LA
FORMACIÓN DE UN ‘BLOQUE HISTÓRICO’
ENTRE
LAS FUERZAS DEL CONOCIMIENTO, DEL TRABAJO Y DE LA COMUNIDAD
La división social del trabajo y los factores económicos.
La
división social del trabajo, que desde muy antiguo y hasta el
presente ha sido necesaria para garantizar la sobrevivencia de la
humanidad – la alimentación, la habitabilidad, la salud, la
ciencia, la educación, la recreación, el orden social, etc. –
implica la especialización de las personas en seis principales
funciones y actividades diferentes: a) el trabajo; b) el conocimiento
y su aplicación tecnológica; c) la gestión y la administración de
las organizaciones y procesos; d) el dominio, posesión y cuidado de
la tierra y de los bienes materiales; e) el comercio y la
intermediación financiera; y f) la mantención y fomento de la
cohesión social, la comunidad y la solidaridad humana.
Estas
seis funciones y actividades indispensables a nivel económico se
corresponden con los factores productivos que forman parte de
cualquier empresa: el trabajo, la tecnología, la gestión, los
medios materiales de producción, el financiamiento y el Factor C.
Cada uno de ellos realiza un aporte insustituible en la producción,
ejerce una contribución a la productividad de las empresas, y a
todos ellos les corresponde un adecuado reconocimiento, una
correspondiente recompensa y una equilibrada remuneración.
Esos
seis factores y tipos de actividad diferentes, en cuanto apropiados
y/o ejercidos por grandes conglomerados o grupos humanos, dan lugar a
una compleja organización de la sociedad, donde se distinguen
diferentes conglomerados humanos, clases o categorías sociales
(grupos de personas que para simplificar la exposición llamaremos en
adelante ‘clases’ sociales). Es así que encontramos en la
sociedad: la clase trabajadora; la clase de los intelectuales,
científicos y técnicos; la clase dirigencial, política y burocrática; la clase rentista y de los propietarios de los medios de
producción; la clase dedicada al comercio y a las finanzas; y la
clase de los que podríamos identificar como los integradores
sociales, las comunidades y las entidades solidarias. En cada uno de
estos agrupamientos sociales se desarrollan culturas características:
modos de relacionarse, de actuar, de sentir y de pensar, y
determinados objetivos, intereses y valores compartidos.
A
lo largo de la historia y en las distintas sociedades, estas
diferentes ‘clases’ han ocupado distintas posiciones de poder y
dominio en la sociedad, configurándose como consecuencia de ello,
distintos modos de organización económica, variados sistemas
políticos y de gobierno, diversas culturas, y en la mayor escala,
diferentes tipos de civilización.
El
bloque histórico dominante.
En
la sociedad o civilización moderna, cuya organización
económico-política la podemos caracterizar como capitalista y
estatista, ha predominado como sector dirigente de la sociedad, un
‘bloque histórico’ (o alianza social consolidada y perdurable)
constituido por tres de estas clases o agrupamientos sociales: la
clase industrial y rentista, propietaria de los grandes y más
importantes medios materiales de producción; la clase comercial y
financiera; y la clase política y burocrática. Todos ellos
constituyen actualmente, y desde hace varios siglos, las categorías
económicas y sociales organizadoras, las que ponen los objetivos
generales de la sociedad y organizan las estructuras y los medios
para cumplirlos.
Este
poderoso ‘bloque histórico’, al estar compuesto por tres clases
o grupos sociales diferentes, cada uno de los cuales mantiene sus
propios intereses, objetivos y conformación social y cultural, no es
homogéneo, de manera que entre sus componentes - la clase
financiera, la clase rentista y la clase política -, se han
manifestado históricamente divergencias y conflictos, como
consecuencia de los cuales se han dado en diferentes momentos y
lugares distintas situaciones en cuanto a su configuración interna,
y en especial, respecto a cuál de los tres grupos ejerce la
hegemonía y el predominio relativo sobre los otros dos, al interior
del ‘bloqe histórico’ que los une. El conflicto más fuerte se
ha dado entre las clases financiera y rentista por un lado, y la
clase política por el otro, siendo el resultado de ello, el
predominio que las primeras han ejercido en las sociedades
capitalistas, y la hegemonía de la segunda en las socialistas.
Finalmente, salvo reducidas excepciones, han prevalecido a nivel
global las clases financiera y rentista, subordinando pero
manteniendo integrada en el mismo ‘bloque histórico’ a la clase
política y administrativa.
