Crisis,
mercado y “otra economía”
Desde la crisis financiera que afectó al mundo capitalista el año 2008 la economía global ha tenido un crecimiento sostenido, configurando el más largo período de tiempo en que no ha experimentado una recesión. Este mismo hecho, y diversas señales de los mercados que los analistas indican como preocupantes, están volviendo de actualidad la vieja pero siempre renovada cuestión de la crisis del capitalismo. Se plantea, en consecuencia, la pertinencia y actualidad de plantearse una vez más las preguntas del título de este artículo.
A menudo quienes aspiran o activamente se esfuerzan en construir “otra economía” –más justa, solidaria, no capitalista – tienden a observar la economía dominante como experimentando una crisis profunda, y esperan que de algún modo sobrevenga un colapso, una demolición, una paralización del mercado, por efecto de su propio peso, de sus contradicciones internas, de sus crisis. Se piensa que cuando ocurra el colapso del mercado será el momento de la “otra economía”, que mientras tanto se estaría construyendo sólo en pequeña escala, como prefiguración o antecedente de lo que será, en gran escala, después de la catástrofe. En presencia de las crisis financieras recurrentes que pudieran gatillar una "gran crisis" económica, muchos anuncian que está a punto de verificarse el fin del capitalismo y, por tanto, que se abre la oportunidad para que la “otra economía” se despliegue como la gran solución anhelada. Sobre las causas y profundidad de estas crisis económicas y sobre sus posibles soluciones y vías de salida, ofrecemos a continuación una serie de análisis y reflexiones – basadas en nuestra “teoría económica comprensiva” – que esperamos sirvan a una mejor intelección de la cuestión enunciada.
A menudo quienes aspiran o activamente se esfuerzan en construir “otra economía” –más justa, solidaria, no capitalista – tienden a observar la economía dominante como experimentando una crisis profunda, y esperan que de algún modo sobrevenga un colapso, una demolición, una paralización del mercado, por efecto de su propio peso, de sus contradicciones internas, de sus crisis. Se piensa que cuando ocurra el colapso del mercado será el momento de la “otra economía”, que mientras tanto se estaría construyendo sólo en pequeña escala, como prefiguración o antecedente de lo que será, en gran escala, después de la catástrofe. En presencia de las crisis financieras recurrentes que pudieran gatillar una "gran crisis" económica, muchos anuncian que está a punto de verificarse el fin del capitalismo y, por tanto, que se abre la oportunidad para que la “otra economía” se despliegue como la gran solución anhelada. Sobre las causas y profundidad de estas crisis económicas y sobre sus posibles soluciones y vías de salida, ofrecemos a continuación una serie de análisis y reflexiones – basadas en nuestra “teoría económica comprensiva” – que esperamos sirvan a una mejor intelección de la cuestión enunciada.
Muchos
se imaginan el colapso del “sistema” capitalista como un edificio
que se derrumba entero; y en consecuencia, la construcción de la
“otra economía”, como una edificación completamente nueva, que
tal vez pueda aprovechar algunos trozos del edificio derrumbado, que
pudieran ser reciclados e integrados al nuevo orden económico. Más
allá de que palabras como “derrumbe” o “colapso”, aplicadas
a la economía son solamente metáforas, considero necesario precisar
algunos conceptos, para adquirir una perspectiva más realista
respecto del futuro y en relación a las condiciones que pueden
esperarse para acelerar la construcción de “otra economía”.
Primera
precisión. El
mercado no se detiene, no deja de funcionar, no se derrumba (a menos
que sobrevenga una catástrofe que destruya la vida social, por
causas exógenas al mercado como tal), por más que experimente
crisis financieras y económicas de considerable envergadura. Porque
el mercado es la interacción y la coordinación de las decisiones de
producción, distribución y consumo que efectúan permanentemente
los seres humanos y sus organizaciones. Desde que existen, y mientras
existan seres humanos y organizaciones, ha habido y habrá
intercambios entre ellos, y el mercado seguirá funcionando.
Segunda
precisión. El
mercado en su evolución histórica ha experimentado y experimentará
transformaciones que pueden ser muy profundas, estructurales (como se
acostumbra decir). Las transformaciones más importantes y profundas,
las experimenta el mercado cuando ocurren en la sociedad fenómenos
que impactan fuertemente
la vida colectiva, tales como guerras, devastaciones naturales,
descubrimientos o conquistas de nuevos territorios, innovaciones
tecnológicas de alto impacto, incorporación o agotamiento de
importantes fuentes de energía, revoluciones sociales, instauración
de un nuevo sistema político, etc. En tal sentido, es esencial
comprender que el mercado se encuentra determinado, que no existe en
sí mismo, que no funciona exclusivamente en base a sus propias
dinámicas internas. El mercado es siempre un “mercado
determinado”. En tal sentido, no puede descartarse enteramente
que
el mercado llegue a colapsar, hundiendo a las sociedades en un abismo
de decadencia catastrófica; pero ello no puede ocurrir por causas
inherentes al funcionamiento del mercado mismo, sino por impactos
exógenos. Hoy, por ejemplo, pudiera ocurrir un colapso económico si
las economías fueran afectadas por un drástico cambio climático, o
por un acelerado agotamiento simultáneo
del
petróleo
y otras fuentes de energía.
