Me
propongo precisar los fundamentos de la igualdad entre los seres
humanos, e identificar los fines que razonablemente podemos
plantearnos en cuanto a la igualdad y la horizontalidad en la
sociedad, y decir algo sobre cómo avanzar hacia su logro. Ello sin
afectar sino potenciando la libertad individual, y generando una
mayor y mejor integración solidaria.
1.-
Una característica de las civilizaciones es comenzar con la
propuesta y difusión de una cierta utopía social y política. La
utopía que motivó y dio impulso a la civilización moderna se
basaba en la afirmación de los principios de libertad económica,
igualdad social y fraternidad comunitaria, que constituyen y resumen
las principales aspiraciones que se ha planteado la humanidad en su
historia. Cuando después de cinco siglos esta civilización moderna
se encuentra en profunda crisis orgánica y tal vez en su agonía,
podemos comprobar que la libertad se ha cumplido solamente para un
segmento minoritario de la sociedad; la igualdad se ha establecido
parcialmente a nivel jurídico, no existe en la realidad de las
relaciones sociales, y constituye todavía una fuerte demanda social.
En cuanto a la fraternidad, es un valor casi completamente olvidado.
En
los hechos y también en el pensamiento, las búsquedas y el debate
se han centrado en la relación entre dos de esos principios, la
libertad y la igualdad, siendo una conclusión muy generalizada que
existe una contraposición entre la libertad y la igualdad, como
valores u objetivos que se niegan mutuamente: a mayor libertad mayor
sería la desigualdad consiguiente, mientras que un alto nivel de
igualdad tendería a impedir la libertad. Porque se ha entendido así,
es que la principal diversidad de posiciones, conflictos y
antagonismos políticos, se da entre quienes privilegian el valor y
el objetivo de la igualdad, y quienes enfatizan el valor y el
objetivo de la libertad.
Pero
como la afirmación de uno y la negación del otro resultan
insostenibles económica y políticamente, se ha buscado conciliar
ambos valores y objetivos estableciéndose distinciones entre lo que
serían la igualdad de hecho y la igualdad de derecho, o la igualdad
de condición y la igualdad de oportunidades. También se ha buscado
algún equilibrio entre ambos objetivos, tal que una excesiva
igualdad no elimine la libertad necesaria, o una excesiva libertad no
destruya la igualdad mínima indispensable. Y una tercera forma de
articular ambos valores ha consistido en distinguir ámbitos de
validez para uno y otro. Así, algunos ‘luchan’ por la igualdad
económica, plantean restricciones a las libertades políticas y de
opinión, y promueven la libertad en los derechos civiles. Otros
defienden la libertad económica pero buscan restringir el ejercicio
de las otras libertades. Entre el extremo liberalismo y el extremo
igualitarismo existe una amplia gama de combinaciones.
Estas
diferentes “soluciones” conceptuales y políticas no ayudan mucho
a clarificar la cuestión, o son claramente insuficientes, toda vez
que los valores y objetivos de la igualdad y de la libertad tienen,
ambos, algo de absoluto. En efecto, la afirmación “todos los
hombres somos iguales” expresa una convicción y un ideal que mueve
a buscar el máximo de igualdad posible en todos los campos; del
mismo modo que la libertad, entendida como aquello que nos define
como seres humanos, mueve a buscar la más amplia y extendida
libertad. ¿Es posible un nuevo modo de entender y resolver la
cuestión?
Propondré
en este trabajo una comprensión distinta a las mencionadas, de la
relación en que se ponen esos tres principios o valores, sosteniendo
que en un recto orden moral y social: a) la libertad es el valor
principal que hay que preservar; b) la igualdad justa y conveniente
de establecer socialmente es una que se funde en la universalización
de la libertad; y c) que ello es posible solamente con la mediación
de la más amplia fraternidad o solidaridad entre los seres humanos.
2.-
Propongo partir considerando algunos hechos básicos.