Las
tres clases que conforman este ‘bloque histórico’ dominante
abarcan, en conjunto, entre un 10 y un 30 % de la población, según
los países. La inmensa mayoría de la población, o sea los
trabajadores, los intelectuales, profesionales y técnicos, y los que
forman y guían las comunidades intermedias y de base, se encuentran
subordinados, ejerciendo sus funciones y actividades bajo el control
del ‘bloque histórico’ dominante.
La
situación de las clases y grupos sociales subordinados.
La
mayoría de los trabajadores son dependientes y asalariados en las
empresas y organizaciones capitalistas, o están empleados en las
instituciones del Estado realizando labores burocráticas de menor
importancia. Tanto en el área estatal como en la capitalista, los
trabajadores se limitan a cumplir las actividades laborales que les
asignan, de manera generalmente no creativa, sin tener control
efectivo sobre el uso del tiempo ni sobre los objetivos a los que
sirven con su trabajo.
La
situación de la clase de los intelectuales, científicos,
profesionales y técnicos es bastante mejor, en cuanto gozan de
mayores remuneraciones económicas y más reconocimientos sociales,
pero se encuentran igualmente funcionalizados a los objetivos e
intereses del bloque dominante. Operando de esta manera subordinada,
son numerosos los profesionales de la economía que ponen sus
conocimiento al servicio de la especulación financiera y de negocios
que se realizan a expensas del medio ambiente y del desarrollo
humano. Muchos intelectuales que trabajan en los medios de
comunicación masiva manipulan la información, difunden
conocimientos erróneos o parciales, desprecian y tergiversan las
tradiciones de sabiduría, no valoran las ciencias y las artes que no
aporten de modo inmediato a la obtención de ganancias económicas,
poniéndose directa o indirectamente al servicio de los intereses
económicos del capital financiero y de los poderes del Estado. Las
universidades y los centros de investigación forman los
profesionales y construyen los conocimientos que son requeridos por
las empresas capitalistas y por el Estado, siendo controlados tanto
mediante la financiación de los programas como mediante las
regulaciones que les impone el poder político. Así, aunque no
siempre estén conscientes de ello, se manipulan las creencias
populares, las ideas religiosas, las supersticiones, para mantener al
pueblo temeroso, ignorante e inculto, se fomenta la división social
y los conflictos entre las naciones, y se oculta la información que
pudiera despertar la conciencia crítica de las multitudes.
De
este modo, con la colaboración activa de numerosos intelectuales y
profesionales del conocimiento, de las comunicaciones y de la
información, se mantienen subordinadas, masificadas, empobrecidas y
divididas, a grandes y pequeñas comunidades humanas que, si en el
mejor de los casos llegan a organizarse, lo hacen inevitablemente
desde posiciones de subordinación, esto es, desplegando
transitoriamente dinámicas reivindicativas y de presión social
orientadas siempre a obtener de los poderosos del dinero y del poder,
los beneficios que necesitan para mejorar sus condiciones de vida y
que, apenas parcialmente recibidos, retornan a sus funciones
preestablecidas y a la pasividad.
Las
clases subordinadas y su tendencia a la autonomía.
Desde
la condición de subordinación que afecta a los trabajadores, a los
intelectuales y a las comunidades, surgen más o menos
espontáneamente, dinámicas de distanciamiento, antagonismo y
autonomía con respecto al bloque dominante. Tales dinámicas tienen
diferentes manifestaciones y asumen distintas formas en cada clase o
grupo social, pero es posible distinguir una similar secuencia de
fases.
Una
primera fase consiste en una suerte de toma de distancia, por parte
de algunos integrantes de la clase o grupo social de referencia,
respecto al ‘orden’ económico, político y cultural que los
mantiene subordinados. Es un distanciamiento a nivel de los valores y
de la ética, acompañado de intentos por diferenciarse a nivel
individual, respecto a los modos de ser, de pensar y de sentir, de
relacionarse y de actuar, que caracterizan a la clase o agrupamiento
social al que pertenecen.
En
el caso de los trabajadores, se manifiesta, por ejemplo, en un
compromiso personal con el trabajo que se realiza, en el esfuerzo por
la capacitación y el perfeccionamiento, en asumir el trabajo como
vocación personal, etc. Entre los intelectuales, es la búsqueda de
un pensamiento propio, el deseo de ir al fondo de los problemas y de
los asuntos estudiados, la necesidad de pensar con la propia cabeza.
En cuanto a las comunidades, se manifiesta en los esfuerzos por
organizarse para enfrentar los problemas que las afectan, mejorar las
relaciones humanas, y alcanzar mejores niveles de integración
social, etc.
