EL CONCEPTO "SOLIDARIDAD"


EL CONCEPTO ‘SOLIDARIDAD’
(Publicado en Pensamiento Crítico Latinoamericano. Conceptos Fundamentales, Volumen III, págs. 971-985. Ediciones Universidad Católica Silva Henriquez, 2005)1. Etimología y significado original.
Las palabras tienen un origen y una acepción etimológica, que las determinan con un cierto significado y contenido original o primero que parece irrenunciable. Pero hay que reconocer también que los conceptos de los cuales los términos son portadores no son estáticos y evolucionan históricamente, de modo que el significado de las palabras a menudo se amplía, otras veces se torna más preciso y riguroso, en ciertos casos se difumina o desvanece. Normalmente las palabras enriquecen y profundizan sus contenidos, en ocasiones diversifican o multiplican sus acepciones, y siempre se relacionan unas con otras alterándose de algún modo su significado. Por todo ello, difícilmente pueden los términos definirse y entenderse con claridad y distinción, ni comunicar con propiedad y precisión las ideas y/o contenidos de cualquier tipo que están llamados a exponer, cuando se los quiera capturar aislados de los "discursos" de que forman parte y de los contextos humanos y sociales en que se utilizan. Todo esto ocurre con el término "solidaridad", lo que nos impele a indagar en sus orígenes, vicisitudes y procesos.
El Diccionario de la Real Academia Española indica que etimológicamente la palabra solidaridad viene del vocablo latino "solidus", del que se conocen tres acepciones: 1. Firme, macizo, denso y fuerte. 2. Dicho de un cuerpo que, debido a la gran cohesión de sus moléculas, mantiene forma y volumen constante. 3. Asentado, establecido con razones fundamentales y verdaderas. El mismo diccionario recuerda que en el lenguaje jurídico dícese "solidario" para referirse al modo de derecho u obligación in solidum, que implica un compromiso asumido en conjunto por varias personas que se obligan a responder cada una por el conjunto de ellas. Como otra acepción de la palabra solidario, se menciona finalmente la adhesión a la causa o a la empresa de otros, que se asume como propia.
En los diccionarios italianos, que en sus definiciones suelen recoger con mayor proximidad que en castellano la etimología latina de las palabras de tal origen, se define la "solidarietà" de estos modos: 1. Un vínculo que une a varios individuos entre sí, para colaborar y asistirse recíprocamente frente a las necesidades. 2. El conjunto de los vínculos que unen a la persona singular con la comunidad de la que forma parte, y a ésta con cada persona singular. 3. Solidaridad humana, social, es el compartir con otros sentimientos, opiniones, dificultades, dolores, y actuar en consecuencia. 4. En lenguaje jurídico, es un vínculo que caracteriza las obligaciones entre varios deudores, según el cual cada uno de estos puede responder por la totalidad de las deudas, y el cumplimiento por alguno libera a los demás frente a los acreedores.
Podemos decir, pues, que en su significado original y académicamente riguroso la solidaridad es una relación horizontal entre personas que constituyen un grupo, una asociación o una comunidad, en la cual los participantes se encuentran en condiciones de igualdad. Tal relación o vínculo interpersonal se constituye como solidario en razón de la fuerza o intensidad de la cohesión mutua, que ha de ser mayor al simple reconocimiento de la común pertenencia a una colectividad. Se trata, en la solidaridad, de un vínculo especialmente comprometido, decidido, que permanece en el tiempo y que obliga a los individuos del colectivo que se dice solidario, a responder ante la sociedad y/o ante terceros, cada uno por el grupo, y al grupo por cada uno.

2. Evolución del significado de la solidaridad, para superar la degradación mediática de que está siendo objeto.
Estos contenidos fuertes y comprometidos que tiene la palabra solidaridad desde sus orígenes, no parecen estar presentes en cierto empleo liviano que se ha hecho habitual en muchos medios de comunicación, que a su vez se hacen eco del uso y abuso de ella en algunos ambientes sociales y políticos. En efecto, se ha vuelto común emplear la palabra solidaridad para referirse al asistencialismo y a las donaciones de caridad, como también a ciertas políticas públicas y/o estatales de subsidio a los pobres y a ciertos grupos de personas discapacitadas, minusválidas o marginadas.
Tales empleos de la palabra modifican y en cierto modo deforman y degradan el sentido de la solidaridad, al despojarla de cinco principales contenidos de su acepción original: a) la solidez de la interacción grupal que lleva a constituir el hecho o la realidad solidaria como un cuerpo sólido (algo consistente, denso, que no es líquido, fluido ni gaseoso); b) la igualdad de situación y de compromiso u obligación en que se encuentran las personas que solidarizan; c) el relacionamiento de todas ellas mediante un vínculo de mutualidad, reciprocidad y participación en un colectivo o comunidad (conformado por quienes solidarizan; d) la intensidad de la unión mutua que hace constituir al grupo como algo fuerte, definido, establecido por razones fundamentales y verdaderas; e) el carácter no ocasional sino estable y permanente de la cohesión solidaria.
Dijimos que los conceptos que expresan las palabras no son estáticos y que el significado de los términos evoluciona. Especialmente aquellos que se refieren a comportamientos humanos, relaciones sociales, estructuras y procesos socio-culturales y políticos, y muy en particular aquellos que expresan ideas provistas de connotaciones éticas, axiológicas y estéticas, asumen y adquieren significados, contenidos y sentidos diversos según los contextos culturales e ideológicos en que se expresan y emplean. Más aún, tales términos son habitualmente objeto de debates, discusiones y conflictos entre personas, especialmente entre los intelectuales, y también entre los actores o movimientos sociales y políticos, que los exponen e insertan en discursos elaborados en función de intereses, propuestas, ideologías y proyectos predeterminados. En este sentido, y como los términos son conductores de ideas y éstas generan acciones, procesos y proyectos, observamos que muchas veces términos y expresiones que se han cargado de contenido crítico y aspiraciones de alteridad, con el tiempo son despojados de su fuerza combativa, reinterpretados en el marco de discursos legitimados y aceptables para los poderes establecidos, y en cierto modo "domesticados". Así ocurre, por ejemplo, con términos y conceptos como capitalismo y socialismo, libertad y justicia social, democracia y legitimidad, sociedad y comunidad, revolución y cambio, autoridad y poder, organización y conflicto, utopía e ideología, y tantos otros. Entre los muchos términos que han experimentado y sufren tales manipulaciones podemos contar el de "solidaridad", que no es ajeno a dicha multiplicación de sentidos ni ha estado libre de controversias y manipulaciones como las señaladas.
Es oportuno, pues, revisar la evolución de la palabra con el fin de comprender sus más auténticos sentidos y recuperar la riqueza de sus contenidos.
La palabra "solidaridad" era poco utilizada antiguamente y estuvo por mucho tiempo ausente del lenguaje popular corriente, quedando reservada para referirse al hecho jurídico ya mencionado. Fue así hasta que en el tardo medioevo la solidaridad fuera recuperada por los gremios y agrupaciones profesionales y de oficios, que la emplearon para referirse a la unión de personas que comparten condiciones de vida y trabajos afines, y que por tal motivo son llevados a organizarse e integrarse en agrupamientos corporativos y en asociaciones de varios tipos. Es desde allí que la palabra se transfiere después, y será asumida con un fuerte contenido social, por los movimientos obreros y sindicales modernos. Estas organizaciones la emplearon para referirse, en particular, a la unión entre los gremios y sindicatos de una misma localidad, región o país que deriva de su afinidad de intereses y que los lleva a apoyarse y asumir mutuamente como propias las reivindicaciones de cada gremio o sindicato, considerándolas como partes o componentes de una causa que los aglutina.
Hasta mediados del siglo XX y aún más recientemente, hablar de solidaridad en el discurso ideológico implicaba referirse a una causa común, a intereses compartidos, y al apoyo mutuo que se deben unos grupos y organizaciones con otros grupos y organizaciones, en las luchas sociales y políticas que emprenden. Especialmente en la primera mitad del siglo XX, cuando se invocaba la solidaridad en el seno de los movimientos obreros, se entendía "solidaridad de clase", asumiendo la palabra un fuerte contenido combativo. Al menos hasta fines la década de los setenta el término se reservaba para expresar la unión y mutuo apoyo de unos gremios y sindicatos con otros, cuando emprendían acciones de reivindicación y lucha social.
En aquél período la palabra solidaridad empezó a ser utilizada también en el contexto de la cultura y el pensamiento cristiano, donde fue introducida por autores de profunda inquietud social y política como J. Lebret y E. Mounier. En este contexto, la palabra solidaridad rápidamente adquirió gran centralidad, al derivar su significado hacia el que podemos considerar como el centro gravitacional de la ética cristiana. En efecto, la solidaridad llegó a emplearse como un sinónimo, y en ciertos ambientes incluso como un sustituto, del término fraternidad, expresándose con ella tanto la común e igual condición de "hijos de Dios" que vincula a los seres humanos, como el hecho de formar todos parte de un mismo cuerpo social y espiritual, cuya vida y destino son compartidos por toda la humanidad. En este sentido, la palabra pierde el contenido "clasista" o de grupo social que asumió en la cultura marxista y sindicalista, y se postula como un vínculo y compromiso que se extiende a la humanidad en su conjunto. Es siempre cierto que en este contexto del pensamiento cristiano, las referencias a la solidaridad siguen insertas en la temática de la justicia social y de la cuestión obrera, aunque se la propone más como solución a los problemas que como medio o estrategia a emplear en las luchas sociales. Es así que llega a adquirir carta de ciudadanía en el marco oficial de la Doctrina Social de la Iglesia.
En efecto, el pensamiento o Doctrina Social de la Iglesia, que con la Encíclica Rerum Novarum del papa León XIII comenzó a definir posiciones y principios sobre la cuestión obrera y la justicia social, vino a darle a la palabra solidaridad nuevos matices y significados, o más exactamente, a agregarle ciertos contenidos originales. Sin embargo, ello no ocurrió explícitamente en la mencionada Rerum Novarum y ni siquiera cuarenta años después en la Quadragesimun Annum de Pío XI, que de hecho no emplean el vocablo solidaridad (aunque hacen referencia a la legitimidad y validez de las asociaciones obreras y sindicatos con sus reivindicaciones de un salario justo, como también a la ayuda mutua y a la necesaria cooperación entre organizaciones y grupos sociales). El proceso de aceptación e incorporación de la palabra solidaridad, vinculada a la cuestión social y a la búsqueda de un orden justo, se cumple lentamente, hasta que finalmente, en la Encíclica Sollicitudo Rei Socialis de Juan Pablo II, adquiere nada menos que el rango de uno de los principios fundamentales de la Doctrina Social Cristiana. Este "principio de solidaridad", complementario del "principio de subsidiaridad", nos invita a incrementar nuestra sensibilidad hacia los demás, especialmente hacia quienes sufren. Pero el Pontífice añade que la solidaridad no es simplemente un sentimiento, sino una «virtud» real, que permite asumir personal y grupalmente las responsabilidades de unos con otros. El Santo Padre escribía que no es «un sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas. Al contrario, es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos».
De este modo en la cultura social cristiana la solidaridad se constituye con un contenido esencialmente ético, como un valor y una virtud particular que expresan contenidos muy cercanos a los que se identifican con las nociones de fraternidad y de amor universal, pero que contextualizados en la llamada "cuestión social" no se limitan a manifestaciones individuales o privadas sino que buscan plasmarse en un orden social justo, e incluso en una civilización solidaria (Lebret). Sin embargo debe reconocerse que, al insertarse en un discurso ético y sólo genéricamente social, particularmente referido a la necesidad de aliviar la pobreza y asumir las necesidades ajenas como propias, ocurre a menudo en la predicación y en la propuesta que se hace a los fieles de comportamientos individuales consecuentes, que con demasiada facilidad el significado de la solidaridad se desliza hacia la mera caridad que han de manifestar las personas satisfechas o privilegiadas para con sus hermanos desposeidos, marginados o carentes de salud, educación o un adecuado o digno nivel de vida.
3. La solidaridad como concepto sociológico.
Otra fuente importante de explorar en la búsqueda de significados de la solidaridad son las ciencias sociales modernas. La palabra solidaridad adquiere carta de ciudadanía científica con Durkheim, considerado fundador de la sociología moderna, que en La División Social del Trabajo busca dar a la solidaridad, como hecho sociológico, un estatuto científico. Considerando la proveniencia de la palabra en el lenguaje social, analiza la solidaridad en cuanto inserta en la problemática que plantean a la sociología las "agrupaciones profesionales", pero al hacerlo la proyecta más allá de éstas, otorgándole un sentido teórico general. Resulta altamente ilustrativo y esclarecedor detenernos aunque sea brevemente en esta formulación sociológica.
El hecho del que parte Durkheim es la constatación de que con el surgimiento de la sociedad y la economía modernas se cumplen dos procesos simultáneos, aparentemente contradictorios. Por un lado, la emergencia de la individualidad, o sea el proceso de individuación que comporta hacer de cada individuo un sujeto de derechos e intereses legítimos; por el otro, la estructuración de un sistema social que vincula y hace depender crecientemente a las personas individuales del orden social y de las instituciones públicas. "¿Cómo es posible –se pregunta Durkheim- que al mismo tiempo que se hace más autónomo, dependa el individuo más estrechamente de la sociedad? ¿Cómo puede ser a la vez más personal y más solidario?; pues es indudable que esos dos movimientos, por contradictorios que parezcan, paralelamente se persiguen." (Prefacio de La División Social del Trabajo).