Un
primer hecho es de carácter individual. Yo podría tener más o
menos poder político, mayor o menor riqueza económica, y más alto
o más bajo reconocimiento y valoración cultural, si mis
aspiraciones hubiesen sido diferentes a las que han sido, si hubiera
efectuado otras decisiones en mi juventud, si mis opciones éticas
fuesen otras. Este es un hecho que puede extenderse a todas las
personas. Toda persona que esté consciente de las opciones que ha
hecho y que analice con objetividad sus propios comportamientos y
hábitos de estudio, de trabajo, de consumo y de entretención, sabe
que podría ser actualmente más o menos rica, más o menos poderosa
y más o menos culta, de lo que es. Si es así, debemos concluir que
las preferencias, las opciones vitales, la ética personal y los
modos de vida asumidos individualmente, influyen en el lugar que cada
uno ocupa en la estructura social, en la organización económica, en
la institucionalidad política y en el mundo cultural. Esta
incidencia de las opciones individuales puede ser mayor o menor,
según el grado de desarrollo de la libertad alcanzado por cada uno.
A mayor libertad, mayor incidencia individual en la riqueza, el poder
y el conocimiento.
Un
segundo hecho que tener en cuenta es de carácter natural y
social. La biología nos hace desiguales, determinando que
tengamos distinto sexo, diversidad de razas, y diferentes condiciones
de salud, de fuerza, de agilidad y de destrezas motoras, nerviosas,
emocionales e intelectuales. La geografía, las condiciones
climáticas y el medio ambiente causan desigualdades importantes
entre los distintos grupos y asentamientos humanos en la Tierra. La
historia nos ha diferenciado en etnias, naciones y pueblos. Entre los
seres humanos encontramos individuos de poca inteligencia y genios,
feos y hermosos, débiles y fuertes, agresivos y tímidos, violentos
y pacíficos. Todas las desigualdades entre los seres humanos que se
manifiestan y acentúan en las estructuras y procesos económicos,
políticos y culturales, nos obligan a reconocer un fuerte
condicionamiento geográfico, biológico, histórico y social del
nivel de riqueza, de poder, de conocimientos y de cultura que tenemos
cada uno.Pero, también en este sentido, el grado que tenga ese
condicionamiento que experimenta cada individuo, se relaciona con el
nivel de desarrollo de la libertad alcanzado. A mayor libertad, menor
determinación geográfica, biológica, histórica y social en la
riqueza, el poder y el conocimiento.
Un
tercer hecho que hay que tener en cuenta es la interacción e
influencia recíproca entre los individuos. Sea por condiciones y
talentos naturales, sea por vocación y dedicación especial a
determinadas actividades, existen en todas las sociedades personas
que destacan por sobre los demás, por la excelencia de sus logros y
realizaciones. Científicos y pensadores sobresalientes, artistas
eminentes, deportistas excepcionales, políticos pioneros,
empresarios notables, creadores, innovadores, precursores. Estas
personas, que aportan excelencia, son de enorme importancia para el
desarrollo de la humanidad, y también influyen muchísimo sobre las
personas que se relacionan e interactúan con ellos. Porque las
personas estamos vinculadas estrechamente unas con otras, nos
influenciamos, actuamos mirando a los demás y aprendiendo de ellos,
nos atraemos y establecemos afinidades y diferenciaciones.
En
este sentido, si bien todas las personas realmente libres tienen la
potencialidad de alcanzar un alto nivel de desarrollo humano en
alguno o varios campos de actividad, hay que tener siempre en cuenta
la acción de los otros, de las relaciones sociales y vínculos
comunitarios, que predisponen en ciertas direcciones y que facilitan
u obstaculizan el desarrollo. Un niño que nace en un ambiente de
deportistas, donde se valore el desarrollo físico, se hable de goles
y de triunfos deportivos, es probable que esté fuertemente atraído
a poner énfasis en esa dimensión. Un hijo que nace en una familia
de lectores de libros, cuyos padres hablan de poesía y novelas y
reflexionan sobre lecturas, desarrolla esas necesidades culturales.
Un gran músico, un gran científico, etc. crecen en el contacto,
convivencia e interacción con otro gran músico, científico, etc.