Dichas
dinámicas de separación respecto al ‘orden’ implantado por el
bloque histórico dominante encuentra límites que las personas que
lo inician no pueden superar facilmente, pues pronto advierten que la
realidad y las estructuras establecidas los condicionan y restringen
en sus posibilidades. Así se origina una segunda fase, caracterizada
por la crítica activa y el antagonismo respecto de aquello que se
aspira dejar atrás y cambiar. No hay todavía claridad respecto a lo
que se quiere, o apenas se esboza a nivel de una genérica afirmación
de principios y de valores, pero sin que existan las propuestas y las
formas prácticas que pudieran reemplazar lo que se critica. En esta
fase, y como resultado de la misma actividad crítica, se expande y
multiplica el sector de los que se plantean contra el orden
establecido. Lo que en la fase inicial era un proceso individual,
tiende a generar dinámicas organizadas que incluyen a crecientes
sectores de la población, que se van configurando como masas o
multitudes críticas. Pero al mantenerse el pensamiento y la acción
al nivel de la crítica y del antagonismo, todavía permanecen
‘dentro del sistema’, como un elemento que contradice lo
existente pero que no alcanza a postular ni a crear una efectiva
alternativa. En la crítica y el antagonismo se permanece
subordinado, pues se está todavía definido por aquello que se
critica y contra lo cual se actúa.
En
esta fase los trabajadores se organizan en sindicatos, realizan
manifestaciones de masas, plantean reivindicaciones y petitorios. Los
intelectuales y profesionales del conocimiento se manifiestan
activamente como críticos al sistema, realizan denuncias y proclamas
encendidas, se esfuerzan por difundir lo más ampliamente posible la
conciencia crítica, y si se dan las condiciones llegan a encabezar
el antagonismo y la lucha social. Las comunidades se tornan
resistentes, refractarias a que en ellas se introduzcan nuevas
empresas capitalistas y más instituciones de control público que
reforzarían su subordinación. Aún cuando se les ofrecen aparentes
ventajas, advierten los peligros que significan para sus modos de
vida y las rechazan.
La
tercera, que podemos identificar como la fase de la autonomía y de
la construcción de la alternativa, es aquella en que se logra
superar subjetiva y prácticamente la subordinación, mediante la
creación, aún en pequeña escala, de iniciativas portadoras de
modos nuevos de hacer economía, política, cultura. Es una fase que
comienzan a transitar pocas personas y reducidos grupos, y que se
inicia cuando toman conciencia de que las soluciones a los problemas
y el cambio que desean no será realizado por los poderosos que
organizan el orden existente, por más que se los presione y se les
exija. Han aprendido que los únicos que pueden hacer esos cambios y
crear esas nuevas realidades, son quienes lo desean consciente y
voluntariamente, y lo desean con fuerza y convicción. Supone pasar
de la conciencia crítica a la conciencia creativa, del mero
antagonismo a la verdadera autonomía. Pues la autonomía consiste en
la capacidad real y efectiva de hacer las cosas de otra manera, de
vivir conforme a lo que se piensa y se desea para la sociedad a la
que se pertenece.
La
autonomía no es fácil, pues requiere renunciar a las ventajas y
comodidades que proporciona la inserción pasiva en el orden
existente; e implica iniciar una aventura plena de promesas pero de
inciertos resultados. Por eso, al comienzo es emprendida por pocos;
pero va creciendo a medida que se van evidenciando los logros de los
que comienzan, las libertades que se conquistan, los valores
superiores que se viven.
En
esta fase el trabajo tiende a configurarse como trabajo independiente
y asociativo, se crean cooperativas y empresas solidarias,
organizaciones económicas alternativas, que se organizan con
criterios de justicia, cooperación y solidaridad. En el ámbito
intelectual, se crean teorías nuevas, se elaboran nuevos paradigmas
epistemológicos, surgen nuevas ciencias, o nuevos enfoques teóricos
que rompen los marcos de las disciplinas establecidas, se organizan
centros de estudio, de formación y de investigación independientes,
se pone el conocimiento, las comunicaciones y la información, al
servicio de una transformación profunda de la cultura y de la
sociedad. En cuanto a las comunidades, la autonomía se manifiesta en
el empoderamiento y el autocontrol de sus procesos de desarrollo, en
la experimentación de formas nuevas de organizarse y de vivir
comunitariamente, en dinámicas de autosustentación solidaria.