Como sociólogo que considera los hechos sociales en sí, descarta recurrir a la noción abstracta de "sociedad" como constitutiva de la integración humana real; si por "sociedad" entendemos una supuesta colectividad general que integra a todos los seres humanos en una unidad societal, debemos entender que ella no existe realmente. Lo que existe son los agrupamientos concretamente constituidos por individuos determinados que han estrechado relaciones, que comparten acciones y espacios territoriales, que trabajan y tienen cierta vida grupal que los une, y que se vinculan por un orden moral y jurídico de normas, reglas y leyes generadas por ellos mismos y que les imponen ciertas conductas compartidas. Tales agrupamientos no se constituyen como resultado de un supuesto "pacto social", que tampoco existe ni ha existido nunca en la historia. Ellos surgen, en cambio, cuando se construyen vínculos reales que Durkheim identifica como "solidaridad social". "Lo que existe, y realmente vive -sostiene- son las formas particulares de la solidaridad, la solidaridad doméstica, la solidaridad profesional, la solidaridad nacional, la de ayer, la de hoy, etc. Cada una tiene su naturaleza propia. (...) El estudio de la solidaridad depende, pues, de la Sociología. Es un hecho social que no se puede conocer bien sino por intermedio de sus efectos sociales".
"Desde el momento que -escribe Durkheim- en el seno de una sociedad política, un cierto número de individuos encuentran que tienen ideas comunes, intereses, sentimientos, ocupaciones que el resto de la población no comparte con ellos, es inevitable que, bajo el influjo de esas semejanzas, se sientan atraídos los unos por los otros, se busquen, entren en relaciones, se asocien, y que así se forme poco a poco un grupo limitado, con su fisonomía especial, dentro de la sociedad general. Pero, una vez que el grupo se forma, despréndese de él una vida moral que lleva, como es natural, el sello de las condiciones particulares en que se ha elaborado, pues es imposible que los hombres vivan reunidos, sostengan un comercio regular, sin que adquieran el sentimiento del todo que forman con su unión, sin que se liguen a ese todo, se preocupen de sus intereses y los tengan en cuenta en su conducta. Ahora bien, esa unión a una cosa que sobrepasa al individuo, esta subordinación de los intereses particulares al interés general, es la fuente misma de toda actividad moral. (...) Al mismo tiempo que ese resultado se produce por sí mismo y por la fuerza de las cosas, es útil, y el sentimiento de su utilidad contribuye a confirmarlo. (...) He aquí por qué cuando los individuos que encuentran que tienen intereses comunes, se asocian, no lo hacen solo por defender esos intereses, sino por asociarse, por no sentirse más perdidos en medio de sus adversarios, por tener el placer de comunicarse, de constituir una unidad con la variedad, en suma, por llevar juntos una misma vida moral".
Este es el concepto que Durkheim propone de la solidaridad social, que -dice- "es un fenómeno completamente moral que, por sí mismo, no se presta a observación exacta ni, sobre todo, al cálculo", pero que podemos identificar a través de un hecho externo que la simbolice. En efecto, "allí donde la solidaridad social existe, a pesar de su carácter inmaterial, no permanece en estado de pura potencia, sino que manifiesta su presencia mediante efectos sensibles. Allí donde es fuerte, inclina fuertemente a los hombres unos hacia otros, los pone frecuentemente en contacto, multiplica las ocasiones que tienen de encontrarse en relación. Hablando exactamente, es difícil decir si es ella la que produce esos fenómenos, o, por el contrario, si es su resultado; si los hombres se aproximan porque ella es enérgica, o bien si es enérgica por el hecho de la aproximación de éstos. Mas, por el momento, no es necesario dilucidar la cuestión, y basta con hacer constar que esos dos órdenes de hechos están ligados y varían al mismo tiempo y en el mismo sentido. Cuanto más solidarios son los miembros de una sociedad, más relaciones diversas sostienen, bien unos con otros, bien con el grupo colectivamente tomado, pues, si sus encuentros fueran escasos, no dependerían unos de otros más que de una manera intermitente y débil. Por otra parte, el número de esas relaciones es necesariamente proporcional al de las reglas jurídicas que las determinan. En efecto, la vida social, allí donde existe de una manera permanente, tiende inevitablemente a tomar una forma definida y a organizarse, y el derecho no es otra cosa que esa organización, incluso en lo que tiene de más estable y preciso."
Durkheim atribuye una gran importancia a estas formas de solidaridad social. Pues - indica - "una sociedad compuesta de una polvareda infinita de individuos inorganizados, que un Estado hipertrofiado se esfuerza en encerrar y retener, constituye una verdadera monstruosidad sociológica. La actividad colectiva es siempre muy compleja para que pueda expresarse por el solo y único órgano del Estado; además, el Estado está muy lejos de los individuos, tiene con ellos relaciones muy externas e intermitentes para que le sea posible penetrar bien dentro de las conciencias individuales y socializarlas interiormente. (...) Una nación no puede mantenerse como no se intercale, entre el Estado y los particulares, toda una serie de grupos secundarios que se encuentren lo bastante próximos de los individuos para atraerlos fuertemente a su esfera de acción y conducirlos así en el torrente general de la vida social".
4. La solidaridad como concepto económico.
Es interesante observar que mientras el reconocimiento sociológico de la solidaridad se verifica desde los orígenes mismos de esta disciplina, su reconocimiento como hecho económico ocurre tardíamente y sólo ha empezado a cumplirse recientemente, con la formulación de la denominada economía de solidaridad o "economía solidaria".
En efecto, la ciencia económica moderna se ha construido sobre un supuesto antropológico individualista, y específicamente sobre la noción del homo oeconomicus, esto es, el individuo egoísta, ávido, que persigue exclusivamente su propio interés y utilidad, que se esfuerza en maximizar siempre y a toda costa, sin importarle sacrificar los intereses ajenos ni el bien común. De hecho, hasta hace poco más de veinte años, cuando comenzamos a formular la concepción de la economía de solidaridad, esta palabra estaba ausente del lenguaje económico y no tenía reconocimiento alguno como hecho económico real. Por ello causó sorpresa asociar en una sola expresión los dos términos.
Las palabras "economía" y "solidaridad" formaban parte de lenguajes y "discursos" separados. Ponerlas unidas en una misma expresión constituyó entonces un llamado a un proceso intelectual complejo que debía desenvolverse paralela y convergentemente en dos direcciones: por un lado, había que desarrollar un proceso interno al discurso ético y axiológico, por el cual se recuperara la economía como espacio de realización y actuación de los valores y fuerzas de la solidaridad; por otro, se trataba de desarrollar un proceso interno a la ciencia de la economía que la abriera al reconocimiento y actuación de la idea y el valor de la solidaridad.
Un elemento indispensable para actuar este doble proceso intelectual era reconocer que, aunque ausente intelectualmente, la solidaridad no ha sido ni es ajena a la economía real: a las empresas, al mercado, a las políticas económicas, etc. Pero más allá de ello, el análisis de diferentes tipos de empresas asociativas, cooperativas, mutualistas y de beneficio social, llevó a reconocer que existía una racionalidad económica solidaria común a muchas de ellas, cuyo fundamento finalmente identificamos en la presencia activa de la solidaridad social, operante no de modo accesorio y ocasional sino central y establemente. Y como dicho elemento solidario es constitutivo de las realidades económicas en referencia, fue preciso reconocerla empleando conceptos y terminologías propias de la ciencia económica. Es así que identificamos la solidaridad económica activa y operante al interior de las empresas solidarias, como un factor económico, al que denominamos "Factor C".
Lo llamamos "Factor", porque se hace presente como una fuerza productiva, a la que debe reconocércele un aporte específico en la creación de valor económico. En tal sentido, se constituye como factor económico en el mismo sentido en que lo son los factores trabajo, capital, tecnología y gestión La letra C obedece al hecho que dicha fuerza productiva se hace presente en la cooperación, colaboración, comunicación, comunidad, compartir, y muchas otras palabras que empiezan con la letra "c", en razón del prefijo "co" que significa "juntos", "unidos", "asociados".
Dicho Factor C es, pues, la solidaridad en cuanto presente en la economía, formulada en el lenguaje de la ciencia económica. La expresamos, sintéticamente, indicando que la unión de conciencias, voluntades y sentimientos tras un objetivo compartido genera una energía social que se manifiesta eficientemente, dando lugar a efectos positivos e incrementando el logro de los objetivos de la organización en que opera.

