DEMOCRATIZACIÓN
ECONÓMICA Y DEMOCRATIZACIÓN POLÍTICA
1.
El problema de las relaciones entre economía y política, y más
ampliamente entre sociedad civil y Estado, es uno de los ejes
centrales del debate intelectual de nuestra época, a nivel
ideológico, teórico y científico. Ciertamente no es una cuestión
de exclusivo interés académico; por el contrario, frente a este
tema se adoptan posiciones económicas, políticas y culturales de la
mayor relevancia.
Curiosamente,
el debate al respecto no lleva a enfrentar posiciones de derecha con
posiciones de izquierda, reaccionarios contra progresistas, sino que
se manifiesta al
interior
de cada una de esas culturas y frentes contrapuestos. Surge así una
oposición de otro tipo, entre quienes privilegian la sociedad civil
y la economía y quienes sostienen la primacía de la política y del
Estado, tanto en función de proyectos conservadores, reaccionarios o
de derecha, como de proyectos transformadores, progresistas o de
izquierda.
De
este modo, si nos representamos la confrontación tradicional entre
derechas e izquierdas en un campo o espacio tal que los distinguimos
por su ubicación a ambos lados de un eje vertical, podemos
representar las posiciones que se debaten en torno a las relaciones
entre economía y política por la división del mismo campo mediante
un eje horizontal que distingue un arriba (que privilegia la
política) y un abajo (que hace primar las actividades de la sociedad
civil). Al lado derecho del campo, en la parte de arriba, podremos
encontrar posiciones fascistas, nacional-socialistas y nacionalistas
de derecha, y en la parte de abajo las posiciones liberales y
neo-conservadoras, mientras que al lado izquierdo del campo, en la
parte alta identificaremos las posiciones comunistas, socialistas y
de corte leninista, y populistas, y en la parte de abajo las
posiciones cooperativistas, autonomistas, socialistas
autogestionarias y comunitarias. En toda la parte alta encontraremos
el acento puesto en la sociedad política y en el Estado, mientras en
la parte baja hallaremos énfasis sobre la sociedad civil, y el
mercado. Arriba tendencias centralizadoras, de autoridad y disciplina
en torno a proyectos globales (nacionales o internacionales); abajo
tendencias a la descentralización, de autonomía y autogestión en
torno a organizaciones de base y proyectos locales.
Siguiendo
con la representación propuesta, el campo nos resulta dividido no en
dos sino en cuatro
sectores,
lo que permite construir un gráfico posicional con la ubicación
relativa de todas las fuerzas y posiciones políticas según su mayor
o menor distancia respecto de ambos ejes perpendiculares.
Resulta
interesante observar que las posiciones extremas respecto al eje
izquierda-derecha resulta también adscritas a lugares extremos
respecto del eje economía-política; y que también, aquellas
posiciones que se articulan en lugares centristas respecto al eje
izquierda-derecha lo hacen también en torno a posiciones centrales
respecto del eje sociedad civil-sociedad política. Si ello es
verdad, nuestro gráfico posicional nos permite detectar que el
espectro de posiciones tiende a distribuirse en líneas imaginarias
de frecuencia dispuestas diagonalmente.
Y
podemos, también, distinguir, entre posiciones opuestas
(cuando dos agrupaciones políticas se encuentran en distinto lado
respecto de un eje y al mismo lado respecto del otro), y
contradictorias
(cuando las agrupaciones las encontramos en distinto lado respecto de
ambos ejes). Por ejemplo, hay oposición entre liberales y
cooperativistas, entre nacionalistas de derecha y neo-conservadores,
entre fascistas y comunistas, entre socialistas leninistas y
autogestionarios, etc.; pero hay contradicción entre comunistas y
liberales, entre fascistas y cooperativistas, entre neo-conservadores
y populistas, etc.
Esquemáticamente,
el gráfico posicional resultante es el siguiente:
Estamos conscientes de que esta esquematización implica una simplificación excesiva, y puede tener un uso inadecuado que se traduzca en enojosas reacciones de parte de quienes no se sientan cómodos en las posiciones que se les asigna o atribuye. De todas maneras, puede resultar útil para destacar la relativa independencia del eje tradicional que distingue entre derechas e izquierdas, respecto al otro que nos interesa profundizar aquí sobre las relaciones entre economía y política, mercado y Estado, sociedad civil y sociedad política. Para que se comprenda mejor la utilidad que esperamos pueda presentar nuestro gráfico posicional, quizás es conveniente agregar algo respecto a los motivos que nos llevaron a pensarlo; y es que en forma recurrente y creciente uno se encuentra en dificultades para identificar respecto de la tradicional distinción entre izquierda, centro y derecha, a diferentes ideas, proyectos y propuestas económicas y políticas que son elaboradas y levantadas por diversos grupos y movimientos, en los años recientes.