El
encuentro de los autónomos y la formación de un nuevo ‘bloque
histórico’.
Los
autónomos, inicialmente pocos pero convencidos de la superioridad de
sus concepciones y de sus iniciativas, se concentran en el desarrollo
de sus proyectos, y el ánimo antagonista respecto a las realidades
establecidas se atenúa, pues en su propio proceso creativo se han
hecho conscientes de que construir una alternativa no es fácil, y de
que si el ‘sistema’ y el ‘orden’ establecido por el bloque
dominante se desmoronan antes de que se hayan puesto suficientes
bases para un orden superior que lo reemplace, los sufrimientos
humanos se multiplicarían innecesariamente. Es probable que deban
enfrentar la crítica, y a menudo el desprecio, tanto de los
defensores del orden establecido como de los críticos y antagonistas
que no alcanzan a comprender sus propias limitaciones y
subordinación, ni lo que significan en términos históricos las
iniciativas autónomas.
Enfrentados
a esas dificultades e incomprensiones, y movidos por sus propias
búsquedas, los autónomos creadores de experiencias económicas,
iniciadores de nuevas teorías y ciencias, y las comunidades
empoderadas, descubren sus afinidades, se encuentran en espacios
comunes, se colaboran recíprocamente, y van estableciendo alianzas
estratégicas. Buscando juntos la autonomía, se potencian
recíprocamente y les resulta más fácil alcanzarla. En tal proceso
de conquista de la autonomía en que convergen las fuerzas del
trabajo, del conocimiento y de la comunidad, el proceso se facilita y
potencia. Es el comienzo de la conformación de un nuevo ‘bloque
histórico’, pequeño pero en expansión, autónomo pero no
dominante.
Para
crecer y desarrollar todas sus potencialidades, este ‘bloque
histórico’ en formación, requiere demostrar que es capaz de
ofrecer a las personas y al conjunto de la sociedad una mejor forma
de vida, más amplias y superiores satisfacciones a las necesidades y
aspiraciones humanas. Ello implica que deberá alcanzar, y demostrar
tener, una mayor eficiencia tanto en el empleo de los recursos
disponibles como en los resultados que generan en sus organizaciones
y actividades económicas, políticas, científicas, culturales.
Solamente por la superioridad de los resultados económicos,
científico-técnicos y de integración comunitaria que logren, la
autonomía alcanzada podrá sostenerse en el tiempo; y sólo por
dicha superioridad que es no solamente ética sino también práctica,
podrá crecer, atrayendo y asimilando más trabajadores, más
intelectuales, profesionales y científicos, y más comunidades, que
se harán parte del proyecto original del nuevo bloque histórico.
Hablar
de eficiencia es hablar de racionalidad. Y ello en un sentido muy
preciso, en cuanto cada bloque histórico es portador de una propia
racionalidad, que se ha de manifestar tanto en la actividad económica
como en la construcción del conocimiento y en la configuración de
las comunidades humanas. En tal sentido, el nuevo bloque histórico
deberá explicitar su racionalidad diferente y superior a la del
bloque histórico dominante, y aplicarla coherentemente en el
desarrollo de las actividades económicas, cognitivas y comunitarias.
Una
racionalidad que funda la eficiencia en la cooperación y no en la
competición.
La
confrontación entre el bloque histórico dominante y el bloque
histórico emergente no se resolverá, en el largo plazo, en términos
de una lucha por el poder político, sino por sus correspondientes y
relativas capacidades de alcanzar la mayor y mejor eficiencia
económica, en base a la racionalidad de que son portadores. En tal
sentido es oportuno hacer referencia, aunque sea brevemente, a las
racionalidades en cuestión.
La
racionalidad del bloque histórico dominante se basa en la
competición entre los miembros de la colectividad, y opera a través
de la selección de los más capaces. La racionalidad del bloque
histórico emergente se basa en la cooperación entre los miembros de
la colectividad, y opera a través de la inclusión. Las podemos
explicar y distinguir con un ejemplo.
Supongamos
un grupo-curso de 30 estudiantes en una sala de clases. En la lógica
de la competición y de la selección, el profesor motiva a los
alumnos para que estudien y realicen sus máximos esfuerzos,
anunciándoles que todos serán sometidos a evaluación de sus
aprendizajes al término de un período escolar. Como resultado de
dicha evaluación, los estudiantes serán ordenados desde el primero
al último del curso, según las calificaciones que hayan obtenido.
Los primeros 5 estudiantes obtendrán reconocimientos y premios, de
mayor a menor.