En lo específicamente económico, se manifiesta en el hecho de poner en común recursos materiales, fuerzas de trabajo, conocimientos técnicos, capacidades organizativas y gestionarias, y otros variados recursos de los asociados, esperándose que de su combinación técnica y gestión comunitaria se verifiquen efectos positivos en cuanto a producción, ingresos y bienestar, para cada uno de los participantes, y también para la comunidad (o colectividad) como tal.
La presencia activa de este "Factor C" se constituye como un hecho que caracteriza y distingue a las formas de empresas solidarias, presencia que puede considerarse extensiva a todo un sector de economía de solidaridad, e incluso a una más general estrategia de desarrollo alternativo. Siendo así, es conveniente hacer algunas precisiones sobre los contenidos y los efectos económicos de esta solidaridad económica.
Un primer contenido de la solidaridad en la economía es la cooperación en el trabajo, que puede acrecentar el rendimiento de cada uno de los integrantes de la fuerza laboral y la eficiencia de ésta en su conjunto. De este modo, la comunidad proporciona beneficios superiores a los que cada integrante alcanzaría recurriendo exclusivamente a la propia fuerza individual. Hay que tener en cuenta que son cada vez más los trabajos que no pueden ser emprendidos sino por un sujeto colectivo; en tales casos la cooperación voluntariamente buscada y aceptada permite el más perfeccionado grado de integración del sujeto laboral capaz de asumir su realización y control.
Otro contenido importante es el uso compartido de conocimientos e informaciones, tanto de carácter técnico como de gestión, y relativos a las funciones de producción, comercialización, administración, etc.; ello implica beneficios adicionales, como también ahorro de costos (dado que las informaciones no suelen ser gratuitas en el mercado, teniendo al contrario costos significativos).
El uso compartido de los conocimientos se expresa en otro contenido importante del "Factor C", cual es la adopción colectiva de las decisiones, que pueden resultar más eficientes (cuando se adoptan bajo ciertas condiciones organizativas apropiadas), especialmente debido a que quienes las adoptan son los mismos que se responsabilizan de su ejecución. Una buena planificación colectiva de las actividades resulta especialmente ventajosa, porque los planes son buenos cuando son actuables, y son actuables cuando los que participan en su realización práctica están impregnados de sus objetivos, conocen el lugar y el significado de la propia acción en el conjunto, están personalmente interesados en su buen cumplimiento, y adhieren por su propia voluntad en la ejecución de lo planificado por haber participado en su elaboración.
Vinculado a lo anterior, destaca como otro contenido importante el logro de una más equitativa y mejor distribución de los beneficios logrados por la unidad económica entre sus integrantes, lo cual indudablemente colabora en la motivación del esfuerzo y de los aportes que cada uno hace a la obra común.
Otro contenido del "Factor C" digno de ser tenido en cuenta, se relaciona con los incentivos psicológicos que derivan de ciertos rituales propios del trabajo en equipo o comunitario, que se expresan tanto en el mismo proceso de trabajo como en las actividades anexas que inciden sobre las distintas funciones necesarias al funcionamiento de la empresa. Estos rituales o hábitos de grupo colaboran en la creación de un clima social favorable al desarrollo de las actividades, y facilitan los procesos de adaptación y socialización indispensables.
Un no menos importante contenido es la reducción de la conflictualidad social al interior de la unidad económica comunitaria, debido a que al menos los conflictos derivados de intereses antagónicos quedan excluidos, mientras que otros conflictos inevitables pueden encontrar adecuados canales de resolución. Este elemento puede resultar significativo en términos económicos, pues los costos de los conflictos laborales y empresariales suelen ser elevados en las empresas privadas.
A todo lo anterior hay que agregar que el mismo hecho comunitario o asociativo constituye de por sí un beneficio especial para cada integrante, que debe sumarse a la cuenta subjetiva (e incluso objetiva, cuando dicho beneficio permite ahorrar los costos de su logro alternativo fuera de la comunidad laboral) de los resultados globales de la actividad. Tal beneficio especial dice relación con la satisfacción de un conjunto de necesidades relacionales y de convivencia, que los miembros de la organización pueden alcanzar en el mismo proceso de trabajo y gestión asociativa.
Vinculado con esto cabe destacar también que el hecho comunitario, y específicamente la presencia operante del "Factor C", es uno de los elementos que explican que las unidades económicas alternativas tengan una tendencia a la integralidad en cuanto a la combinación de los aspectos culturales y sociales con los económicos. Además de los ya mencionados efectos de este hecho, cabe destacar que implica que la comunidad o grupo organizado se constituye como parte integrante de las estrategias de subsistencia, modos de vida y estilos de desarrollo, asumidos por cada integrante y sus familias.
La solidaridad económica tiene, así, un significativo impacto sobre el desarrollo personal de los individuos asociados, pues la cooperación se convierte en un elemento favorable al desarrollo de una personalidad más integrada, capaz de articular las distintas dimensiones de la vida en un proceso de crecimiento que es a la vez personal y comunitario.
Un último pero no menos importante contenido de la presencia de la solidaridad en la economía son los beneficios de la acción comunitaria y colectiva sobre la comunidad más amplia y sobre la sociedad global en que opera la unidad económica. Tales beneficios son de muy variados tipos y características, pero pueden resumirse en el impacto de las unidades económicas alternativas en la transformación y desarrollo hacia una sociedad más justa, libre y solidaria.
Los mencionados no son los únicos aspectos relativos al contenido y a los efectos económicos del que llamamos "Factor C"; pero ellos nos dan una idea precisa de su significado e importancia en las empresas alternativas y en la economía de solidaridad. Podemos intentar una definición económica sintética.
En síntesis, el "Factor C" significa que la formación de un grupo, asociación o comunidad, que opera cooperativa y coordinadamente, proporciona un conjunto de beneficios a cada integrante, y un mejor rendimiento y eficiencia a la unidad económica como un todo, debido a una serie de economías de escala, economías de asociación y externalidades positivas implicadas en la acción común y comunitaria.
Ahora bien, la economía tiene muchos y variados aspectos y dimensiones y está constituída por múltiples sujetos, procesos y actividades. A su vez, la solidaridad tiene tantas maneras de manifestarse. Por ello, la economía de solidaridad no es un modo definido y único de organizar actividades y unidades económicas, pues en ella se hacen presente muchas y muy variadas formas y modos de hacer economía solidaria. En todos los casos, se tratará de introducir y hacer operante la solidaridad en las empresas, en el mercado, en el sector público, en las políticas económicas, en el consumo, en el gasto social y personal, etc.
Si la economía de solidaridad se constituye poniendo solidaridad en la economía, ella se manifestará en distintas formas, grados y niveles según la forma, el grado y el nivel en que la solidaridad se haga presente en las actividades, unidades y procesos económicos. Por esto podemos diferenciar en ella y en el proceso de su desarrollo dos grandes dimensiones.