Los individuos somos atraídos e impulsados por aquellos que han
llegado más arriba o más adelante que nosotros mismos. Para todos
es decisiva la relación que tengamos con otras personas, no sólo en
las fases infantiles sino también una vez alcanzado un desarrollo
maduro. Pero también en este sentido hay que reconocer que el grado
de excelencia y la capacidad que tenga un individuo de atraer y de
ser atraído por otros, dependen fuertemente del nivel de
desarrollo de la libertad por él alcanzada. A mayor libertad, más
posibilidades de alcanzar la excelencia en alguna dimensión o
actividad, y de atraer a otros a niveles de más alto desarrollo.
3.-
Conectando los tres hechos mencionados llegamos a algunas
conclusiones relevantes. La primera es que, tanto el condicionamiento
geográfico, biológico, histórico y social, como la libertad
personal, y las relaciones que entablamos con otras personas, son
causantes de desigualdad. La segunda es que esos mismos factores que
nos hacen desiguales, son diferentes en unas personas y en otras, de
modo que unos están más condicionados y son menos
libres, y otros son más libres y se encuentran menos condicionados.
La tercera es que el grado de libertad y autodeterminación que
permita una sociedad a sus miembros, será determinante de
su nivel de riqueza, poder y cultura, y por consiguiente, de lo
acentuada o reducida que sea la desigualdad entre las personas. Por
último, parece evidente que mientras menor sea el grado de libertad
que permita o facilite una sociedad a los individuos que la
conforman, menor será el desarrollo humano de ellos, que
en su conjunto alcanzarán más bajos niveles de riqueza, poder y
cultura, aunque quizás pueda ser menor la desigualdad entre ellos.
Esta
secuencia de conclusiones nos lleva a re-plantearnos lo que podamos o
no podamos, y lo que debamos o no debamos, plantearnos respecto a la
cuestión de la igualdad y desigualdad de los individuos en la
sociedad. Y nos plantea una primera cuestión decisiva: si todo
nos hace desiguales ¿de dónde proviene y qué justifica la
pretensión, la demanda, la exigencia de la igualdad? ¿Cuál es el
fundamento de esta?
Esta
pregunta no puede obviarse. El nazismo, que sostenía la superioridad
de una raza sobre las otras y que llevó a políticas de exterminio
étnico; el marxismo, que sostenía la superioridad de una clase
social sobre las otras y que llevó al exterminio de enteras clases
sociales durante el estalismo y el maoísmo; el nacionalismo, que
sostenía la superioridad de una nación sobre las otras y
que llevó a guerras que buscaban avasallar a las naciones enemigas;
son fenómenos muy recientes, y si bien fueron derrotados militar y
políticamente, no han dejado de tener una consistente presencia
cultural y política hasta hoy. Todavía existen las guerras étnicas.
El darwinismo social es una ideología que sigue viva y activa en
muchos planos y espacios de la actividad humana, por ejemplo en
políticas de control de la natalidad, y en ciertas orientaciones de
la medicina. Hay algunas ideologías ecologistas extremas que, al
sostener que “somos demasiados” y que “la especie humana es
depredadora por naturaleza”, incuban tendencias altamente
peligrosas. Consideremos, entonces, el fundamento de la
afirmación de la igualdad de los seres humanos, en qué sentido
tiene un carácter absoluto, y cuáles son sus
implicaciones.
4.-
La naturaleza - física y biológica - es determinista, está sujeta
a condiciones y leyes que no controlamos, y genera desigualdades que
nos afectan inevitablemente. De aquí se sigue – y esta es una
conclusión importante –, que el plantearnos la igualdad y la
libertad como valores y objetivos por alcanzar, se origina en algo
que es exclusivo de los seres humanos: la conciencia, el espíritu.
Son la conciencia y el espíritu los que nos llevan a plantearnos
fines y a buscar los medios para realizarlos. De hecho, la
afirmación de que "todos somos iguales", que “compartimos
la misma dignidad humana” y que "tenemos los mismos derechos y
obligaciones", es una conquista cultural, moral y espiritual de
la humanidad.