Tercera
precisión. No
obstante lo anterior, debe reconocerse que el mercado es capaz de
resistir impactos exógenos muy fuertes, frente a los cuales
reacciona conforme a sus propias dinámicas internas. Una guerra
mundial o una guerra civil pueden alterar drásticamente la
conformación del mercado y la participación en él de los sujetos,
pero el mercado sigue funcionando en esos contextos modificados. El
mercado sigue funcionando y reacciona con sus propias racionalidades
cuando se producen catástrofes naturales, cambios tecnológicos,
disminución de los recursos y fuentes de energía, etc.
Cuarta
precisión. Las
dinámicas internas del mercado, en el sentido de sus ciclos, sus
crisis y sus fases de expansión y
recesión;
los fenómenos de inflación y crecimiento, estancamiento o
depresión; sus cambios a nivel de los sistemas e instituciones
monetarias y financieras; sus procesos de concentración y
distribución de la riqueza, son dinámicas que pueden impactar muy
hondamente el funcionamiento de la producción, la distribución de
la riqueza, los niveles de consumo y los ritmos de crecimiento. Pero
por sí mismas, tales dinámicas no conducen a una interrupción del
funcionamiento del mercado, no lo detienen, no lo hacen colapsar en
el sentido de un edificio que se cae y del que sólo quedan escombros
que recoger. Los cambios y las crisis más hondas que puede
experimentar el mercado como efecto de sus propios desequilibrios y
“contradicciones” no llevan a que el mercado deje de funcionar,
aunque ciertamente podrán afectar muy seriamente los niveles riqueza
y pobreza y las
condiciones
de vida de las personas, las organizaciones y empresas, los pueblos,
las naciones y los estados.
Quinta
precisión. El
mercado en su funcionamiento interno puede marginar e incluso
expulsar a determinados sujetos que participan en él. De hecho, en
el mercado las más grandes e importantes empresas pueden caer en
bancarrota, los países más ricos pueden entrar en decadencia, otros
pueden entrar en situaciones de gran pobreza y miseria, y muchísimas
personas pueden perder todos sus bienes y recursos. Pero lo más
seguro es que el mercado siga funcionando, con nuevos, con distintos,
e incluso con menos integrantes; pero se ve menos afectado de lo que
se cree, por lo que ocurra a tales o cuales individuos, a tales o
cuales grandes empresas, a tales o cuales países.
Sexta
precisión. En
el mercado participan de hecho todos los sujetos, individuales y
colectivos, todas las organizaciones e instituciones, todos los
Estados y las comunidades, todos los países y las regiones. La
participación de cada uno de estos sujetos, sin embargo, puede ser y
de hecho es muy diferenciada, en cuanto unos participan más y otros
menos, unos lo hacen de un modo y otros de otro, cada uno ofreciendo
determinados factores, productos y servicios y demandando
determinados productos, servicios y factores. En el mercado, cada
sujeto individual o colectivo se encuentra más o menos inserto,
ocupando un lugar más o menos central, periférico o marginal.
Toda “otra economía” deberá participar en el mercado; todos los
sujetos, las empresas y las organizaciones de “otra economía”,
están condicionadas y necesitan hacerse un espacio de acción e
intercambios en el mercado.
Séptima
precisión. Alguien
(un sujeto individual o colectivo de cualquier nivel que sea,
incluido un país, o un grupo de países de una región del mundo)
podría “salirse” del mercado global
y
seguir subsistiendo, pero ello implica dos condiciones básicas. Una,
que se haga totalmente autosuficiente en el sentido de ser capaz de
proveerse de todos los bienes y servicios que necesita; y dos, que
limite sus necesidades exclusivamente a aquellas respecto de las
cuales puede proveerse autónomamente de lo indispensable para
satisfacerlas. Condiciones éstas que, si bien se las examina,
implican sacrificios extremos para quienes intenten cumplirlas. “Otra
economía” que quiera hacerse independiente de las dinámicas del
mercado más
grande,
deberá asumir los costos que ello implica, y entre sus participantes
deberá construir su propio mercado, acentuando las interacciones e
intercambios entre quienes la integran. En tales intercambios entre
sus integrantes, como también en los intercambios que estos
establezcan con los del mercado general, podrá manifestarse la
racionalidad diferente que las caracteriza, en cuanto actúen y se
relacionen manteniendo sus principios, sus valores, su ética y sus
modos propios de comportarse. Esto vale también para países
completos que pretendan autonomizarse del mercado y de su crisis, e
incluso para grupos de países de una entera región.
Hechas
estas precisiones iniciales que tal vez permitan corregir algunas
confusiones teóricas bastante habituales entre quienes buscan
construir “otra economía”, sigue abierta la interrogante clave
respecto al sentido y la medida en que el mercado se altere en su
funcionamiento, se trabe en sus dinámicas habituales, entre en
crisis profunda, y que en tales contextos pueda cambiar y hacer
posible que se abran espacios a la expansión de esa “otra
economía”. Comprender estas posibilidades nos exige detenernos
sobre algunos conceptos económicos fundamentales y aplicarlos a la
situación presente.
Profundizando
en las causas de las
crisis financieras.