Por un lado, habrá economía de solidaridad en la medida que en las diferentes estructuras y organizaciones de la economía global vaya creciendo la presencia de la solidaridad por la acción de los sujetos que la organizan. Por otro lado, identificaremos economía de solidaridad en una parte o sector especial de la economía: en aquellas actividades, empresas y circuitos económicos en que la solidaridad se haya hecho presente de manera intensiva y donde opere como elemento articulador de los procesos de producción, distribución, consumo y acumulación.
Distinguimos, de este modo, dos componentes que aparecen en la perspectiva de la economía solidaria: un proceso de solidarización progresiva y creciente de la economía global, y un proceso de construcción y desarrollo paulatino de un sector especial de economía de solidaridad. Ambos procesos se alimentarán y enriquecerán recíprocamente. Un sector de economía de solidaridad consecuente podrá difundir sistemática y metódicamente la solidaridad en la economía global, haciéndola más solidaria e integrada. A su vez, una economía global en que la solidaridad esté más extendida, proporcionará elementos y facilidades especiales para el desarrollo de un sector de actividades y organizaciones económicas consecuentemente solidarias.
En uno u otro nivel la economía de solidaridad nos invita a todos. Ella no podrá extenderse sino en la medida que los sujetos que actuamos económicamente seamos más solidarios, porque toda actividad, proceso y estructura económica es el resultado de la acción del sujeto humano individual y social.
5. ¿Es posible incrementar la solidaridad social y económica?
Considerada la importancia de la solidaridad tanto en la vida personal como en los procesos sociales y en las actividades económicas, surge la interrogante de sí ella sea susceptible de ser fomentada, promovida y desplegada, mediante acciones sistemática y consecuentemente orientadas a lograrlo.
Sabemos que, en la práctica, las organizaciones sociales solidarias y las empresas o unidades económicas provistas de Factor C, se constituyen como resultado de procesos sociales y culturales complejos. Hay múltiples evidencias, además, de que el potencial de solidaridad es siempre mayor que la solidaridad que se manifiesta efectivamente, tanto por parte de los individuos como al interior de los pequeños grupos y de las sociedades mayores. En efecto, existen muchas organizaciones, asociaciones y agrupamientos sociales que no llegan a manifestar los vínculos de integración que permitiría reconocerlas como efectivamente solidarias. Igualmente, y así como a menudo permanecen desocupados e inactivos los recursos cognitivos, laborales, organizativos, etc., disponibles socialmente, sin convertirse en factores económicos propiamente tales, siempre existe una importante cantidad de "energía social" como recurso que permanece económicamente inactivo, sin convertirse en "factor C" como tal.
Conviene, pues, examinar cuáles sean las condiciones que hacen posible activar la solidaridad potencial, tanto para la generación de organizaciones sociales solidarias como para la creación de empresas y actividades de economía de solidaridad.
Expresadas sintéticamente, entendiendo que se trata de condiciones independientes entre sí, de modo que cada una de ellas, o varias conjuntamente, pueden por sí ser suficientes para favorecer el surgimiento y desarrollo de vínculos solidarios, podemos enumerar las siguientes:
a. La existencia de una necesidad económica imperiosa, o de un problema de subsistencia que enfrenten personas que comparten un mismo territorio, una vecindad, o condiciones de vida que les implican relacionarse cotidianamente. En tal sentido, la desocupación y la marginación, que constituyen fenómenos estructurales en los países subdesarrollados, derivados del modo en que se encuentra organizada la economía, son generadoras de procesos organizativos que se despliegan, tanto en un sentido de organización social con fines de reivindicación y defensa de derechos conculcados, como de iniciativas económicas tendientes a enfrentar asociativa y solidariamente las necesidades y problemas compartidos. A menudo es la común experiencia de la exclusión y marginación lo que en muchos casos motiva la cooperación y solidaridad que se traduce en la gestación de organizaciones sociales y de iniciativas colectivas de producción, distribución y consumo solidarios.
b. La presencia previa de organización de individuos con propósitos que no siendo inicialmente de carácter solidario, permite el establecimiento de relaciones sociales y el estrechamiento de vínculos grupales, que a menudo se refuerzan frente a obstáculos, amenazas o presiones externas. Ante cambios en la situación en que operan y junto al surgimiento de demandas de participación por sus integrantes, muchas organizaciones sociales creadas con otros fines se plantean el objetivo de realizar en conjunto actividades solidarias, sociales y/o económicas organizadas. Se expresa en tal sentido lo que Albert Hirschman ha denominado "el principio de conservación y transformación de la energía social", según el cual ciertos movimientos sociales organizados cambian de carácter luego de experiencias de lucha social fracasada, o terminada por el éxito en el logro de sus primitivos objetivos. Lo que se señala es que la experiencia en anteriores organizaciones puede cumplir la función básica de reunir a personas con problemas comunes e ideas similares, en una empresa común. En cualquier caso, la condición mínima para la emergencia de una organización social o económica solidaria es un proceso previo en que se supere el aislamiento y la desconfianza mutua, y se compartan ciertos intereses y aspiraciones.
c. La intervención de un estímulo externo orientado a promover la organización con fines de autoayuda, de cooperación y de solidaridad. Hay en tal sentido una extendida práctica de apoyo a la generación de actividades colectivas, que se manifiesta tanto en donación de financiamientos para proveer a los grupos de los recursos materiales y de operación indispensables, como en servicios de capacitación, asistencia técnica, asesoría y acompañamiento organizacional. Debe reconocerse en este estímulo externo un elemento importante en la gestación y desarrollo tanto de organizaciones sociales como de formas económicas solidarias o de tipo comunitario.
d. Las motivaciones ideológicas y axiológicas, que llevan a muchas personas y grupos a buscar formas de vida, de organización y de acción alternativas respecto a las predominantes basadas en las opuestas tendencias hacia el individualismo y hacia la masificación despersonalizante. Las ideas y valores humanistas, solidarios y cooperativistas tienen a menudo concreción y aplicación práctica en organizaciones sociales y económicas de los más variados tipos y características. En muchos casos encontramos que el origen de la organización solidaria es un estímulo interno, proveniente del grupo como tal o de algunos de sus integrantes más conscientes e inquietos. Cabe incluir en este sentido la ampliación de ciertas experiencias asociativas, cooperativas y solidarias como resultado del esfuerzo hecho por ellas mismas para difundir, socializar y extender los propios modos de organizarse y de actuar.
Son estas las principales condiciones que pueden detectarse al origen de la mayoría de las organizaciones sociales y de las experiencias de acción económica cooperativa y solidaria. Cabe advertir -además de que es posible que surjan grupos por otras razones que no hemos contemplado-, que a menudo es la presencia de más de una de las señaladas, o una combinación de todas ellas, lo que hace germinar aquella energía social que se transforma en el "Factor C" de contenido económico, cuya importancia en toda organización económica solidaria hemos destacado.
Luis Razeto Migliaro
 



LA NATURALEZA NOS RETA A CREAR UNA NUEVA CIVILIZACIÓN


El historiador Fernand Braudel, en su libro Las Civilizaciones Actuales, sostiene que las civilizaciones surgen “marcadas por las tierras, los relieves, los climas, las vegetaciones, las especies animales, las condiciones naturales, el medio ambiente natural y transformado”. Siguiendo a Arnold Toynbee, señala que para que se origine una nueva civilización “es necesario que la naturaleza se le presente al hombre como un desafío, como una gran dificultad que vencer; si el hombre acepta el desafío, pone los cimientos de una civilización”.

Pocas dudas caben de que la naturaleza y el medio ambiente plantean hoy a la humanidad desafíos inéditos, gigantescos, de esos que obligan a crear y desarrollar una civilización nueva, distinta a las anteriores. El cambio climático y los fenómenos de sequías e inundaciones que se le asocian; la contaminación de la atmósfera y de los océanos, ríos y lagos; la desertificación y los incendios de bosques; la extinción de especies y los desequilibrios ecológicos; el agotamiento de energías fósiles y de importantes recursos naturales no renovables; son realidades que se están acentuando, que desafían a la humanidad entera, y que nos plantean la necesidad de encontrar mejores formas de alimentación, de generación y empleo de la energía y de los recursos naturales, de ocupación y habitación del territorio, de producir, de consumir, de desarrollarnos.

Rasgo distintivo de las civilizaciones ha sido en el pasado, y es en el presente, su modo particular de establecer las relaciones entre los humanos y la naturaleza. Como dice el mismo Fernand Braudel, “una civilización es una economía”, entendiendo que la economía es, en su esencia, el proceso de intercambio vital entre los humanos y la naturaleza, que los transforma a ambos.

Pero especifica el mismo autor: “Es verdad que en el origen de una civilización hay un reto de la naturaleza; es verdad que hay una respuesta de los seres humanos; pero no es forzoso que a consecuencia de ello surja una civilización; surgirá cuando se hayan encontrado respuestas mejores a las anteriores”, que superen el desafío.

Y encontrar y desarrollar respuestas mejores; y principalmente una nueva y mejor economía – la economía solidaria, cooperativa y colaborativa que proponemos y que ya muchos practicamos – depende básicamente de nuestro conocimiento sobre la realidad que es necesario transformar; de la creatividad con que abordemos la búsqueda y la proyectación de soluciones originales y eficaces; de la autonomía de nuestras iniciativas respecto a los modos anteriores de afrontar los problemas; y de la solidaridad que manifestemos en la organización de la sociedad. Y aún más en la base de todo ello, como condición de todo ello, tendremos que desarrollar nuevos modos de ser, de vivir, de aprender, de trabajar, de consumir, de relacionarnos, de comportarnos, de organizarnos, que a su vez suponen profundizar la comprensión del sentido de la vida, elaborar una nueva ética individual y social, y desplegar una renovada espiritualidad.