Que
somos parte de una misma especie, es una realidad biológica; pero
ella no es suficiente para fundamentar la igualdad de todos los
individuos de la especie, en cuanto la misma biología establece
diferencias entre estos, y despliega mecanismos de selección, de
reproducción y de sobrevivencia que privilegian a unos miembros de
la especie en detrimento de otros. El ser parte de un conglomerado
natural no fundamenta la igualdad entre los miembros del mismo. El
hecho de compartir con otras especies el ser vivos, o el ser
animales, o el ser mamíferos, o el ser homos, no
determina igualdad entre tales géneros y especies ni entre los
miembros de ellas, que la misma naturaleza ha puesto en lucha y
conflicto por la sobrevivencia.
La
igualdad no se funda en el concepto biológico de ‘especie’, sino
en el concepto filosófico de ‘humanidad’. Que somos
parte de una realidad moral que llamamos ‘humanidad’; en la cual
nos definimos como ‘personas’, que compartimos la capacidad de
amar, de conocer, de emocionarnos, de crear y de efectuar opciones
libres; y que formamos ‘comunidad’, son realidades morales. Es en
y por nuestra condición de personas morales, con conciencia, razón
y libertad, que conformamos una humanidad, articulada en comunidades,
donde nos concebimos como personas iguales.
Este
ser ‘personas’, que formamos comunidad y humanidad, es una
convicción que históricamente han sostenido las religiones que
afirman precisamente que no somos seres puramente biológicos, sino
también espirituales, hijos de un mismo Padre, creados a imagen y
semejanza de Dios. Es también lo que han argumentado las filosofías
metafísicas, que afirman que cada individuo humano comparte con
todos los otros una misma 'naturaleza humana’, una misma
esencia. Así, pues, es desde el plano moral que surge la
demanda de igualdad. Podemos decir que la conciencia y el espíritu
se rebelan contra las desigualdades que establecen entre nosotros la
biología, la geografía, la naturaleza y la sociedad.
De
esto deriva una conclusión fundamental, a saber, que la calidad
moral y espiritual de una sociedad, y también de una comunidad
menor, o incluso de una persona, se manifiesta especialmente en el
modo en que trate y en que se relacione con las personas más débiles
y desprotegidas, reconociendo que la inferioridad económica,
política y cultural de ellas no reduce, ni afecta en lo más mínimo,
su radical igualdad con uno mismo y con todos.
Pero
debemos avanzar en el análisis de las implicaciones de todo lo que
hemos dicho, respecto a la igualdad y la libertad posibles y
deseables en la sociedad.
5.-
Si es verdad: 1) que mientras mayor sea la libertad y capacidad de
autodeterminación de una persona, menor es el condicionamiento
biológico y social que genera desigualdades de riqueza, de poder y
de cultura. Y 2) que también la conciencia y la libertad nos hacen
desiguales, en cuanto de nuestras decisiones depende en importante
medida la riqueza, el poder, la cultura y los conocimientos que
alcanzamos; se concluye que la igualdad en cuanto a la riqueza, el
poder, la cultura y el conocimiento de las personas es imposible, y
que ello no sería deseable, no sólo porque iría contra la biología
y la naturaleza, sino también contra la libertad, o sea, contra la
conciencia y el espíritu.
¿En
qué queda, entonces, aquello de que la igualdad es un derecho humano
esencial, fundamento de la civilización, aspiración y demanda de la
conciencia y del espíritu? Para responder esta pregunta examinemos
los contenidos de esa reivindicación ética, religiosa y filosófica
de igualdad de todos los seres humanos.
Lo
que tenemos en común, lo que nos hace iguales, y que fundamenta la
exigencia del reconocimiento social de nuestra igualdad, es que todos
los seres humanos somos personas, esto es, individuos conscientes,
racionales y espirituales, que es de donde surge la exigencia de
libertad y autodeterminación. Esa es la igualdad esencial,
fundamental, que es necesario fundar y defender en la sociedad, en el
marco de todas las desigualdades biológicas, geográficas,
económicas, sociales y culturales en que vivimos. En este sentido
cabe advertir que precisamente aquello que suele contraponerse a la
igualdad, a saber, la libertad, es precisamente el fundamento y la
justificación última de la igualdad humana esencial.