Las
crisis financieras se producen –en lo esencial– a consecuencia de
una exagerada expansión del endeudamiento de las personas, las
empresas y los Estados, que dan lugar a un rápido incremento de las
insolvencias y los incumplimientos de los deudores. Se acumulan de
este modo en los bancos y entidades crediticias, títulos de deuda
que carecen de valor, o que lo pierden en proporciones
significativas. Se genera en consecuencia una pérdida de activos (o
de valor) de los bancos y acreedores en general, que provoca la
desconfianza de los inversionistas y tenedores de títulos, bonos y
acciones, que se apresuran en deshacerse de estos papeles amenazados,
y buscan refugio en activos que les proporcionen mayor seguridad. Con
todo ello disminuye la capacidad de dar y de recibir créditos, lo
cual se traduce en contracción económica y recesión.
Así
entendida la crisis, se trata de un fenómeno “normal” y
recurrente, que sucede periódicamente en los mercados. Lo que
pudiera diferenciar una crisis grande de otras menores sería
solamente por su profundidad y su extensión. En tal sentido, los
números involucrados llevan a pensar que estaríamos ante el peligro
de una crisis cuya intensidad no se ha visto desde la gran crisis de
los años 1929-30.
El
análisis de la actual situación de los mercados efectuado en base a
los conceptos de la Teoría Económica Comprensiva, reconoce que lo
expuesto (en los términos de las concepciones económicas
convencionales) es correcto; pero va más allá y nos abre a otra
dimensión de una nueva “gran crisis” probable, que puesta en una
perspectiva histórica nos permite preverla no solamente como más
profunda y extendida sino como cualitativamente distinta. Más aún,
nos pone en la perspectiva de comprender que las respuestas
“normales” o habituales, aplicadas a las crisis, no tendrán los
efectos esperados, es decir, no conducirían a una real superación
y/o salida de la crisis.
La
salida “normal” de una crisis financiera “normal” consiste en
combinar en una adecuada (u óptima) proporción, tres elementos: a)
la pérdida de valor de los activos de los acreedores; b) la pérdida
que deben asumir los deudores; c) la pérdida que necesariamente ha
de afectar al conjunto de los otros agentes económicos
(consumidores, empresarios, trabajadores, etc.) vía inflación y/o
vía contracción económica. De este modo se obtiene que la pérdida,
el daño y el dolor que provoca la crisis se reparta (y diluya) entre
los diferentes sectores involucrados. Estos procesos son
cuidadosamente monitoreados por los Gobiernos (políticas fiscal,
tributaria, regulatoria, subsidiaria y de incentivos, rescate de
bancos, etc.) y por las autoridades monetarias o bancos centrales
(tasas de interés, emisión monetaria, tipo de cambio, etc.).
Todo
ello está de hecho ocurriendo. Pero desde el punto de observación
que nos proporciona la Teoría Económica Comprensiva podemos ver
algo más, por debajo y más allá de todo lo indicado. (Como no
podemos explicar aquí lo qué es y cómo procede la Teoría
Económica Comprensiva, debemos limitarnos a exponer algunas
conclusiones de un análisis que no cabe aquí explicitar. Baste por
ahora decir que esta Teoría comprende los fenómenos y procesos
económicos desde la intersubjetividad de las acciones, decisiones e
intenciones de los sujetos privados y públicos que los producen,
enmarcados en un determinado contexto institucional, jurídico,
político, social y ambiental).
Desde
esta óptica apreciamos básicamente dos fenómenos de incalculables
consecuencias:
El
primer fenómeno es un cambio que se está cumpliendo en la
naturaleza o “esencia “del dinero. Y como el dinero es –en el
actual sistema económico- el elemento articulador de los mercados y
de la economía en su conjunto, la presente crisis está significando
una desarticulación estructural muy profunda de los determinantes
del mercado, de modo que no podría resolverse una gran crisis
financiera sino mediante una reforma institucional, jurídica y
política global. Entendamos: el mercado continuaría funcionando,
pero en crisis, que se prolongaría hasta que se cumplan dichas
reformas.
El
segundo fenómeno, estrechamente conectado al anterior, es una
mutación al nivel de las relaciones entre los agentes económicos
privados y los agentes económicos públicos, tal que los equilibrios
que han permanecido sin cambios sustanciales durante las últimas
seis décadas ya no se sostienen, planteando la necesidad de
redefinir las relaciones entre economía y política.
El
valor del dinero y la crisis financiera global
El
dinero (tan vilipendiado por algunos, tan amado por todos), es uno de
los más importantes inventos y creaciones de la humanidad. En
efecto, el dinero ha sido durante milenios y seguirá siéndolo hasta
que inventemos una alternativa mejor, la solución a los más grandes
problemas de la vida económica y social.
Como
ningún individuo, ni familia, ni grupo humano es autosuficiente,
todos necesitamos intercambiar los bienes y servicios que necesitamos
y que producimos. Los seres humanos nos necesitamos unos a otros, y
trabajamos unos para otros. Esto da lugar al intercambio, al mercado,
que cuando no existía el dinero se realizaba como trueque directo de
unos bienes y servicios por otros bienes y servicios. Pero el trueque
tiene dos problemas: es difícil de realizar (porque exige cada vez
la coordinación empírica de las decisiones de cada oferente con las
de cada demandante), y suele ser muy injusto (porque no hay un
criterio ni mecanismo de medición del valor de los bienes y
servicios que se intercambian).