Luis Razeto

¿POR QUÉ NO ES ABSURDO NI LOCO NI UTÓPICO PLANTEARSE LA CREACIÓN DE UNA NUEVA CIVILIZACIÓN?


Algunos intelectuales, especialmente formados en sociología, me han discutido la idea que sea posible plantearse la creación de una nueva civilización como un objetivo consciente, que pueda ser realistamente concebido y realizado. A la base de su crítica está la idea que las civilizaciones nacen una tras otra siguiendo el curso natural de la historia, como resultado de procesos globales no organizados ni organizables por personas o grupos particulares. Serían las sociedades enteras - en su decurso natural que respondería a leyes objetivas de evolución histórica -, las forjadoras de las sucesivas civilizaciones.
La crítica de la concepción de la historia como un proceso natural regido por leyes objetivas la realizamos sistemática y detalladamente en otro lugar. (Ver Luis Razeto Migliaro y Pasquale Misuraca, La Travesía, Libro primero.) En esta ocasión me dejaré guiar por el más importante de los estudiosos e historiadores de las civilizaciones, Arnold J. Toynbee, quien funda su comprensión de la historia de las civilizaciones en la afirmación siguiente: "Una sociedad es una relación entre individuos; esta relación consiste en la coincidencia de los campos de acción de sus individuos; esta coincidencia combina en un terreno común los campos individuales; y este terreno común es lo que llamamos una sociedad. (...) Ningún campo de acción puede ser fuente de acción ... La fuente de la acción social sólo puede serlo cada uno, o algunos individuos cuyo campo de acción constituye, en el terreno donde coinciden, una sociedad. Son los individuos humanos, y no las sociedades humanas, quienes 'hacen' la historia humana."
Toynbee sostiene que cada persona puede ser sujeto activo de varias 'sociedades', en la medida que sus acciones confluyan con las de otras personas creando varios 'campos de acción'. Por ejemplo, un club deportivo, o una organización política, constituyen el terreno común de las actividades de distintos individuos que coinciden en dichos campos de acción. Distintas 'sociedades' o campos de acción así constituidos, pueden relacionarse con otras 'sociedades' similares, creando con las actividades de los individuos de todas ellas, un 'campo de acción' más amplio, una 'sociedad' mayor. De este modo, Toynbee sostiene que un individuo, que se relaciona 'personalmente' con los otros individuos en que coincide en uno o en varios 'campos de acción', llega a relacionarse e interactuar 'impersonalmente' con los individuos de las otras 'sociedades' que forman un 'campo de acción' más amplio, del que el suyo inmediato forma parte.
Toynbee sostiene que una civilización es un 'campo de acción' muy amplio, en que coinciden y convergen muchos y diversos 'campos de acción' particulares. Pero lo que define a una civilización no es exactamente el tamaño o la cantidad de individuos y de 'sociedades' que la constituyen, sino que el hecho decisivo es que el 'campo de acción' sea "inteligible en sí mismo", esto es, que se explique por la dinámica de sus integrantes, con bajos elementos que lo influyen y determinan desde fuera del mismo. Para que ello se verifique, deberá estar conformado por 'campos de acción' (económicos, políticos, culturales, etc.) suficientemente consistentes y autónomos, e integrados e interrelacionados por una cultura u orientación espiritual compartida.
El gran estudioso de las civilizaciones ciertamente no podía eludir la pregunta crucial para nosotros: ¿cómo se forman, o cuál es la génesis, de las civilizaciones? ¿Cómo y en qué circunstancias entran en existencia? Toynbee rechaza la difundida creencia de su tiempo, de que las civilizaciones están determinadas por el medio natural (geográfico) o por la raza. La respuesta del autor es exactamente la siguiente: Todas las civilizaciones empezaron a existir como respuestas por parte de seres humanos individuales a los retos que les planteaban el medio físico o el medio social humano o una combinación de ambos. La idea es que cuando cambia un medio físico, o un medio social, o ambos simultáneamente, se presentan a los hombres y a las sociedades desafíos nuevos que les exigen cambiar comportamientos y encontrar respuestas nuevas a las exigencias de la vida y el desarrollo humanos.
Toynbee sostiene que, para que una civilización pueda nacer, se requieren condiciones históricas y sociales particulares, situaciones críticas que desafían o retan a los seres humanos exigiéndoles cambios sustanciales en sus costumbres y en sus modos de acción tradicionales. Pero el tránsito no se verifica sino cuando individuos particularmente creativos elaboran y proponen las respuestas a esos desafíos nuevos, respuestas suficientemente realistas, motivadores y consistentes como para que una cantidad creciente de personas se embarquen en los nuevos caminos propuestos, encontrando en ellos un sentido a sus propias vidas y acciones.
En síntesis, no son suficientes las crisis sociales, económicas, políticas, ambientales y culturales; pero estas son condición necesaria. El tránsito comienza a verificarse cuando algunos individuos creativos, autónomos y solidarios comienzan a proponer las respuestas a esas crisis, que conducen a superarlas, instaurando nuevas interacciones, en progresivos y cada vez más amplios e integrados 'campos de acción'.
Sostiene Toynbee que cuando una sociedad, enfrentada a crisis y desafíos muy graves, sus minorías creativas no son capaces de encontrar las respuestas adecuadas, la sociedad entra en una fase de disociación, estallan las discordias internas y la consiguiente pérdida de la autodeterminación. Es lo más grave que puede ocurrirle a una sociedad.
Con estas ideas podemos cada uno responder a la pregunta: ¿Es absurdo, loco y utópico plantearse hoy la creación de una nueva civilización, o es más bien necesario, urgente e importantísimo planteárselo?
Después de estudiar la historia entera de la humanidad, analizando el presente el mismo Toynbee propone una respuesta a la pregunta cuando afirma: "Todo hombre, toda mujer y todo niño que vive hoy, está viviendo en un mundo en el que la humanidad se encuentra ante la elección extrema entre aprender a vivir juntos como una familia, o cometer genocidio en escala planetaria".
De esta afirmación desprende una precisa indicación sobre las tareas que debe emprender la educación:
"Ni la especie humana ni ningún individuo de ella pueden permitirse ignorar la situación humana presente. Tenemos que hacerle frente si no queremos destruirnos a nosotros mismos; para hacerle frente tenemos que comprenderla; y el tratar de comprenderla nos obliga a todos y a cada uno de nosotros a hacer conocimientos por lo menos en tres grandes esferas del saber: el saber de la naturaleza no humana; el saber de la naturaleza humana; el saber de los caracteres y la historia de las culturas locales y pasajeras – unas relativamente primitivas, otras relativamente avanzadas – que el hombre creó, transmitió, modificó y abandonó en el curso de las edades que pasaron desde que sus antepasados prehumanos se hicieron humanos. La tarea mínima de la educación se ha convertido, pues, en una gran empresa en nuestros días, y todo niño tendrá que pasar por un vigoroso plan de educación, tanto reglamentada como espontánea, a fin de llegar a ser un ciudadano eficaz de nuestro mundo nuevo." (Arnold J. Toynbee, en Conclusiones, al libro de Edward D. Myers, La Educación en la Perspectiva de la Historia, Fondo de Cultura Económica, 1966., Pág. 368-9.

Luis Razeto M.




