I.-
En
la época que estamos viviendo, de transición hacia una nueva
civilización cuyos contenidos y características están todavía por
definirse, la cuestión intelectual más difícil, pero de enorme
importancia, consiste en discernir, entre los tantos cambios,
procesos, acontecimientos y tendencias que están ocurriendo, cuáles
de ellos forman parte del deterioro, la crisis y la agonía de la
civilización moderna, y cuáles constituyen embriones e inicios de
la nueva civilizacíon que se está gestando.
La
razón de esta dificultad es que tanto la decadencia de la ya vieja
civilización moderna como el surgimiento de la civilización
emergente, proceden simultáneamente y están dando lugar a hechos,
tendencias, comportamientos y cambios inéditos, nuevos, desconocidos
hasta que se presentan.
Por
ejemplo, ¿cómo saber si un determinado movimiento social que se
manifiesta en las redes informáticas y lucha exigiendo al Estado
mayores beneficios para un sector de la población, es un episodio
que se inserta en la agonía de la civilización moderna, o es una
genuina expresión de la civilización naciente?
Les
dejo la pregunta, y me limito a dejar anotado que los criterios del
discernimiento sobre ésta y muchas otras cuestiones, no los
proporcionan la sociología, la economía, la psicología ni la
ciencia política que se enseñan en las universidades, porque ellas
son disciplinas que están experimentando, también ellas, la crisis
de la civilización moderna en que surgieron. Si tienen dudas al
respecto y todavía esperan respuestas de dichas disciplinas, tomen
nota de que ni siquiera se plantean la pregunta.
Lo
que se requiere es una nueva ciencia de la historia, de la política,
de la economía y del conocimiento, elaborada en términos de
pensamiento complejo y de conocimiento comprensivo.
II.-
Otro
motivo por el cual es particularmente difícil discernir qué hechos,
comportamientos, relaciones y tendencias, forman parte de la crisis y
agonía de la ya vieja civilización moderna, y cuáles otros son
portadores de una nueva, mejor y superior civilización, reside en la
circunstancia de que ambos procesos están presentes, más o menos
conscientemente y con mayor o menor grado de desarrollo, en cada uno
de nosotros: en nuestro propio modo de ser y de vivir, en nuestro
propio e íntimo interior.
En
efecto, estamos condicionados, influenciados, formados y conformados
por y en la civilización que decae. Al mismo tiempo, deseamos y
estamos potencialmente orientados hacia la búsqueda y el encuentro
de lo nuevo que emerge. Vivimos los problemas de la crisis, que nos
afectan, nos incomodan y nos inquietan, y buscamos soluciones en
formas de pensar, de sentir, de actuar, de relacionarnos, que con
mayor o menor claridad y precisión nos pongan en camino hacia formas
mejores y superiores de vivir.
Cada
uno de nosotros está más o menos condicionado por la vieja y
decadente civilización, y está más o menos dispuesto a emprender
iniciativas creativas, autónomas y solidarias propias de la nueva
civilización. Estamos en transición, y somos parte de la
transición.
La
vieja civilización nos atrapa, nos limita, nos ofrece la poca
seguridad que todavía puede darnos. La nueva civilización nos
invita, nos seduce, nos motiva, nos alienta, nos ofrece esperanzas.
El temor nos lleva a quedarnos inmóviles, a permanecer en lo
conocido, a no emprender la travesía. La confianza nos ilumina, nos
incentiva, nos proporciona la audacia necesaria para cambiar y dar el
salto.
Cabe
preguntarnos: ¿cuánto estamos dispuestos a arriesgar? Si poco, es
señal de que estamos muy fuertemente condicionados y atrapados en
las redes del pasado. Si mucho, es expresión de que nos estamos
liberando, y de que podremos contarnos entre los constructores y
habitantes de una civilización superior, que abre nuevos horizontes
a la experiencia humana, tanto en lo personal como a nivel de la
humanidad.
Luis
Razeto.