El
dinero resuelve estos dos problemas, al cumplir las siguientes
funciones: 1.
Servir como unidad de medida del valor de los factores, bienes y
servicios económicos; 2.
Servir de medio de cambio universal, coordinando las decisiones de
todos los participantes en el mercado a través del sistema de
precios.
Hay
otros dos tremendos problemas económicos que el dinero resuelve. Los
individuos y las sociedades necesitamos asegurar el futuro, lo que
supone reservar y acumular la riqueza. Acumular los bienes físicos
que constituyan riqueza (trigo, ladrillos, etc.) no siempre se puede
y suele ser muy ineficiente, pues las cosas se dañan, pierden valor,
se las roban. El dinero viene, entonces, a cumplir a función 3.
Servir como medio de acumulación de riqueza, o servir para “reserva
de valor”.
Otro
problema y necesidad que no encuentra solución sin el dinero, y que
éste resuelve cumpliendo su función 4, cual es la de coordinar en el tiempo (coordinación intertemporal) las
decisiones de los distintos agentes económicos,
de manera tal que los recursos productivos y los bienes producidos
estén disponibles para cada sujeto en el momento en que los
necesita, sin permanecer inactivos o desocupados durante largos
períodos de tiempo, o sin que haya que esperar acopiar todos los
recursos antes de iniciar una actividad. Esto se conecta con la
función 5.
El dinero permite que lo que unos ahorran hoy (para gastar mañana)
esté disponible hoy (en la forma de crédito o préstamo) para quien
lo necesita ahora pero que sólo podrá pagarlo después.
Pues
bien: ¿Qué pasa si el dinero deja de ser confiable como “unidad
de medida” del valor? Imaginemos: ¿qué pasaría en la
construcción de un edificio, de una catedral, de un castillo, si el
metro que usamos para medir, un día mide 80 centímetros, el día
siguiente mide 110 cm., luego sólo 90, y nadie sabe realmente ni
puede confiar en el metro que utiliza cada día?
En
la historia ha ocurrido varias veces – y cada vez ha sido ocasión
de una “gran crisis” económica – que el dinero ha dejado de
ser confiable como unidad de medida del valor. Cuando ello ocurre,
deja el dinero de servir para acumular riqueza y reservar valor; ya
no sirve tampoco para la coordinación intertemporal de las
decisiones (pues ahorrantes y endeudados no pueden saber lo que vale
lo que tienen hoy y lo que podrán tener mañana). Y se entorpece
seriamente incluso la función del dinero como medio de intercambio
universal.
Mi
tesis es que una gran crisis financiera que daría paso a una “gran
crisis” económica, podría ser causada por una severa distorsión
al nivel de la “esencia” y las funciones del dinero. Algo que
podría estar sucediendo actualmente. Y si fuera así, la crisis no
se superaría hasta que el dinero recupere su capacidad de cumplir
correctamente sus cinco funciones esenciales. En tal sentido, los
“rescates” financieros que implementan los gobiernos y organismos
financieros internacionales no hacen sino agravar la crisis y
postergar su superación, toda vez que contribuyen – y de manera
muy importante – a acentuar la distorsión del dinero y dificultar
que cumpla sus funciones esenciales.
Para
que el dinero cumpla sus cinco preciosas funciones, es necesario que
satisfaga dos condiciones esenciales, estrechamente asociadas. La
primera es que el dinero tenga valor, que represente valor realizable
en el mercado. Para ello debe tener un “respaldo” adecuado y
consistente. La segunda condición es que sea “confiable” para
todos los agentes económicos.
Que
el dinero tenga valor, que esté respaldado por riqueza real, es una
necesidad obvia, toda vez que es el activo económico que se
intercambia por bienes, servicios y factores reales. Nadie cambiaría
algo que vale por algo que no vale.
Que
el dinero sea confiable es una consecuencia del respaldo que lo
sostiene, y además, de que esté vigente jurídica e
institucionalmente el “contrato social” o la convención
intersubjetiva según la cual se fija la “unidad de medida” del
dinero que se emplea en las transacciones, que garantiza la
genuinidad del dinero circulante, y que castiga los incumplimientos
de los contratos comerciales. En la época moderna esta garantía de
confiabilidad está dada por a nivel de los Estados por sus Bancos
Centrales, y a nivel global por los acuerdos internacionales que
regulan las transacciones financieras y comerciales.
Es
de la esencia del dinero que “tenga valor”, que esté respaldado.
Pero el respaldo del dinero puede darse y verificarse de diferentes
modos.
Antiguamente
el dinero que se empleada en las transacciones tenía valor en sí
mismo: se trataba de porciones de oro, plata y metales preciosos.
Posteriormente
se colocó el oro en la bóveda de los bancos, que emitían billetes
de papel “convertibles” en oro o plata.
Después
se descubrió que no era necesario que el dinero tuviese respaldo en
oro, pues podía respaldarse directamente en los bienes y servicios
por los cuales se intercambiaba en el mercado. El que emitía el
dinero garantizaba que tenía activos económicos suficientes para
respaldar la emisión monetaria y responder por el valor del dinero.