LA LIBERTAD Y LA SOLIDARIDAD COMO CONDICIONES Y CAMINOS HACIA LA IGUALDAD Y LA HORIZONTALIDAD

https://www.youtube.com/watch?v=xznNTareA6s


Me propongo precisar los fundamentos de la igualdad entre los seres humanos, e identificar los fines que razonablemente podemos plantearnos en cuanto a la igualdad y la horizontalidad en la sociedad, y decir algo sobre cómo avanzar hacia su logro. Ello sin afectar sino potenciando la libertad individual, y generando una mayor y mejor integración solidaria.
1.- Una característica de las civilizaciones es comenzar con la propuesta y difusión de una cierta utopía social y política. La utopía que motivó y dio impulso a la civilización moderna se basaba en la afirmación de los principios de libertad económica, igualdad social y fraternidad comunitaria, que constituyen y resumen las principales aspiraciones que se ha planteado la humanidad en su historia. Cuando después de cinco siglos esta civilización moderna se encuentra en profunda crisis orgánica y tal vez en su agonía, podemos comprobar que la libertad se ha cumplido solamente para un segmento minoritario de la sociedad; la igualdad se ha establecido parcialmente a nivel jurídico, no existe en la realidad de las relaciones sociales, y constituye todavía una fuerte demanda social. En cuanto a la fraternidad, es un valor casi completamente olvidado. 
En los hechos y también en el pensamiento, las búsquedas y el debate se han centrado en la relación entre dos de esos principios, la libertad y la igualdad, siendo una conclusión muy generalizada que existe una contraposición entre la libertad y la igualdad, como valores u objetivos que se niegan mutuamente: a mayor libertad mayor sería la desigualdad consiguiente, mientras que un alto nivel de igualdad tendería a impedir la libertad. Porque se ha entendido así, es que la principal diversidad de posiciones, conflictos y antagonismos políticos, se da entre quienes privilegian el valor y el objetivo de la igualdad, y quienes enfatizan el valor y el objetivo de la libertad. 
Pero como la afirmación de uno y la negación del otro resultan insostenibles económica y políticamente, se ha buscado conciliar ambos valores y objetivos estableciéndose distinciones entre lo que serían la igualdad de hecho y la igualdad de derecho, o la igualdad de condición y la igualdad de oportunidades. También se ha buscado algún equilibrio entre ambos objetivos, tal que una excesiva igualdad no elimine la libertad necesaria, o una excesiva libertad no destruya la igualdad mínima indispensable. Y una tercera forma de articular ambos valores ha consistido en distinguir ámbitos de validez para uno y otro. Así, algunos ‘luchan’ por la igualdad económica, plantean restricciones a las libertades políticas y de opinión, y promueven la libertad en los derechos civiles. Otros defienden la libertad económica pero buscan restringir el ejercicio de las otras libertades. Entre el extremo liberalismo y el extremo igualitarismo existe una amplia gama de combinaciones.
Estas diferentes “soluciones” conceptuales y políticas no ayudan mucho a clarificar la cuestión, o son claramente insuficientes, toda vez que los valores y objetivos de la igualdad y de la libertad tienen, ambos, algo de absoluto. En efecto, la afirmación “todos los hombres somos iguales” expresa una convicción y un ideal que mueve a buscar el máximo de igualdad posible en todos los campos; del mismo modo que la libertad, entendida como aquello que nos define como seres humanos, mueve a buscar la más amplia y extendida libertad. ¿Es posible un nuevo modo de entender y resolver la cuestión?
Propondré en este trabajo una comprensión distinta a las mencionadas, de la relación en que se ponen esos tres principios o valores, sosteniendo que en un recto orden moral y social: a) la libertad es el valor principal que hay que preservar; b) la igualdad justa y conveniente de establecer socialmente es una que se funde en la universalización de la libertad; y c) que ello es posible solamente con la mediación de la más amplia fraternidad o solidaridad entre los seres humanos.
2.- Propongo partir considerando algunos hechos básicos.
Un primer hecho es de carácter individual. Yo podría tener más o menos poder político, mayor o menor riqueza económica, y más alto o más bajo reconocimiento y valoración cultural, si mis aspiraciones hubiesen sido diferentes a las que han sido, si hubiera efectuado otras decisiones en mi juventud, si mis opciones éticas fuesen otras. Este es un hecho que puede extenderse a todas las personas. Toda persona que esté consciente de las opciones que ha hecho y que analice con objetividad sus propios comportamientos y hábitos de estudio, de trabajo, de consumo y de entretención, sabe que podría ser actualmente más o menos rica, más o menos poderosa y más o menos culta, de lo que es. Si es así, debemos concluir que las preferencias, las opciones vitales, la ética personal y los modos de vida asumidos individualmente, influyen en el lugar que cada uno ocupa en la estructura social, en la organización económica, en la institucionalidad política y en el mundo cultural. Esta incidencia de las opciones individuales puede ser mayor o menor, según el grado de desarrollo de la libertad alcanzado por cada uno. A mayor libertad, mayor incidencia individual en la riqueza, el poder y el conocimiento. 
Un segundo hecho que tener en cuenta es de carácter natural y social.  La biología nos hace desiguales, determinando que tengamos distinto sexo, diversidad de razas, y diferentes condiciones de salud, de fuerza, de agilidad y de destrezas motoras, nerviosas, emocionales e intelectuales. La geografía, las condiciones climáticas y el medio ambiente causan desigualdades importantes entre los distintos grupos y asentamientos humanos en la Tierra. La historia nos ha diferenciado en etnias, naciones y pueblos. Entre los seres humanos encontramos individuos de poca inteligencia y genios, feos y hermosos, débiles y fuertes, agresivos y tímidos, violentos y pacíficos. Todas las desigualdades entre los seres humanos que se manifiestan y acentúan en las estructuras y procesos económicos, políticos y culturales, nos obligan a reconocer un fuerte condicionamiento geográfico, biológico, histórico y social del nivel de riqueza, de poder, de conocimientos y de cultura que tenemos cada uno.Pero, también en este sentido, el grado que tenga ese condicionamiento que experimenta cada individuo, se relaciona con el nivel de desarrollo de la libertad alcanzado. A mayor libertad, menor determinación geográfica, biológica, histórica y social en la riqueza, el poder y el conocimiento.
Un tercer hecho que hay que tener en cuenta es la interacción e influencia recíproca entre los individuos. Sea por condiciones y talentos naturales, sea por vocación y dedicación especial a determinadas actividades, existen en todas las sociedades personas que destacan por sobre los demás, por la excelencia de sus logros y realizaciones. Científicos y pensadores sobresalientes, artistas eminentes, deportistas excepcionales, políticos pioneros, empresarios notables, creadores, innovadores, precursores. Estas personas, que aportan excelencia, son de enorme importancia para el desarrollo de la humanidad, y también influyen muchísimo sobre las personas que se relacionan e interactúan con ellos. Porque las personas estamos vinculadas estrechamente unas con otras, nos influenciamos, actuamos mirando a los demás y aprendiendo de ellos, nos atraemos y establecemos afinidades y diferenciaciones.  
En este sentido, si bien todas las personas realmente libres tienen la potencialidad de alcanzar un alto nivel de desarrollo humano en alguno o varios campos de actividad, hay que tener siempre en cuenta la acción de los otros, de las relaciones sociales y vínculos comunitarios, que predisponen en ciertas direcciones y que facilitan u obstaculizan el desarrollo. Un niño que nace en un ambiente de deportistas, donde se valore el desarrollo físico, se hable de goles y de triunfos deportivos, es probable que esté fuertemente atraído a poner énfasis en esa dimensión. Un hijo que nace en una familia de lectores de libros, cuyos padres hablan de poesía y novelas y reflexionan sobre lecturas, desarrolla esas necesidades culturales. Un gran músico, un gran científico, etc. crecen en el contacto, convivencia e interacción con otro gran músico, científico, etc. Los individuos somos atraídos e impulsados por aquellos que han llegado más arriba o más adelante que nosotros mismos. Para todos es decisiva la relación que tengamos con otras personas, no sólo en las fases infantiles sino también una vez alcanzado un desarrollo maduro. Pero también en este sentido hay que reconocer que el grado de excelencia y la capacidad que tenga un individuo de atraer y de ser atraído por otros, dependen fuertemente del nivel de desarrollo de la libertad por él alcanzada. A mayor libertad, más posibilidades de alcanzar la excelencia en alguna dimensión o actividad, y de atraer a otros a niveles de más alto desarrollo.
 3.- Conectando los tres hechos mencionados llegamos a algunas conclusiones relevantes. La primera es que, tanto el condicionamiento geográfico, biológico, histórico y social, como la libertad personal, y las relaciones que entablamos con otras personas, son causantes de desigualdad. La segunda es que esos mismos factores que nos hacen desiguales, son diferentes en unas personas y en otras, de modo que unos  están más condicionados y son menos libres, y otros son más libres y se encuentran menos condicionados. La tercera es que el grado de libertad y autodeterminación que permita una sociedad  a sus miembros, será determinante de su nivel de riqueza, poder y cultura, y por consiguiente, de lo acentuada o reducida que sea la desigualdad entre las personas. Por último, parece evidente que mientras menor sea el grado de libertad que permita o facilite una sociedad a los individuos que la conforman,  menor será el desarrollo humano de ellos, que en su conjunto alcanzarán más bajos niveles de riqueza, poder y cultura, aunque quizás pueda ser menor la desigualdad entre ellos. 
Esta secuencia de conclusiones nos lleva a re-plantearnos lo que podamos o no podamos, y lo que debamos o no debamos, plantearnos respecto a la cuestión de la igualdad y desigualdad de los individuos en la sociedad. Y nos plantea una primera cuestión decisiva: si todo nos hace desiguales ¿de dónde proviene y qué justifica la pretensión, la demanda, la exigencia de la igualdad? ¿Cuál es el fundamento de esta? 
Esta pregunta no puede obviarse. El nazismo, que sostenía la superioridad de una raza sobre las otras y que llevó a políticas de exterminio étnico; el marxismo, que sostenía la superioridad de una clase social sobre las otras y que llevó al exterminio de enteras clases sociales durante el estalismo y el maoísmo; el nacionalismo, que sostenía la superioridad de una nación sobre las otras  y que llevó a guerras que buscaban avasallar a las naciones enemigas; son fenómenos muy recientes, y si bien fueron derrotados militar y políticamente, no han dejado de tener una consistente presencia cultural y política hasta hoy. Todavía existen las guerras étnicas. El darwinismo social es una ideología que sigue viva y activa en muchos planos y espacios de la actividad humana, por ejemplo en políticas de control de la natalidad, y en ciertas orientaciones de la medicina. Hay algunas ideologías ecologistas extremas que, al sostener que “somos demasiados” y que “la especie humana es depredadora por naturaleza”, incuban tendencias altamente peligrosas. Consideremos, entonces, el fundamento de la afirmación de la igualdad de los seres humanos, en qué sentido tiene un carácter absoluto,  y cuáles son sus implicaciones.
