente en todo el mundo, hasta el comienzo de la guerra.
2. El impresionante auge económico que se observa después de la segunda guerra mundial ¿es explicable por el keynesianismo? La respuesta que podemos dar desde la Teoría Económica Comprensiva – que comprende los procesos económicos en su contexto histórico, político y cultural – es negativa. El llamado keynesianismo fue causa de la notable distribución de la riqueza, que generó un mercado más equitativo y en cierto modo más democrático; pero no fue causa relevante del crecimiento económico ni de la generación de riqueza.
Hay un hecho de dimensiones gigantescas pero que permanece bastante oculto por razones ideológicas: la guerra y la economía de guerra están al origen del impresionante auge económico de la posguerra. En efecto, la guerra puso las bases tecnológicas, sociales, institucionales, políticas y demográficas que explican el gran impulso que experimentó la economía durante los treinta años siguientes.
Destacan, en particular, los siguientes 7 impactos de la guerra, cada uno de ellos condicionantes del auge económico posterior:
a) La guerra generó innovaciones tecnológicas impresionantes (en los rubros energético, de las comunicaciones, el transporte marítimo y terrestre, la aviación, la ingeniería de obras civiles, la ingeniería industrial, la automatización, la electrónica, la industria química, la medicina, la producción de alimentos, etc.) que, después, aplicadas en la producción y la economía civil, impulsaron la innovación productiva y una increíble expansión de la productividad.
b) Produjo una gran acumulación de capital, concentrado en gran medida en manos del Estado, que permitió que éste fuese un actor decisivo en la industrialización, la urbanización, la tecnología, la educación, la salud, etc. durante los siguientes 30 años de la posguerra.
c) Dio lugar a una clase trabajadora disciplinada y eficiente, que era necesaria para el desarrollo industrial.
d) Permitió que se alcanzara una sorprendente disciplina social, que facilitó el establecimiento de instituciones fundamentales para el desarrollo.
e) Dio legitimidad al Estado para implementar políticas fiscales (elevados impuestos) y distributivas (estado de bienestar) que le permitieron mantener al Estado como agente económico principal durante décadas.
f) Generó condiciones para la movilización de recursos naturales, sociales y demográficos en vistas de la realización de proyectos nacionales de envergadura.
g) Estableció y consolidó una división internacional del mercado (con términos de intercambio extremadamente desiguales), que generó una sistemática transferencia de recursos hacia Estados Unidos y Europa, desde América Latina, Asia, África y todo el resto del mundo que permanecieron en el subdesarrollo (no obstante que también allí se aplicaron las políticas keynesianas).
A lo anterior hay que agregar otro condicionante, que no fue efecto de la guerra pero que incidió notablemente en el crecimiento económico durante la segunda mitad del siglo pasado: la impresionante expansión de la disponibilidad de energía de bajo costo, especialmente proveniente de los hidrocarburos.
3. De este modo -como efecto inmediato de la guerra y como actor capaz de aprovechar las oportunidades creadas durante aquella- el Estado pudo ser y de hecho fue, en los países desarrollados, un gran impulsor del auge económico durante la posguerra.
El keynesianismo fue la concepción económica que acompañó durante treinta años dicho auge económico, y su principal mérito fue hacer que la riqueza se distribuyera de manera más equitativa en la sociedad, a través de políticas sociales y de bienestar. Pero políticas neo-keynesianas irresponsables en el plano monetario, un exceso de regulaciones estatales, impuestos demasiado elevados, y una gran presión social y política para que el Estado se hiciera cargo de cuanta necesidad colectiva y/o demanda corporativa alcanzara cierta notoriedad, condujeron a que en sólo 30 a 35 años, el impulso económico se debilitara, la moneda se envileciera, y la crisis volviera a producirse a fines de la década de los setenta y comienzos de los ochenta.
¿Qué queda hoy de los 7 condicionantes del auge de la posguerra? En verdad, el Estado parece haberlos dilapidado.
4. Las políticas keynesianas no pueden ya ser útiles para enfrentar la actual crisis. Ello, en el corto plazo, porque no podrían tener siquiera los reducidos efectos positivos que tuvo el New Deal en los años treinta frente a la crisis. En efecto, si hubiera que reconocer que en las condiciones de entonces las medidas aplicadas por el New Deal eran razonables, ya no lo son actualmente. En efecto, las condiciones en que se aplicó el New Deal eran muy diferentes a las actuales. Había entonces un evidente subconsumo, hoy venimos de un notable consumismo. Escaseaba el dinero, por las elevadas tasas de interés; hoy abunda la emisión monetaria, con tasas de interés muy bajas durante períodos muy prolongados. Regía el patrón oro y la convertibilidad en oro que daban un excesivo respaldo al dinero; actualmente el dinero se crea “ex nulla”, o su respaldo es solamente el “crédito”. En ese tiempo era altamente premiado el ahorro; actualmente y desde hace mucho tiempo el ahorro es castigado por la inflación y las bajas tasas de interés.