Más
adelante se pensó que no necesariamente fuera el emisor quien debía
disponer de valores equivalentes al dinero emitido, pues bastaba que
el conjunto del dinero estuviera respaldado por el conjunto de bienes
y activos económicos existentes en un mercado determinado.
Pero,
para que ello generara la indispensable confianza, fue necesario que
el Estado tuviera el monopolio de la emisión del dinero,
garantizando que no emitía dinero nuevo sino en determinada
proporción del crecimiento de la producción. (Si no cumplía con
parsimonia con este requisito, esto es, si realizaba emisiones
“inorgánicas”, el dinero se desvalorizaba en el mercado
produciendo inflación que reducía el valor de la unidad monetaria).
En
fin, últimamente se inventó que podía emitirse dinero sin respaldo
actual en activos económicos existentes en el mercado, siendo
suficiente que el respaldo lo otorgara el conjunto de los compromisos
de pago futuro asumidos por los sujetos económicos que reciben el
dinero en forma de préstamos o créditos. El respaldo consiste,
actualmente, solo en creer que los deudores pagarán el dinero que ha
sido emitido expresamente como crédito.
Es
así que, hoy, el dinero se emite como deuda, en una serie de
transacciones de bonos y “derivados”, lo que es ejecutado por los
bancos, pero también por las empresas, casas comerciales y negocios
que de hecho “emiten dinero” al aceptar pagos diferidos en el
tiempo.
Este
dinero, entonces, está respaldado en gran proporción por deudas:
así, el dinero “es” deuda. El respaldo del dinero no está en
activos económicos actuales, sino en producción y riqueza futura.
La entidad emisora de dinero – el banco privado o la empresa
comercial que crea dinero en el momento que concede crédito a sus
clientes– puede exigir que el cliente le garantice el pago, por
ejemplo, mediante la hipoteca de un bien inmobiliario cuyo valor sea
equivalente al crédito. Pero puede también concederle el crédito
sin obtener del deudor una garantía suficiente.
Es
en este último sentido que se dice, para explicar las
más recientes
crisis financieras,
que ellas
se han
originado
en “burbujas”
de los precios de los bonos,
acciones, activos inmobiliarios
y
otros tipos de papeles que son asumidos como
garantía de créditos
gigantescos,
que no han mantenido su valor en
el tiempo.
Cabe
señalar que los grandes “compradores” de esos
instrumentos
de deuda son las compañías de seguros, los fondos mutuos, los
fondos soberanos y los fondos de pensiones, lo cual pone de
manifiesto las muy serias repercusiones sobre la economía real que
tendría una gran crisis financiera.
Sí,
todos hoy hablan que el sistema financiero se basa en la confianza,
que el dinero está sustentado en la confianza, en la credibilidad.
Pero esto es solamente una parte de la verdadera esencia del dinero,
como hemos visto. Nuestro análisis nos permite comprender que la
cosa es muy diferente, y que el problema es mucho más profundo, y
que afecta al conjunto del dinero emitido, y no solamente a las
deudas morosas.
El
cambio sustancial que ocurre a nivel de la naturaleza del dinero,
cuando se lo emite en base a deuda y se lo respalda en función de
sus pagos futuros, deriva del hecho que toda deuda implica un
compromiso de pago por una cantidad mayor de dinero que la recibida
en préstamo. En efecto, debe pagarse el interés. Y como casi todo
el dinero emitido y circulante ha sido emitido contra deuda, ocurre
inevitablemente que el monto total de los compromisos de pago es
siempre mayor al monto del dinero real circulante. Por definición,
el dinero en circulación no alcanza para amortizar los créditos y
además pagar el interés convenido. Así, gran parte de la deuda no
puede ser nunca pagada.
Esto
puede sostenerse en el tiempo solamente mediante la inflación (que
diluye el valor del dinero en el tiempo) y en base al incremento
permanente de la producción, que permite respaldar una parte de los
intereses por pagar. Y el problema suele ser mitigado, pero no
eliminado, mediante la baja persistente de las tasas de interés.
Pero
la inflación hace que el dinero pierda credibilidad y confiabilidad.
Y las bajas persistentes de las tasas de interés suelen generar
inflación de precios, afectar el ahorro, acrecentar el endeudamiento
en el mediano y largo plazo, y distorsionar la función del dinero
como reserva de valor.
En
las últimas décadas y en proporciones gigantescas, se ha emitido
dinero mediante los derivados de crédito, los contratos a futuro y
otros instrumentos financieros, de modo tal que el monto total de las
deudas se ha incrementado constantemente. Según el FMI en 2017 el
monto de la deuda mundial equivale al 225 % del PIB mundial, y
continúa creciendo. Aproximadamente un tercio es deuda pública y el
resto privada. Estados Unidos tiene una deuda de 256 % respecto del
PIB; la de China asciende a 254 %, y la de Japón es de 395 %. El
último peak de endeudamiento fue en 2009, año de la crisis
financiera, y respecto de ese año el mundo tiene actualmente 11
puntos porcentuales adicionales de deuda. De ahí que una próxima
crisis financiera sin duda será grande y es probable que dure hasta
que no se cree un nuevo sistema monetario, pues la crisis del 2009
agotó la batería de medidas posibles para los Bancos Centrales y la
Reserva Federal, y las holguras son actualmente inferiores.