Así,
la respuesta a la pregunta: ¿qué igualdad es conveniente? encuentra
una nueva respuesta. Es la igualdad que consiste en que seamos todos
libres y autónomos, para decidir nuestras vidas, con nuestras
propias éticas, que nos conducirán a los niveles de riqueza, poder
político, conocimiento y cultura que obtengamos cada uno como
resultado de nuestras opciones, decisiones y acciones, con el menor
condicionamiento geográfico, biológico y social que se pueda, y con
el máximo desarrollo moral y espiritual que podamos alcanzar.
Si
todos fuésemos igualmente libres, las desigualdades económicas,
políticas y culturales que de ese modo se generen, serán legítimas
y convenientes, y no afectarán sino que serán manifestación de
nuestra igualdad humana fundamental, esencial. Entre personas libres
no hay dominación ni subordinación sino relaciones horizontales,
pues las personas libres se reconocen iguales entre sí y saben que
no son subordinables unas a otras sin consentimiento. La libertad no
genera igualdad económica y política, pero genera horizontalidad,
que es lo que debe buscarse en las relaciones humanas.
6.-
Lo anterior nos permite comprender que el gran problema de la
sociedad moderna, la gran desigualdad que da origen a todas las
manifestaciones injustas de ella en la economía, en la política, en
la educación y la cultura, consiste en que la libertad ha sido
alcanzada por una porción relativamente pequeña de las personas,
por un segmento de la sociedad que se constituye como una élite
dirigente, mientras la gran masa permanece subordinada y dependiente.
Ello genera una verdadera fractura en la sociedad, entre los
organizadores y los organizados, los dirigentes y los dirigidos, los
gobernantes y los gobernados, los empresarios y los trabajadores, los
conocedores y los ignorantes, los cultos y los vulgares.
En
efecto, simplificando la realidad pero sin falsear su configuración
básica, podemos decir que en el mercado existen dos situaciones o
modos en que las personas se encuentran en él: 1. Como organizadores
o protagonistas económicos, esto es, personas que actúan con
autonomía, como es la situación de los empresarios y de los que
ejercen profesiones liberales o se desempeñan trabajando de manera
autónoma; 2. Como dependientes y subordinados, como es el caso de
los trabajadores asalariados, de los empleados dependientes, de los
pensionados, etc.
También
en el Estado existen dos modos principales de estar: 1. Como
dirigentes, que es la situación en que están los miembros de la
llamada ‘clase política’ y de la alta burocracia pública, o sea
los gobernantes, parlamentarios, magistrados, autoridades y
funcionarios de la administración central, dirigentes de los
partidos políticos, etc.; 2. Como dirigidos, que es la situación en
que se encuentran los ciudadanos comunes y corrientes, que son objeto
de las decisiones gubernativas, que aceptan o se conforman
pasivamente a lo que deciden las autoridades, o que en el mejor de
los casos buscan incidir en las decisiones a través de las
movilizaciones y presiones sociales.
Igualmente
en la cultura se dan los dos modos de participar: 1. Como creadores,
que es la situación en que están los artistas, científicos,
pensadores, protagonistas y organizadores de cultura. 2. Como público
que se limita a apreciar y seguir el conocimiento, el arte, la
cultura que otros les ofrecen.
Todos
participamos del mercado, del estado y de la cultura; todos somos
parte de esos tres sistemas que proveen en distintas formas los
bienes y servicios que necesita la población; pero en ellos se
manifiesta la división social que separa a los que participan y
están insertos en calidad de protagonistas y, en consecuencia, que
gozan de los mayores privilegios; y los que se encuentran en
condiciones de subordinación y dependencia, marginados de los
procesos decisionales, y cuyo acceso a los bienes y servicios es más
precario. Cabe señalar, además, que los de arriba, los que son
organizadores y autónomos sea en el mercado, en el estado o en la
cultura, tienen normalmente un nivel educativo y de acceso al
conocimiento y a la información que podemos considerar elevado o de
excelencia, según los estándares del propio sistema; mientras que
los de abajo, los que operan como subordinados o dependientes sea en
el mercado como en el estado y en la cultura, suelen tener un
inferior nivel educativo y un reducido acceso al conocimiento y a la
información.