En cuanto al mediano y largo plazo, no vemos al Estado como actor que pueda encabezar la recuperación y un nuevo auge económico, porque:
a) No parece capaz de generar dinámicas de innovación tecnológica consistentes.
b) Lejos de disponer de abundante capital acumulado, la mayoría de los Estados experimenta déficit elevados.
c) No parece capaz de disciplinar y motivar a la clase trabajadora en un gran esfuerzo de trabajo con fines de desarrollo nacional.
d) Las instituciones públicas se encuentran debilitadas, incluso a menudo éticamente corrompidas, y cuentan con escasa capacidad de entusiasmar en torno a proyectos nacionales.
e) La sobre-explotación de muchos recursos naturales pone límites (incluso culturales) al crecimiento por su incidencia en el medio ambiente y la ecología.
f) La emergencia de grandes sociedades que estaban sumidas en el subdesarrollo pone límites a la transferencia fácil de recursos hacia los países avanzados.
g) La disponibilidad de energías de bajo costo encuentra límites que antes no existían.
Ninguna de essas condiciones que en la posguerra hicieron posible que el Estado se alzara como el gran agente del desarrollo pueden, hoy, ser activadas mediante un nuevo conflicto bélico. Al contrario, por razones que no es del caso exponer en esta ocasión, de la guerra no puede hoy esperarse sino la aceleración de la descomposición y la decadencia económica, social y cultural.
Si es así, ¿cómo podremos salir de una probable nueva gran crisis? Si no es el keynesianismo, ¿qué otra alternativa de respuesta puede formularse?
¿Qué otras opciones y escenarios son actualmente posibles?
En una primera instancia de búsqueda de alternativas, se presenta una cuestión fundamental, de la cual dependen muchas otras, por lo que conviene referirse a ella en primer lugar. Es la cuestión de las “dimensiones” geo-económico-políticas del posible nuevo ordenamiento mundial.
Una primera opción la podemos llamar “mundialización económico-política”, que supone avanzar en la dirección de una globalización acentuada, que pudiera manifestarse en una serie de procesos entre los que destacarían:
a) La creación de una moneda única mundial (sustitutiva del dólar, el euro, el yen y todas las monedas nacionales).
b) El establecimiento de una institucionalidad económica que fije regulaciones financieras, comerciales, fiscales, energéticas, ambientales, laborales, jurídicas e incluso militares, que deban regir y aplicarse en todas las naciones del mundo (con exclusión de aquellos países que soberanamente quieran sustraerse del sistema y que quedarían política y económicamente aislados).
c) Se implica en este escenario una dramática reducción del poder de los Estados nacionales, que entre otras muchas atribuciones que posee actualmente perdería la capacidad de poner restricciones al libre comercio.
Una segunda opción la podemos llamar “regionalización económico-política”, que implicaría el surgimiento de tres grandes regiones económicas que competirían entre ellas por el control de los mercados (y de los principales recursos) mundiales, y por el dominio y/o la hegemonía política internacional.
En este escenario podemos visualizar la formación y consiguiente confrontación entre grandes regiones geográfica, económica y políticamente configuradas, que serían América del Norte, la Unión Europea y un Bloque Asiático.
Cada una de estas potencias tendría su propia moneda y sistema financiero, fijaría sus propias regulaciones, inclusivas de un fuerte proteccionismo de sus mercados y fronteras económicas, y compitiendo por los recursos y los mercados de las zonas que permanecerían probablemente sin integrarse a dichas regiones, tales como América Latina, Rusia, los países petroleros, etc.
Una tercera opción sería el prevalecer de los estatismos nacionalistas, con la mantención de las monedas nacionales, el incremento de las políticas proteccionistas, el aumento de las restricciones al libre comercio, el Estado nacional asumiendo crecientes funciones, y probablemente dándose lugar al recrudecimiento de los conflictos y guerras entre países.
Formular estos tres escenarios y posibles articulaciones intermedias es en realidad un ejercicio intelectual menor. También es fácil imaginar que las tres opciones tendrán sus promotores e impulsores, de modo que durante un cierto período de tiempo veremos y podremos seguir el debate y la confrontación entre estas tres opciones. Lo verdaderamente complejo y que plantea desafíos intelectuales mayores, lo podemos diferenciar en dos aspectos.