¿Podría
una política keynesiana servir para superar una
nueva
gran crisis financiera
global?
Desde
la crisis del 2009 se ha verificado un renacer del keynesianismo.
Muchos recuerdan que el New Deal tanto en América como en Europa
produjo decenios de bienestar: ocupación y elevación del nivel de
vida de la población, junto con la superación de la gran crisis de
los años treinta. Tal es una creencia actualmente muy difundida, que
explica también por qué casi todos tienden hoy a pensar que para
salir de cualquier crisis financiera se requieren políticas
keynesianas: más Estado, más crédito, más emisión monetaria, más
regulaciones.
Es
sabido que la historia la interpretan los vencedores; pero no por
ello la interpretación resulta científicamente rigurosa y
verdadera. Pero a las creencias sobre el keynesianismo difundidas y
proclamadas durante las seis últimas décadas del siglo pasado hay
que hacerles algunas correcciones importantes:
1.
El New Deal aplicado por Roosevelt entre 1933 y 1937 (consistente
básicamente en un gran intervencionismo del Estado en el mercado, y
un consistente fomento del consumo mediante la emisión monetaria),
lejos de salvar al mundo de la gran depresión como se cree, en
realidad hizo que la crisis se prolongara durante una década
completa, prácticamente en todo el mundo, hasta el comienzo de la
guerra.
2.
El impresionante auge económico que se observa después de la
segunda guerra mundial ¿es explicable por el keynesianismo? La
respuesta que podemos dar desde la Teoría Económica Comprensiva –
que comprende los procesos económicos en su contexto histórico,
político y cultural – es negativa. El llamado keynesianismo fue
causa de la notable distribución de la riqueza, que generó un
mercado más equitativo y en cierto modo más democrático; pero no
fue causa relevante del crecimiento económico ni de la generación
de riqueza.
Hay
un hecho de dimensiones gigantescas pero que permanece bastante
oculto por razones ideológicas: la guerra y la economía de guerra
están al origen del impresionante auge económico de la posguerra.
En efecto, la guerra puso las bases tecnológicas, sociales,
institucionales, políticas y demográficas que explican el gran
impulso que experimentó la economía durante los treinta años
siguientes.
Destacan,
en particular, los siguientes 7 impactos de la guerra, cada uno de
ellos condicionantes del auge económico posterior:
a)
La guerra generó innovaciones tecnológicas impresionantes (en los
rubros energético, de las comunicaciones, el transporte marítimo y
terrestre, la aviación, la ingeniería de obras civiles, la
ingeniería industrial, la automatización, la electrónica, la
industria química, la medicina, la producción de alimentos, etc.)
que, después, aplicadas en la producción y la economía civil,
impulsaron la innovación productiva y una increíble expansión de
la productividad.
b)
Produjo una gran acumulación de capital, concentrado en gran medida
en manos del Estado, que permitió que éste fuese un actor decisivo
en la industrialización, la urbanización, la tecnología, la
educación, la salud, etc. durante los siguientes 30 años de la
posguerra.
c)
Dio lugar a una clase trabajadora disciplinada y eficiente, que era
necesaria para el desarrollo industrial.
d)
Permitió que se alcanzara una sorprendente disciplina social, que
facilitó el establecimiento de instituciones fundamentales para el
desarrollo.
e)
Dio legitimidad al Estado para implementar políticas fiscales
(elevados impuestos) y distributivas (estado de bienestar) que le
permitieron mantener al Estado como agente económico principal
durante décadas.
f)
Generó condiciones para la movilización de recursos naturales,
sociales y demográficos en vistas de la realización de proyectos
nacionales de envergadura.
g)
Estableció y consolidó una división internacional del mercado (con
términos de intercambio extremadamente desiguales), que generó una
sistemática transferencia de recursos hacia Estados Unidos y Europa,
desde América Latina, Asia, África y todo el resto del mundo que
permanecieron en el subdesarrollo (no obstante que también allí se
aplicaron las políticas keynesianas).
A
lo anterior hay que agregar otro condicionante, que no fue efecto de
la guerra pero que incidió notablemente en el crecimiento económico
durante la segunda mitad del siglo pasado: la impresionante expansión
de la disponibilidad de energía de bajo costo, especialmente
proveniente de los hidrocarburos.
3.
De este modo -como efecto inmediato de la guerra y como actor capaz
de aprovechar las oportunidades creadas durante aquella- el Estado
pudo ser y de hecho fue, en los países desarrollados, un gran
impulsor del auge económico durante la posguerra.
El
keynesianismo fue la concepción económica que acompañó durante
treinta años dicho auge económico, y su principal mérito fue hacer
que la riqueza se distribuyera de manera más equitativa en la
sociedad, a través de políticas sociales y de bienestar. Pero
políticas neo-keynesianas irresponsables en el plano monetario, un
exceso de regulaciones estatales, impuestos demasiado elevados, y una
gran presión social y política para que el Estado se hiciera cargo
de cuanta necesidad colectiva y/o demanda corporativa alcanzara
cierta notoriedad, condujeron a que en sólo 30 a 35 años, el
impulso económico se debilitara, la moneda se envileciera, y la
crisis volviera a producirse a fines de la década de los setenta y
comienzos de los ochenta.