7.-
Ahora bien, para comprender correctamente el modo en que se configura
y se reproduce la estructura social hay que tener en cuenta dos
hechos, que mitigan o reducen y que en parte ocultan, pero no
eliminan, la separación cualitativa existente entre los autónomos
de arriba y los dependientes de abajo.
El
primero es que en ambos niveles se manifiesta una gradación, de tal
manera que los peldaños inferiores de ‘los de arriba’ se
encuentran muy cercanos a los peldaños superiores de ‘los de
abajo’ en términos de su situación socio-económico-cultural.
Gradación que da la apariencia de que se tratara de una única
estratificación o escala social en que se distribuyen los distintos
niveles sociales, económicos y culturales; apariencia reforzada por
el hecho que la situación socio-económico-cultural de las familias
y personas se mide con parámetros y datos puramente cuantitativos,
cuales por ejemplo, los niveles de ingresos, los años de
escolaridad, la cantidad de bienes y servicios a los que se accede,
etc.
El
segundo hecho es que la separación entre los de arriba y los de
abajo no está dada por una barrera infranqueable, por una valla
impermeable, existiendo ciertas formas, conductos y mecanismos que
permiten ‘perforar’ la línea que los separa. En efecto, existe
la posibilidad del ascenso de algunos de los abajo hacia el nivel
superior, y a la inversa, el descenso de algunos de los de arriba al
nivel inferior, en cantidades mayores o menores según cuan rígida o
abierta sean las estructuras e instituciones del mercado, del Estado
y de la cultura. Cuando la movilidad social es más amplia y está
disponible para un mayor número de personas se dice que estamos en
una ‘sociedad abierta’, y en ella crecen y se desarrollan los
grupos sociales definidos como ‘aspiracionales’.
Es
en este sentido que interviene de manera relevante la educación y el
acceso al conocimiento y a la información. Pues una diferencia
decisiva que establece la separación entre los que pertenecen a uno
u otro de los niveles sociales es precisamente el dominio del
conocimiento y de la información. Porque la educación, la cultura,
el conocimiento y el dominio de la información son factores claves
que determinan la posibilidad de que las personas sean libres,
autónomas y organizadoras, o que se mantengan en condición
subordinada y dependiente. Dicho más directamente, para ser
dirigente, organizador, autónomo, hay que tener el conocimiento, los
saberes, la cultura, la información y las competencias requeridas
para ello.
8.-
De esta comprensión de la relación entre la igualdad y la libertad
derivan consecuencias trascendentales sobre la organización de la
vida económica, política y cultural de la sociedad. Si se lo
entiende cabalmente, nos daremos cuenta de que el origen de todas las
desigualdades injustas y que es necesario remover, son causadas por
limitaciones a la libertad, en el sentido de que no todos los humanos
somos libres, iguales en libertad. Se comprenderá la exigencia ética
de una transformación muy profunda del orden social, económico,
político y cultural, orientada a favorecer y promover la
libertad de los oprimidos y subordinados, en un proceso de largo
aliento que conducirá progresivamente a la eliminación de todas las
desigualdades injustas e inaceptables que existen en nuestras
sociedades.
En
este sentido, una primera, elemental y fundamental consideración,
nos lleva a afirmar que, tener capacidad de
autodeterminación y ejercicio de la libertad, supone disponer de un
cierto nivel mínimo y suficiente de salud, de capacidades físicas y
mentales, de recursos económicos, de poder, de conocimientos y de
cultura, bajo cuyo umbral la libertad y capacidad de
autodeterminación es inexistente o muy escasa. Para ser libres y
tener capacidad de autodeterminación, es necesario encontrarnos
adecuadamente alimentados, disponer de un lugar donde vivir y
protegernos de las inclemencias del clima, tener una razonable
seguridad de no ser asaltados, disponer de salud y de alguna
suficiente atención ante las enfermedades, haber alcanzado algún
nivel de conocimientos y de cultura.