4.- La naturaleza - física y biológica - es determinista, está sujeta a condiciones y leyes que no controlamos, y genera desigualdades que nos afectan inevitablemente. De aquí se sigue – y esta es una conclusión importante –, que el plantearnos la igualdad y la libertad como valores y objetivos por alcanzar, se origina en algo que es exclusivo de los seres humanos: la conciencia, el espíritu. Son la conciencia y el espíritu los que nos llevan a plantearnos fines y a buscar los medios para realizarlos. De hecho, la afirmación de que "todos somos iguales", que “compartimos la misma dignidad humana” y que "tenemos los mismos derechos y obligaciones", es una conquista cultural, moral y espiritual de la humanidad. 
Que somos parte de una misma especie, es una realidad biológica; pero ella no es suficiente para fundamentar la igualdad de todos los individuos de la especie, en cuanto la misma biología establece diferencias entre estos, y despliega mecanismos de selección, de reproducción y de sobrevivencia que privilegian a unos miembros de la especie en detrimento de otros. El ser parte de un conglomerado natural no fundamenta la igualdad entre los miembros del mismo. El hecho de compartir con otras especies el ser vivos, o el ser animales, o el ser mamíferos, o el ser homos, no determina igualdad entre tales géneros y especies ni entre los miembros de ellas, que la misma naturaleza ha puesto en lucha y conflicto por la sobrevivencia.  
La igualdad no se funda en el concepto biológico de ‘especie’, sino en el concepto filosófico de ‘humanidad’.  Que somos parte de una realidad moral que llamamos ‘humanidad’; en la cual nos definimos como ‘personas’, que compartimos la capacidad de amar, de conocer, de emocionarnos, de crear y de efectuar opciones libres; y que formamos ‘comunidad’, son realidades morales. Es en y por nuestra condición de personas morales, con conciencia, razón y libertad, que conformamos una humanidad, articulada en comunidades, donde nos concebimos como personas iguales.  
Este ser ‘personas’, que formamos comunidad y humanidad, es una convicción que históricamente han sostenido las religiones que afirman precisamente que no somos seres puramente biológicos, sino también espirituales, hijos de un mismo Padre, creados a imagen y semejanza de Dios. Es también lo que han argumentado las filosofías metafísicas, que afirman que cada individuo humano comparte con todos los otros una misma 'naturaleza humana’, una misma esencia. Así, pues, es desde el plano moral que surge la demanda de igualdad. Podemos decir que la conciencia y el espíritu se rebelan contra las desigualdades que establecen entre nosotros la biología, la geografía, la naturaleza y la sociedad. 
De esto deriva una conclusión fundamental, a saber, que la calidad moral y espiritual de una sociedad, y también de una comunidad menor, o incluso de una persona, se manifiesta especialmente en el modo en que trate y en que se relacione con las personas más débiles y desprotegidas, reconociendo que la inferioridad económica, política y cultural de ellas no reduce, ni afecta en lo más mínimo, su radical igualdad con uno mismo y con todos.
Pero debemos avanzar en el análisis de las implicaciones de todo lo que hemos dicho, respecto a la igualdad y la libertad posibles y deseables en la sociedad.
5.- Si es verdad: 1) que mientras mayor sea la libertad y capacidad de autodeterminación de una persona, menor es el condicionamiento biológico y social que genera desigualdades de riqueza, de poder y de cultura. Y 2) que también la conciencia y la libertad nos hacen desiguales, en cuanto de nuestras decisiones depende en importante medida la riqueza, el poder, la cultura y los conocimientos que alcanzamos; se concluye que la igualdad en cuanto a la riqueza, el poder, la cultura y el conocimiento de las personas es imposible, y que ello no sería deseable, no sólo porque iría contra la biología y la naturaleza, sino también contra la libertad, o sea, contra la conciencia y el espíritu.
¿En qué queda, entonces, aquello de que la igualdad es un derecho humano esencial, fundamento de la civilización, aspiración y demanda de la conciencia y del espíritu? Para responder esta pregunta examinemos los contenidos de esa reivindicación ética, religiosa y filosófica de igualdad de todos los seres humanos.
Lo que tenemos en común, lo que nos hace iguales, y que fundamenta la exigencia del reconocimiento social de nuestra igualdad, es que todos los seres humanos somos personas, esto es, individuos conscientes, racionales y espirituales, que es de donde surge la exigencia de libertad y autodeterminación. Esa es la igualdad esencial, fundamental, que es necesario fundar y defender en la sociedad, en el marco de todas las desigualdades biológicas, geográficas, económicas, sociales y culturales en que vivimos. En este sentido cabe advertir que precisamente aquello que suele contraponerse a la igualdad, a saber, la libertad, es precisamente el fundamento y la justificación última de la igualdad humana esencial.
Así, la respuesta a la pregunta: ¿qué igualdad es conveniente? encuentra una nueva respuesta. Es la igualdad que consiste en que seamos todos libres y autónomos, para decidir nuestras vidas, con nuestras propias éticas, que nos conducirán a los niveles de riqueza, poder político, conocimiento y cultura que obtengamos cada uno como resultado de nuestras opciones, decisiones y acciones, con el menor condicionamiento geográfico, biológico y social que se pueda, y con el máximo desarrollo moral y espiritual que podamos alcanzar. 
Si todos fuésemos igualmente libres, las desigualdades económicas, políticas y culturales que de ese modo se generen, serán legítimas y convenientes, y no afectarán sino que serán manifestación de nuestra igualdad humana fundamental, esencial. Entre personas libres no hay dominación ni subordinación sino relaciones horizontales, pues las personas libres se reconocen iguales entre sí y saben que no son subordinables unas a otras sin consentimiento. La libertad no genera igualdad económica y política, pero genera horizontalidad, que es lo que debe buscarse en las relaciones humanas. 
6.- Lo anterior nos permite comprender que el gran problema de la sociedad moderna, la gran desigualdad que da origen a todas las manifestaciones injustas de ella en la economía, en la política, en la educación y la cultura, consiste en que la libertad ha sido alcanzada por una porción relativamente pequeña de las personas, por un segmento de la sociedad que se constituye como una élite dirigente, mientras la gran masa permanece subordinada y dependiente. Ello genera una verdadera fractura en la sociedad, entre los organizadores y los organizados, los dirigentes y los dirigidos, los gobernantes y los gobernados, los empresarios y los trabajadores, los conocedores y los ignorantes, los cultos y los vulgares.
En efecto, simplificando la realidad pero sin falsear su configuración básica, podemos decir que en el mercado existen dos situaciones o modos en que las personas se encuentran en él: 1. Como organizadores o protagonistas económicos, esto es, personas que actúan con autonomía, como es la situación de los empresarios y de los que ejercen profesiones liberales o se desempeñan trabajando de manera autónoma; 2. Como dependientes y subordinados, como es el caso de los trabajadores asalariados, de los empleados dependientes, de los pensionados, etc. 
También en el Estado existen dos modos principales de estar: 1. Como dirigentes, que es la situación en que están los miembros de la llamada ‘clase política’ y de la alta burocracia pública, o sea los gobernantes, parlamentarios, magistrados, autoridades y funcionarios de la administración central, dirigentes de los partidos políticos, etc.; 2. Como dirigidos, que es la situación en que se encuentran los ciudadanos comunes y corrientes, que son objeto de las decisiones gubernativas, que aceptan o se conforman pasivamente a lo que deciden las autoridades, o que en el mejor de los casos buscan incidir en las decisiones a través de las movilizaciones y presiones sociales.
Igualmente en la cultura se dan los dos modos de participar: 1. Como creadores, que es la situación en que están los artistas, científicos, pensadores, protagonistas y organizadores de cultura. 2. Como público que se limita a apreciar y seguir el conocimiento, el arte, la cultura que otros les ofrecen.
Todos participamos del mercado, del estado y de la cultura; todos somos parte de esos tres sistemas que proveen en distintas formas los bienes y servicios que necesita la población; pero en ellos se manifiesta la división social que separa a los que participan y están insertos en calidad de protagonistas y, en consecuencia, que gozan de los mayores privilegios; y los que se encuentran en condiciones de subordinación y dependencia, marginados de los procesos decisionales, y cuyo acceso a los bienes y servicios es más precario. Cabe señalar, además, que los de arriba, los que son organizadores y autónomos sea en el mercado, en el estado o en la cultura, tienen normalmente un nivel educativo y de acceso al conocimiento y a la información que podemos considerar elevado o de excelencia, según los estándares del propio sistema; mientras que los de abajo, los que operan como subordinados o dependientes sea en el mercado como en el estado y en la cultura, suelen tener un inferior nivel educativo y un reducido acceso al conocimiento y a la información.
7.- Ahora bien, para comprender correctamente el modo en que se configura y se reproduce la estructura social hay que tener en cuenta dos hechos, que mitigan o reducen y que en parte ocultan, pero no eliminan, la separación cualitativa existente entre los autónomos de arriba y los dependientes de abajo. 
El primero es que en ambos niveles se manifiesta una gradación, de tal manera que los peldaños inferiores de ‘los de arriba’ se encuentran muy cercanos a los peldaños superiores de ‘los de abajo’ en términos de su situación socio-económico-cultural. Gradación que da la apariencia de que se tratara de una única estratificación o escala social en que se distribuyen los distintos niveles sociales, económicos y culturales; apariencia reforzada por el hecho que la situación socio-económico-cultural de las familias y personas se mide con parámetros y datos puramente cuantitativos, cuales por ejemplo, los niveles de ingresos, los años de escolaridad, la cantidad de bienes y servicios a los que se accede, etc. 
El segundo hecho es que la separación entre los de arriba y los de abajo no está dada por una barrera infranqueable, por una valla impermeable, existiendo ciertas formas, conductos y mecanismos que permiten ‘perforar’ la línea que los separa. En efecto, existe la posibilidad del ascenso de algunos de los abajo hacia el nivel superior, y a la inversa, el descenso de algunos de los de arriba al nivel inferior, en cantidades mayores o menores según cuan rígida o abierta sean las estructuras e instituciones del mercado, del Estado y de la cultura. Cuando la movilidad social es más amplia y está disponible para un mayor número de personas se dice que estamos en una ‘sociedad abierta’, y en ella crecen y se desarrollan los grupos sociales definidos como ‘aspiracionales’.