¿Qué
queda hoy de los 7 condicionantes del auge de la posguerra? En
verdad, el Estado parece haberlos dilapidado.
4.
Las políticas keynesianas no pueden ya ser útiles para enfrentar la
actual crisis. Ello, en el corto plazo, porque no podrían tener
siquiera los reducidos efectos positivos que tuvo el New Deal en los
años treinta frente a la crisis. En efecto, si hubiera que reconocer
que en las condiciones de entonces las medidas aplicadas por el New
Deal eran razonables, ya no lo son actualmente. En efecto, las
condiciones en que se aplicó el New Deal eran muy diferentes a las
actuales. Había entonces un evidente subconsumo, hoy venimos de un
notable consumismo. Escaseaba el dinero, por las elevadas tasas de
interés; hoy abunda la emisión monetaria, con tasas de interés muy
bajas durante períodos muy prolongados. Regía el patrón oro y la
convertibilidad en oro que daban un excesivo respaldo al dinero;
actualmente el dinero se crea “ex
nulla”,
o su respaldo es solamente el “crédito”. En ese tiempo era
altamente premiado el ahorro; actualmente y desde hace mucho tiempo
el ahorro es castigado por la inflación y las bajas tasas de
interés.
En
cuanto al mediano y largo plazo, no vemos al Estado como actor que
pueda encabezar la recuperación y un nuevo auge económico, porque:
a)
No parece capaz de generar dinámicas de innovación tecnológica
consistentes.
b)
Lejos de disponer de abundante capital acumulado, la mayoría de los
Estados experimenta déficit elevados.
c)
No parece capaz de disciplinar y motivar a la clase trabajadora en un
gran esfuerzo de trabajo con fines de desarrollo nacional.
d)
Las instituciones públicas se encuentran debilitadas, incluso a
menudo éticamente corrompidas, y cuentan con escasa capacidad de
entusiasmar en torno a proyectos nacionales.
e)
La sobre-explotación de muchos recursos naturales pone límites
(incluso culturales) al crecimiento por su incidencia en el medio
ambiente y la ecología.
f)
La emergencia de grandes sociedades que estaban sumidas en el
subdesarrollo pone límites a la transferencia fácil de recursos
hacia los países avanzados.
g)
La disponibilidad de energías de bajo costo encuentra límites que
antes no existían.
Ninguna
de essas condiciones que en la posguerra hicieron posible que el
Estado se alzara como el gran agente del desarrollo pueden, hoy, ser
activadas mediante un nuevo conflicto bélico. Al contrario, por
razones que no es del caso exponer en esta ocasión, de la guerra no
puede hoy esperarse sino la aceleración de la descomposición y la
decadencia económica, social y cultural.
Si
es así, ¿cómo podremos salir de una probable nueva gran crisis? Si
no es el keynesianismo, ¿qué otra alternativa de respuesta puede
formularse?
¿Qué
otras opciones y escenarios son actualmente posibles?
En
una primera instancia de búsqueda de alternativas, se presenta una
cuestión fundamental, de la cual dependen muchas otras, por lo que
conviene referirse a ella en primer lugar. Es la cuestión de las
“dimensiones” geo-económico-políticas del posible nuevo
ordenamiento mundial.
Una
primera opción la podemos llamar “mundialización
económico-política”, que supone avanzar en la dirección de una
globalización acentuada, que pudiera manifestarse en una serie de
procesos entre los que destacarían:
a)
La creación de una moneda única mundial (sustitutiva del dólar, el
euro, el yen y todas las monedas nacionales).
b)
El establecimiento de una institucionalidad económica que fije
regulaciones financieras, comerciales, fiscales, energéticas,
ambientales, laborales, jurídicas e incluso militares, que deban
regir y aplicarse en todas las naciones del mundo (con exclusión de
aquellos países que soberanamente quieran sustraerse del sistema y
que quedarían política y económicamente aislados).
c)
Se implica en este escenario una dramática reducción del poder de
los Estados nacionales, que entre otras muchas atribuciones que posee
actualmente perdería la capacidad de poner restricciones al libre
comercio.
Una
segunda opción la podemos llamar “regionalización
económico-política”, que implicaría el surgimiento de tres
grandes regiones económicas que competirían entre ellas por el
control de los mercados (y de los principales recursos) mundiales, y
por el dominio y/o la hegemonía política internacional.
En
este escenario podemos visualizar la formación y consiguiente
confrontación entre grandes regiones geográfica, económica y
políticamente configuradas, que serían América del Norte, la Unión
Europea y un Bloque Asiático.
Cada
una de estas potencias tendría su propia moneda y sistema
financiero, fijaría sus propias regulaciones, inclusivas de un
fuerte proteccionismo de sus mercados y fronteras económicas, y
compitiendo por los recursos y los mercados de las zonas que
permanecerían probablemente sin integrarse a dichas regiones, tales
como América Latina, Rusia, los países petroleros, etc.