El primero es prever el curso de los acontecimientos, identificar a los actores (incluidas las naciones) que se pondrán a favor de cada opción, visualizar la relación de fuerzas que se manifestará entre ellos, y adelantar el resultado histórico-político de la confrontación (que será, obviamente, teórica y práctica).
El segundo, distinto del anterior aunque el pensamiento ideológico tiende a menudo a confundirlos, es identificar cuál de las opciones señaladas es la mejor, o la más conveniente y adecuada en términos de superar la crisis y de alcanzarse un mejor futuro para la humanidad.
Nos preguntamos, entonces, finalmente:
¿Cuál podrá ser la mejor salida de una nueva gran crisis financiera y económica?
Responder esta pregunta supone dimensionar la magnitud e intensidad que pudiera adquirir esa gran crisis financiera y económica. Actualmente, cuando los analistas hacen referencia a una posible nueva crisis, conciben la salida y vuelta a la normalidad del crecimiento como si se tratara de una más de las tantas crisis cíclicas que acostumbra experimentar el mercado.
Hay demasiados elementos que conducen a pensar que no será así, y que una nueva crisis económica global sería prolongada y profunda, no de dos o tres años, ni de uno o dos puntos del PIB mundial, pudiendo significar una caída generalizada de la producción y del consumo, tanto o más grande como la que ocurriera con la crisis del 1929-30, y cuya efectiva superación empezó solamente al término de la Segunda Guerra.
Al respecto, hay que considerar algunos hechos y circunstancias que no se daban en las crisis anteriores.
Uno: las exigencias de la ecología, el medio ambiente y el cambio climático, que no pueden ser desatendidas y que implican un incremento de los costos de las nuevas inversiones, así como la destrucción de significativos stocks de riqueza por efecto de los más frecuentes y más intensos desastres ambientales.
Dos: la muy incrementada concentración de la riqueza que resulta de las fusiones de empresas y de la hiper-competencia entre consorcios gigantes. Ello se traduce en una desigualdad social que es cada vez menos aceptada por la población que se empodera y que exige que se le garanticen niveles de bienestar económico y social crecientes.
Tres: la cada vez más débil capacidad de los Estados y de las instituciones públicas para resolver los problemas sociales, no obstante el crecimiento constante de los impuestos y del tamaño del Estado. Estados e instituciones que, además, se han corrompido y cuentan con disminuida credibilidad y legitimidad social.
Cuatro: la siempre mayor relación capital/trabajo resultante de las innovaciones tecnológicas, determinantes de desempleo estructural en razón de que la creación de empleos nuevos requiere cada vez una más elevada inversión de capital.
Cinco: los cambios demográficos, tanto en razón del aumento de las expectativas de vida como de las migraciones que desplazan cantidades inmensas de población hacia los centros de mayor desarrollo relativo. Ambos procesos plantean exigencias y ponen presión sobre las finanzas públicas ya de por sí debilitadas y endeudadas.
Séis: En estos contextos parecen inevitables las políticas proteccionistas, las “guerras comerciales” y los populismos nacionalistas, que tienen efectos recesivos de largo aliento.
Teniendo en cuenta estos elementos y suponiendo que  la humanidad logre evitar una gran catástrofe ambiental, podremos decir que se habrá iniciado la superación de la gran crisis cuando avancemos simultáneamente en la construcción de las siguientes cuatro condiciones:
1. Creación de un nuevo sistema monetario y financiero global, implicando probablemente una nueva divisa internacional, y monedas nacionales que no requieran elevado crecimiento de la producción y del consumo para sostenerse. Ello implicará que el dinero recupere credibilidad y cumpla adecuadamente sus cinco importantes funciones,
2. Desarrollo de una nueva matriz energética y de nuevos modos de desarrollo que sean social y ambientalmente sustentables.
3. Creación de un nuevo orden institucional, jurídico y político, que dé estabilidad a los agentes económicos, que democratice el mercado y que establezca una mayor justicia y solidaridad en la economía tanto a nivel global como en cada nación.
4. Una gran reforma intelectual y moral, que sustente un nuevo modo de vida, una nueva economía, una nueva cultura, orientadas hacia el levantamiento de una nueva y mejor civilización, más justa y solidaria.
Luis Razeto






EL CONCEPTO "SOLIDARIDAD"

EL CONCEPTO ‘SOLIDARIDAD’ (Publicado en Pensamiento Crítico Latinoamericano. Conceptos Fundamentales , Volumen III, págs. 971-985. Edici...