Todo
esto no lo proporcionan, no la aseguran la geografía, la biología y
la naturaleza. Todo eso debe ser construido socialmente, por obra de
emprendimientos y organización económica, de orden y organización
política, de actividades culturales y sistemas educativos, etc. En
otras palabras, todo ello son exigencias que la ética personal y
social, la conciencia y el espíritu (que nos hacen reconocernos
personas humanas, viviendo en comunidad, formando la humanidad),
ponen a la economía, la política, la organización cultural y
educacional. Todo ello es fruto de la libertad, al mismo tiempo que
establece condiciones y límites a la libertad con el fin de que
todos alcancemos aquella libertad y capacidad de autodeterminación
mínimas que nos constituyen como personas humanas formando
humanidad.
Para
ser libres y tener capacidad de autodeterminación, es necesario,
además, la participación activa en la comunidad. En esta nos
retro-alimentamos mutuamente en el proceso de desarrollarnos. Por eso
es esencial la experiencia colectiva, la convivencia, la
participación en grupos, redes y organizaciones. Los humanos nos
asociamos porque individualmente somos incompletos y no
auto-suficientes. Las necesidades las satisfacemos, y las capacidades
las desarrollamos, cada uno desplegando sus propias energías y
proyectos de realización; pero también las desplegamos en el
compartir, en el convivir y en el asociarnos con otros para enfrentar
necesidades que tenemos en común. Si uno quiere desarrollar las
necesidades espirituales o las necesidades de conocimientos tiene que
encontrar personas que quieran lo mismo, porque así van a poder
alimentarse en esa búsqueda, en ese trabajo, en esa construcción
común de los satisfactores de esas necesidades; si uno quiere
desplegar su espíritu musical o deportivo, tiene que vincularse a
personas que compartan esas dimensiones. Y si nos articulamos en una
organización, en una experiencia humana donde se encuentren personas
de distintas cualidades, de distantes personalidades, de diferentes
niveles de excelencia, nos enriquecemos también cada uno y a los
demás mutuamente, con lo que cada uno haya desplegado más. En
comunidad, cada uno aporta a los otros en la medida de lo que ha
llegado a ser y a tener. Y mientras mayor sea el logro que
hayamos alcanzado, en riqueza, o en poder, en cultura o en
conocimientos, más elevada será la exigencia moral que
tenemos, de compartir, libremente (no por coacción) y en solidaridad
con los menos desarrollados, aquello que hayamos desarrollado..
8.-
¿Cómo serían la economía, la política, la educación y la
cultura, si todos los humanos fuéramos libres, y participáramos en
organizaciones y comunidades de personas libres y solidarias, donde
aprendamos y nos impulsemos unos con otros? Dadas las restricciones
de espacio y de tiempo, me limito aquí a una consideración general
sobre los ámbitos de la actividad y organización en que es más
importante la libertad, y a una particular sobre la economía.
En
lo general, si asumimos que la libertad de todos es el
objetivo esencial al que se debe aspirar, los ámbitos más
importantes en que la libertad debe ser asegurada y garantizada son,
el de la libertad de educación, porque es a través de la educación
que las personas desarrollan su libertad, y el de la libertad de
conciencia, de expresión y de comunicación de las ideas y
conocimientos, que es donde se manifiesta primera y originalmente la
libertad de las personas. Es obvio que la libertad sólo puede
expandirse, perfeccionarse y desarrollarse en un ambiente de
libertad, que ha de proyectarse hacia todos los ámbitos de la
actividad humana, y especialmente en la economía, la política y la
cultura.
En
lo particular sobre la economía, sostengo en mis libros sobre el
desarrollo, la transformación y el perfeccionamiento de la economía,
que una organización fundada en la libertad y en la asociatividad y
solidaridad, que genera las condiciones óptimas de igualdad y
horizontalidad entre las personas que en ella participan, es aquella
que se aproxime a las condiciones de la llamada ‘competencia
perfecta’, que los economistas clásicos identifican en la
atomización de los oferentes, la ausencia de barreras y el libre
acceso, la plena movilidad de factores y productos, la transparencia
e información abierta; lo que desde la óptica epistemológica y
teórica de la economía comprensiva llamamos ‘mercado
democrático’, y que implica la liberación de las fuerzas
productivas, incluido por cierto el trabajo, pero también el dinero,
el financiamiento y la empresarialidad.