Una
tercera opción sería el prevalecer de los estatismos nacionalistas,
con la mantención de las monedas nacionales, el incremento de las
políticas proteccionistas, el aumento de las restricciones al libre
comercio, el Estado nacional asumiendo crecientes funciones, y
probablemente dándose lugar al recrudecimiento de los conflictos y
guerras entre países.
Formular
estos tres escenarios y posibles articulaciones intermedias es en
realidad un ejercicio intelectual menor. También es fácil imaginar
que las tres opciones tendrán sus promotores e impulsores, de modo
que durante un cierto período de tiempo veremos y podremos seguir el
debate y la confrontación entre estas tres opciones. Lo
verdaderamente complejo y que plantea desafíos intelectuales
mayores, lo podemos diferenciar en dos aspectos.
El
primero es prever el curso de los acontecimientos, identificar a los
actores (incluidas las naciones) que se pondrán a favor de cada
opción, visualizar la relación de fuerzas que se manifestará entre
ellos, y adelantar el resultado histórico-político de la
confrontación (que será, obviamente, teórica y práctica).
El
segundo, distinto del anterior aunque el pensamiento ideológico
tiende a menudo a confundirlos, es identificar cuál de las opciones
señaladas es la mejor, o la más conveniente y adecuada en términos
de superar la crisis y de alcanzarse un mejor futuro para la
humanidad.
Nos
preguntamos, entonces, finalmente:
¿Cuál
podrá ser la mejor
salida de una nueva
gran crisis financiera y económica?
Responder
esta pregunta supone
dimensionar la
magnitud e intensidad que
pudiera adquirir esa
gran
crisis financiera
y económica.
Actualmente,
cuando los analistas hacen referencia a una posible nueva crisis,
conciben la salida y vuelta a la normalidad del crecimiento como
si se tratara
de una más
de las tantas crisis cíclicas que
acostumbra experimentar el mercado.
Hay
demasiados elementos que conducen a pensar que no será así, y que
una nueva crisis económica global sería prolongada y profunda, no
de dos o tres años, ni de uno o dos puntos del PIB mundial, pudiendo
significar una caída generalizada de la producción y del consumo,
tanto o más grande como la que ocurriera con la crisis del 1929-30,
y cuya efectiva superación empezó solamente al término de la
Segunda Guerra.
Al
respecto, hay que considerar algunos hechos y circunstancias que no
se daban en las crisis anteriores.
Uno:
las exigencias de la ecología, el medio ambiente y el cambio
climático, que no pueden ser desatendidas y que implican un
incremento de los costos de las nuevas inversiones, así como la
destrucción de significativos stocks de riqueza por efecto de los
más frecuentes y más intensos desastres ambientales.
Dos:
la muy incrementada concentración de la riqueza que resulta de las
fusiones de empresas y de la hiper-competencia entre consorcios
gigantes. Ello se traduce en una desigualdad social que es cada vez
menos aceptada por la población que se empodera y que exige que se
le garanticen niveles de bienestar económico y social crecientes.
Tres:
la cada vez más débil capacidad de los Estados y de las
instituciones públicas para resolver los problemas sociales, no
obstante el crecimiento constante de los impuestos y del tamaño del
Estado. Estados e instituciones que, además, se han corrompido y
cuentan con disminuida credibilidad y legitimidad social.
Cuatro:
la siempre mayor relación capital/trabajo resultante de las
innovaciones tecnológicas, determinantes de desempleo estructural en
razón de que la creación de empleos nuevos requiere cada vez una
más elevada inversión de capital.
Cinco:
los cambios demográficos, tanto en razón del aumento de las
expectativas de vida como de las migraciones que desplazan cantidades
inmensas de población hacia los centros de mayor desarrollo
relativo. Ambos procesos plantean exigencias y ponen presión sobre
las finanzas públicas ya de por sí debilitadas y endeudadas.
Séis:
En estos contextos parecen inevitables las políticas
proteccionistas, las “guerras comerciales” y los populismos
nacionalistas, que tienen efectos recesivos de largo aliento.
Teniendo
en cuenta estos elementos y suponiendo que la
humanidad logre evitar
una
gran
catástrofe ambiental,
podremos decir que se habrá
iniciado la superación de la gran crisis cuando avancemos
simultáneamente en la construcción de las siguientes cuatro
condiciones:
1.
Creación de un nuevo sistema monetario y financiero global,
implicando probablemente una nueva divisa internacional, y monedas
nacionales que no requieran elevado crecimiento de la producción y
del consumo para sostenerse. Ello implicará que el dinero recupere
credibilidad y cumpla adecuadamente sus cinco importantes funciones,
2.
Desarrollo de una nueva matriz energética y de nuevos modos de
desarrollo que sean social y ambientalmente sustentables.
3.
Creación de un nuevo orden institucional, jurídico y político, que
dé estabilidad a los agentes económicos, que democratice el mercado
y que establezca una mayor justicia y solidaridad en la economía
tanto a nivel global como en cada nación.
4.
Una
gran reforma intelectual y moral, que sustente un nuevo modo de vida,
una nueva economía, una nueva cultura, orientadas hacia el
levantamiento de una nueva y
mejor civilización,
más justa y solidaria.
Luis
Razeto