Es en este sentido que interviene de manera relevante la educación y el acceso al conocimiento y a la información. Pues una diferencia decisiva que establece la separación entre los que pertenecen a uno u otro de los niveles sociales es precisamente el dominio del conocimiento y de la información. Porque la educación, la cultura, el conocimiento y el dominio de la información son factores claves que determinan la posibilidad de que las personas sean libres, autónomas y organizadoras, o que se mantengan en condición subordinada y dependiente. Dicho más directamente, para ser dirigente, organizador, autónomo, hay que tener el conocimiento, los saberes, la cultura, la información y las competencias requeridas para ello.
8.- De esta comprensión de la relación entre la igualdad y la libertad derivan consecuencias trascendentales sobre la organización de la vida económica, política y cultural de la sociedad. Si se lo entiende cabalmente, nos daremos cuenta de que el origen de todas las desigualdades injustas y que es necesario remover, son causadas por limitaciones a la libertad, en el sentido de que no todos los humanos somos libres, iguales en libertad. Se comprenderá la exigencia ética de una transformación muy profunda del orden social, económico, político y cultural, orientada  a favorecer y promover la libertad de los oprimidos y subordinados, en un proceso de largo aliento que conducirá progresivamente a la eliminación de todas las desigualdades injustas e inaceptables que existen en nuestras sociedades. 
En este sentido, una primera, elemental y fundamental consideración, nos lleva a afirmar que,  tener capacidad de autodeterminación y ejercicio de la libertad, supone disponer de un cierto nivel mínimo y suficiente de salud, de capacidades físicas y mentales, de recursos económicos, de poder, de conocimientos y de cultura, bajo cuyo umbral la libertad y capacidad de autodeterminación es inexistente o muy escasa. Para ser libres y tener capacidad de autodeterminación, es necesario encontrarnos adecuadamente alimentados, disponer de un lugar donde vivir y protegernos de las inclemencias del clima, tener una razonable seguridad de no ser asaltados, disponer de salud y de alguna suficiente atención ante las enfermedades, haber alcanzado algún nivel de conocimientos y de cultura. 
Todo esto no lo proporcionan, no la aseguran la geografía, la biología y la naturaleza. Todo eso debe ser construido socialmente, por obra de emprendimientos y organización económica, de orden y organización política, de actividades culturales y sistemas educativos, etc. En otras palabras, todo ello son exigencias que la ética personal y social, la conciencia y el espíritu (que nos hacen reconocernos personas humanas, viviendo en comunidad, formando la humanidad), ponen a la economía, la política, la organización cultural y educacional. Todo ello es fruto de la libertad, al mismo tiempo que establece condiciones y límites a la libertad con el fin de que todos alcancemos aquella libertad y capacidad de autodeterminación mínimas que nos constituyen como personas humanas formando humanidad.
Para ser libres y tener capacidad de autodeterminación, es necesario, además, la participación activa en la comunidad. En esta nos retro-alimentamos mutuamente en el proceso de desarrollarnos. Por eso es esencial la experiencia colectiva, la convivencia, la participación en grupos, redes y organizaciones. Los humanos nos asociamos porque individualmente somos incompletos y no auto-suficientes. Las necesidades las satisfacemos, y las capacidades las desarrollamos, cada uno desplegando sus propias energías y proyectos de realización; pero también las desplegamos en el compartir, en el convivir y en el asociarnos con otros para enfrentar necesidades que tenemos en común. Si uno quiere desarrollar las necesidades espirituales o las necesidades de conocimientos tiene que encontrar personas que quieran lo mismo, porque así van a poder alimentarse en esa búsqueda, en ese trabajo, en esa construcción común de los satisfactores de esas necesidades; si uno quiere desplegar su espíritu musical o deportivo, tiene que vincularse a personas que compartan esas dimensiones. Y si nos articulamos en una organización, en una experiencia humana donde se encuentren personas de distintas cualidades, de distantes personalidades, de diferentes niveles de excelencia, nos enriquecemos también cada uno y a los demás mutuamente, con lo que cada uno haya desplegado más. En comunidad, cada uno aporta a los otros en la medida de lo que ha llegado a ser y a tener. Y mientras mayor sea el logro que hayamos alcanzado, en riqueza, o en poder, en cultura o en conocimientos, más elevada será la exigencia moral  que tenemos, de compartir, libremente (no por coacción) y en solidaridad con los menos desarrollados, aquello que hayamos desarrollado..
8.- ¿Cómo serían la economía, la política, la educación y la cultura, si todos los humanos fuéramos libres, y participáramos en organizaciones y comunidades de personas libres y solidarias, donde aprendamos y nos impulsemos unos con otros? Dadas las restricciones de espacio y de tiempo, me limito aquí a una consideración general sobre los ámbitos de la actividad y organización en que es más importante la libertad, y a una particular sobre la economía.
En lo general,  si asumimos que la libertad de todos es el objetivo esencial al que se debe aspirar, los ámbitos más importantes en que la libertad debe ser asegurada y garantizada son, el de la libertad de educación, porque es a través de la educación que las personas desarrollan su libertad, y el de la libertad de conciencia, de expresión y de comunicación de las ideas y conocimientos, que es donde se manifiesta primera y originalmente la libertad de las personas. Es obvio que la libertad sólo puede expandirse, perfeccionarse y desarrollarse en un ambiente de libertad, que ha de proyectarse hacia todos los ámbitos de la actividad humana, y especialmente en la economía, la política y la cultura. 
En lo particular sobre la economía, sostengo en mis libros sobre el desarrollo, la transformación y el perfeccionamiento de la economía, que una organización fundada en la libertad y en la asociatividad y solidaridad, que genera las condiciones óptimas de igualdad y horizontalidad entre las personas que en ella participan, es aquella que se aproxime a las condiciones de la llamada ‘competencia perfecta’, que los economistas clásicos identifican en la atomización de los oferentes, la ausencia de barreras y el libre acceso, la plena movilidad de factores y productos, la transparencia e información abierta; lo que desde la óptica epistemológica y teórica de la economía comprensiva llamamos ‘mercado democrático’, y que implica la liberación de las fuerzas productivas, incluido por cierto el trabajo, pero también el dinero, el financiamiento y la empresarialidad. 
La efectiva realización de la libertad económica implica que todas las personas estemos en condiciones de ser empresarios, individual y/o asociativamente, lo que se cumple en la economía de solidaridad y cooperación. En ésta, la distinción fundamental propia del capitalismo, entre empresarios y trabajadores, se disuelve, haciendo que todos seamos (podamos ser) empresarios, aportadores de factores, y trabajadores a la vez; o bien, que podamos optar libremente entre la condición de empresario, de aportador independiente de factores, o de trabajador dependiente. En el mercado democrático y en la economía solidaria se vive un máximo de libertad económica, y un óptimo de vinculación social mutuamente enriquecedora, generándose condiciones de horizontalidad en las relaciones entre productores, intermediarios y consumidores, y entre empresarios, aportadores independientes de factores, y trabajadores.
Es obvio que todo esto supone que las personas hayan alcanzado un nivel suficiente de desarrollo de su libertad y capacidad de autodeterminación. En tal sentido, es preciso entender que el mercado democrático y la economía solidaria son, al mismo tiempo, condiciones que permiten y facilitan el desarrollo de la libertad, y manifestaciones de la libertad lograda progresiva y crecientemente por las personas. 
9.- Puestas así las cosas, pareciera que compaginar la libertad individual con la igualdad social - entendidas en los términos indicados - fuera algo imposible de lograr en la actualidad, teniendo en cuenta que una mayoría de los seres humanos vive en condiciones de subordinación económica, social, política y cultural, estando muy lejos de poder conquistar y ejercer la libertad. Sostengo, en cambio, que ello es posible de construir realmente en base del desarrollo de una ética de la solidaridad o fraternidad comunitaria, aplicada consistentemente en la economía. Tal es el sentido y el significado profundo de la economía solidaria.
En efecto, las personas que por cualquier circunstancia no alcanzan por sí mismas el desarrollo personal que les permita participar en la economía con libertad, pueden encontrar en la economía solidaria una vía regia para lograrlo. En efecto, asociándose con otras personas para trabajar en empresas cooperativas, mutiplicando su eficiencia mediante los efectos productivos del Factor C, organizando comunitariamente el consumo de modo de obtener mayores satisfacción de los bienes y recursos escasos disponibles, las personas logran un elevado nivel de realización de su libertad personal en lo específicamente económico, con el plus de encontrar en esas mismas experiencias, significativas oportunidades de desarrollo comunitario, cultural, intelectual y espiritual.
Aquellas otras personas que por su mayor y mejor desarrollo económico personal y familiar logran generarse ingresos y acumular excedentes más allá de los convenientes para una ‘vida buena e integral’, pueden participar en la economía solidaria destinando una parte de sus recursos excedentarios a apoyar la formación de iniciativas de producción y de consumo de economía solidaria, o aún mejor, organizando e invirtiendo en iniciativas culturales y educacionales, o de índole espiritual, que favorezcan el desarrollo humano integral no sólo de sí mismas, sino de la comunidad de la que forman parte, y de la sociedad en general.
En ambas situaciones - la de quienes no alcanzan por sí mismos el umbral de la libertad de trabajo y consumo que les garantice una vida libre, sana y digna, y la de quienes lo soprepasan en exceso disponiendo de riquezas que no les sirven realmente y que incluso les desvían de la correcta atención de la socialidad y fraternidad - encontramos que la economía solidaria ofrece a todos las oportunidades y la ocasión de ser realmente libres, liberadores y constructores de una sociedad más horizontal y menos desigual.

Luis Razeto



EL CONCEPTO "SOLIDARIDAD"

EL CONCEPTO ‘SOLIDARIDAD’ (Publicado en Pensamiento Crítico Latinoamericano. Conceptos Fundamentales , Volumen III, págs. 971-985. Edici...