Si
los estudiantes han asimilado rigurosamente esta lógica, en una
primera etapa cada uno se esforzará por alcanzar las mejores
calificaciones, en un esfuerzo puramente individual. Incluso cada uno
tratará de que los compañeros del curso se distraigan, se
equivoquen, y si alguien pregunta o pide ayuda a un compañero, éste
estará tentado a entregarle información falsa, de modo que sus
calificaciones empeoren y así sacarlo de la competencia.
Los
5 mejores alumnos obtendrán los premios correspondientes. En una
segunda etapa, lo más probable es que los que resultaron últimos o
mediocres en la escala, se desanimen y consideren perdida la
competencia. Desilusionados, dejarán de competir, conformándose con
sus calificaciones mediocres. Tal vez los que obtuvieron posiciones
entre los 10 primeros continúen compitiendo duramente, pero lo más
probable es que poco a poco se irá consolidando el grupo de los 5
mejores, con la consecuencia de que los otros dejen de esforzarse, al
no haber recibido premios a pesar de los esfuerzos realizados.
En
una tercera etapa, es probable que el grupo de los 5 mejores, ya
consolidado en las posiciones de privilegio alcanzadas, se organice y
asocie para estudiar juntos, con el fin de asegurarse y liberarse de
cualquier amenaza de alguien de los de abajo que continúe aspirando
a alcanzarlos y desplazarlos.
Es
la lógica de la competición selectiva propia del bloque histórico
capitalista y estatista. Veamos que ocurre en un grupo curso motivado
al estudio con la lógica de la cooperación incluyente del bloque
histórico emergente.
Conforme
a esta racionalidad, el profesor motiva a los alumnos para que
estudien y realicen sus máximos esfuerzos, anunciándoles que todos
serán sometidos a evaluación de sus aprendizajes al término de un
período escolar. Les explica, además, que si el promedio de
calificaciones alcanza un determinado nivel elevado considerado
satisfactorio, todo el curso será premiado con un paseo, un viaje,
una experiencia gratificante.
Si
los estudiantes han asimilado rigurosamente esta lógica, en una
primera etapa todos ellos tenderán a esforzarse individualmente,
conscientes de que sus propios resultados contribuirán a incrementar
la calificación promedio del grupo-curso. Ahora bien, si la meta
establecida para el premio la obtiene el grupo sin mayor dificultad,
es probable que, en una segunda etapa, el grupo se estanque y vaya
perdiendo incentivos para esforzarse. Los de mejor nivel, que
sobrepasan ampliamente la calificación promedio, verán disminuida
su motivación y estímulo, al tiempo que los que están en niveles
inferiores al promedio probablemente no sientan motivación y
estímulo para superarse, dado que los más adelantados les aseguran
el resultado que los premia a todos por igual.
Si
en cambio la meta establecida es alta y el grupo no logra alcanzarla
pero no pierde la esperanza de lograrla, tenderá a ocurrir, que los
más adelantados se esforzarán especialmente y serán incentivados
por sus propios compañeros para que mejoren aún más sus puntajes.
Al mismo tiempo, los rezagados serán ayudados por los más
avanzados, pues sólo si ellos se superan podrá subir
suficientemente el promedio de todo el curso.
En
ambos casos, con el tiempo, o sea en una tercera etapa, el
grupo-curso alcanzará un equilibrio en un nivel levemente superior
al promedio requerido para la obtención del premio, caso en el cual
irán desapareciendo las motivaciones tanto de los mejores
estudiantes para continuar avanzando, como de los rezagados para
superarse. Esta es, claramente, una limitación inherente a la lógica
de la cooperación y de la inclusión en que la recompensa sea
igualitaria, de la que es preciso estar conscientes.
Pero
es una limitación que se genera bajo la condición de que el premio
sea igual para todo el grupo-curso, independientemente de los aportes
realizados por cada uno. Esta es una condición que es posible
eliminar sin trasgredir los criterios esenciales de la racionalidad
de la cooperación incluyente, lo que hemos ampliamente argumentado y
propuesto en relación a la economía solidaria y cooperativa. En
efecto, en ella se establece un criterio que no es el de la igual
recompensa para todos, sino el de la retribución o recompensa
proporcional a los aportes realizados por cada integrante del grupo
(que es un criterio de justicia), corregido por un componente de
retribución para el grupo o colectivo como tal, esto es, reservar un
porcentaje del beneficio para asignarlo con criterios de solidaridad,
de manera de compensar las menores retribuciones de los menos
dotados, y/o de favorecer a los más necesitados.