La
efectiva realización de la libertad económica implica que todas las
personas estemos en condiciones de ser empresarios, individual y/o
asociativamente, lo que se cumple en la economía de solidaridad y
cooperación. En ésta, la distinción fundamental propia del
capitalismo, entre empresarios y trabajadores, se disuelve, haciendo
que todos seamos (podamos ser) empresarios, aportadores de factores,
y trabajadores a la vez; o bien, que podamos optar libremente entre
la condición de empresario, de aportador independiente de factores,
o de trabajador dependiente. En el mercado democrático y en la
economía solidaria se vive un máximo de libertad económica, y un
óptimo de vinculación social mutuamente enriquecedora, generándose
condiciones de horizontalidad en las relaciones entre productores,
intermediarios y consumidores, y entre empresarios, aportadores
independientes de factores, y trabajadores.
Es
obvio que todo esto supone que las personas hayan alcanzado un nivel
suficiente de desarrollo de su libertad y capacidad de
autodeterminación. En tal sentido, es preciso entender que el
mercado democrático y la economía solidaria son, al mismo tiempo,
condiciones que permiten y facilitan el desarrollo de la libertad, y
manifestaciones de la libertad lograda progresiva y crecientemente
por las personas.
9.-
Puestas así las cosas, pareciera que compaginar la libertad
individual con la igualdad social - entendidas en los términos
indicados - fuera algo imposible de lograr en la actualidad, teniendo
en cuenta que una mayoría de los seres humanos vive en condiciones
de subordinación económica, social, política y cultural, estando
muy lejos de poder conquistar y ejercer la libertad. Sostengo, en
cambio, que ello es posible de construir realmente en base del
desarrollo de una ética de la solidaridad o fraternidad comunitaria,
aplicada consistentemente en la economía. Tal es el sentido y el
significado profundo de la economía solidaria.
En
efecto, las personas que por cualquier circunstancia no alcanzan por
sí mismas el desarrollo personal que les permita participar en la
economía con libertad, pueden encontrar en la economía solidaria
una vía regia para lograrlo. En efecto, asociándose con otras
personas para trabajar en empresas cooperativas, mutiplicando su
eficiencia mediante los efectos productivos del Factor C, organizando
comunitariamente el consumo de modo de obtener mayores satisfacción
de los bienes y recursos escasos disponibles, las personas logran un
elevado nivel de realización de su libertad personal en lo
específicamente económico, con el plus de encontrar en esas mismas
experiencias, significativas oportunidades de desarrollo comunitario,
cultural, intelectual y espiritual.
Aquellas
otras personas que por su mayor y mejor desarrollo económico
personal y familiar logran generarse ingresos y acumular excedentes
más allá de los convenientes para una ‘vida buena e integral’,
pueden participar en la economía solidaria destinando una parte de
sus recursos excedentarios a apoyar la formación de iniciativas de
producción y de consumo de economía solidaria, o aún mejor,
organizando e invirtiendo en iniciativas culturales y educacionales,
o de índole espiritual, que favorezcan el desarrollo humano integral
no sólo de sí mismas, sino de la comunidad de la que forman parte,
y de la sociedad en general.
En
ambas situaciones - la de quienes no alcanzan por sí mismos el
umbral de la libertad de trabajo y consumo que les garantice una vida
libre, sana y digna, y la de quienes lo soprepasan en exceso
disponiendo de riquezas que no les sirven realmente y que incluso les
desvían de la correcta atención de la socialidad y fraternidad -
encontramos que la economía solidaria ofrece a todos las
oportunidades y la ocasión de ser realmente libres, liberadores y
constructores de una sociedad más horizontal y menos desigual.
Luis Razeto