Las
racionalidades económicas, el ‘pacto social’ y el formación del
bloque histórico.
La
conformación de un ‘bloque histórico’ entre clases o grupos
sociales diferentes, implica el establecimiento entre ellos de un
‘pacto social’ o alianza estratégica. Ello no es el simple
resultado de la voluntad de las partes, que siendo necesaria, no es
suficiente para garantizar la permanencia histórica de la unidad
indispensable. Lo que se requiere es una racionalidad económica que
se manifieste en estructuras, instituciones y marcos jurídicos
estables.
Así,
la formación del bloque histórico (emergente) entre las fuerzas del
trabajo, del conocimiento y de la comunidad, requiere consolidarse
mediante una racionalidad económica que garantice los derechos y los
intereses de las distintas clases o grupos sociales que lo
constituyen. Por ello es importante comprender por qué y de qué
modo la racionalidad de la cooperación incluyente, tan como la hemos
descrito, puede garantizar los derechos y los intereses de los tres
grupos sociales que conforman este bloque emergente, y que por cierto
no son homogéneos. Ello se traduce en una pregunta clave: ¿Cuáles
son los criterios de distribución de beneficios que es necesario
articular en la organización económica, para garantizar el
cumplimiento de los derechos y los intereses de sus tres clases o
grupos sociales participantes?
La
fuerza de trabajo, constituida en categoría económica organizadora,
tiende naturalmente a establecer un criterio de justicia
distributiva: a cada cual según su trabajo, o dicho de otro modo,
distribución de los beneficios a prorrata de las aportaciones de cada
trabajador.
La
comunidad, constituida en categoría económica, tiende naturalmente
a establecer un criterio de igualdad: a cada cual según sus
necesidades, o dicho de otro modo, distribución igualitaria en
cuanto todos tenemos las mismas necesidades, pero con preocupación
preferente de aquellos cuyas necesidades se diferencian por razones
de salud, edad, educación, etc.
El
conocimiento y la tecnología constituidos en categoría
organizadora, tienden naturalmente a establecer un criterio
meritocrático, que establece la proporcionalidad entre los aportes y
los beneficios, pero valorando de modo especial la excelencia, que se
manifieste en el descubrimiento y la innovación que merecen un premio
o reconocimiento particular.
Si
tales son las lógicas particulares de los tres componentes sociales
del bloque histórico emergente, podemos concluir que la racionalidad
de la cooperación incluyente que hemos descrito, armoniza con alta
coherencia los criterios de distribución correspondientes a las tres
categorías que lo constituyen. sociales (los trabajadores, los
profesionales del conocimiento y la tecnología, y las comunidades),
reconociéndose con justicia sus correspondientes aportes
diferenciados, y favoreciendo la integración social incorporando
criterios de solidaridad social.
En
efecto, en dicha racionalidad se establece una distribución a
prorrata según las aportaciones de cada uno, que implica premiar de
modo especial la excelencia, y al mismo tiempo se evita la
desigualdad y la marginación al establecerse los criterios
complementarios de la distribución social básica (al grupo como
tal) y de la solidaridad para atender las necesidades de todos, que
corresponden a la lógica especial de la comunidad constituida en
categoría organizadora.
El
proyecto histórico del bloque histórico emergente.
Un
‘bloque histórico’ se consolida en la elaboración y definición
de un proyecto histórico. Es mediante la definición de su proyecto
histórico, de largo plazo, que un bloque histórico pone en
evidencia la plenitud de su sentido y adquiere legitimidad ante el
conjunto de la sociedad. Cabe, entonces, preguntarse: ¿cuál es el
proyecto histórico del bloque histórico emergente, constituido por
las fuerzas del conocimiento, del trabajo y de la comunidad?
Esta
es una pregunta que no podemos responder cabalmente, sino apenas
esbozar en líneas muy generales, pues el proyecto histórico de un
nuevo bloque histórico ha de ser elaborado por ese mismo conjunto de
fuerzas sociales que lo constituyen. Pero podemos adelantar algunas
ideas generales, a partir de la consideración de las características
propias de las fuerzas sociales que lo pueden constituir, en base a
sus respectivas racionalidades histórico-políticas.
Luis Razeto
Dejamos
hasta aquí los temas que en este artículo hemos expuesto de modo
sencillo y en un nivel de divulgación y de gran generalidad. Para
los interesados en un conocimiento analítico y riguroso de ellos,
remitimos a dos libros donde los hemos examinado ampliamente y en
profundidad, a saber,