Pensemos
en algunos procesos que son próximos a los que estamos aquí
reunidos. Por ejemplo, en la denominada “renovación socialista”,
que está significando una revalorización de la democracia y un
distanciamiento del centralismo, un redescubrimiento de los poderes
locales y de la descentralización, un accionar que considera
crecientemente como sujetos relevantes aquellos que emergen de la
sociedad civil. Pensamos también en las posiciones o movimientos que
se autocalifican como alternativos, que suponen una valoración de
las organizaciones de base y de su autonomía respecto de las
instancias políticas, el descubrimiento de las dimensiones
tecnológicas y ecologistas, los acentos puestos en la autogestión y
en la generación de alternativas económicas basadas en relaciones
de comunidad. Me permito recordar también mis propias elaboraciones
respecto de las organizaciones económicas populares, la economía de
solidaridad, las empresas de trabajadores y la democratización del
mercado.
No
cabe duda que todos esos procesos y elaboraciones significan
desplazamientos al interior de un espacio o escenario político y
cultural; alejamiento respecto de ciertas posiciones y aproximaciones
a otras. Pero no cabe duda tampoco, de que estos desplazamientos
serían erróneamente interpretados si se los encuadra en una
simplista distinción entre derecha e izquierda, como si
representaran simplemente movimientos hacia la derecha o hacia el
centro. Por el contrario, en muchos de ellos hay desplazamientos
hacia posiciones muy radicales, como resultado de una acentuada
sensibilidad de rechazo a los autoritarismos y fascismos.
Desplazamientos y problemas análogos pueden observarse también en
el campo de la derecha.
Cada
uno puede continuar por estas líneas de reflexión, si les parece
que pueden ayudar a cierto nivel de clarificación de los
desplazamientos y reordenamientos ideológicos, culturales y
políticos. Me limitaré en lo que sigue, dadas las limitaciones de
tiempo que tenemos y el cansancio de todos a estas alturas del día,
a proponer solamente algunas consideraciones generales sobre la
necesaria vinculación en que deben ponerse los procesos de
democratización de la economía y de la política, razones que
apuntan a destacar, como podría observarse, la importancia
privilegiada que atribuimos a los desplazamientos hacia el sector a
la izquierda e inferior de nuestro gráfico posicional.
En
un sentido más general y amplio, puede mostrarse que la historia de
la sociedad moderna ha visto desplazamientos del centro de gravedad
político que corresponden con buena aproximación a nuestros cuatro
sectores; más exactamente, a tres de ellos, surgiendo la
interrogante de si sea llegada la hora de buscar y encontrar
soluciones a la presente crisis orientándonos hacia el cuarto
sector, aún no explorado.
2. Para comprender adecuadamente el problema de las relaciones entre sociedad civil y sociedad política, es preciso tener en cuenta que su distinción y separación es un resultado de cierto proceso histórico que se originó en los albores de la época moderna. En el orden social tradicional, entre el sistema de poder o “sociedad política” y el sistema de las actividades económicas, sociales o culturales o “sociedad civil”, existía organicidad: se trataba de un orden jerárquicamente dispuesto, donde cada grupo social se mantenía en su propio espacio vital, y donde los dirigentes y los dirigidos tenían similares creencias y debían comportarse conforme a una misma moral, de carácter fundamentalmente religiosa, que los vinculaba entre sí y los ligaba a una común fidelidad superior. La separación entre sociedad civil y sociedad política se produce con la disolución del orden medieval, como consecuencia del despliegue de las libertades individuales.
Por
un lado, la sociedad civil (como sistema de las actividades
vulgarmente dichas privadas) se transforma completamente con el
desarrollo de las ciencias, del racionalismo, del empirismo, con la
expansión de los nuevos métodos de producción, del comercio, el
transporte y las comunicaciones, con la formación de la burguesía y
de las nuevas clases sociales, con el desarrollo de las ideologías y
de los partidos políticos; se transforma y se autonomiza respecto de
los poderes tradicionales, constituyéndose como un espacio en que
las actividades individuales y la competencia comienzan a desplegarse
con libertad, o más concretamente, en un contexto de lucha y
conflictos entre intereses y aspiraciones particulares.
Por
otro lado, el poder político reacciona autoritariamente en un
esfuerzo por conservar y restaurar el antiguo orden, trata de
asegurar para sí al menos el monopolio de la violencia y de la
administración burocrática; la sociedad política se refuerza,
conformándose como un “cuerpo separado” que se pone por encima
de la sociedad civil.
Se
configura de este modo la primera forma de lo que podemos considerar
Estado moderno, con base en la unidad territorial de dimensiones
nacionales: el Estado absoluto. La primera figura del Estado moderno
es, pues, la de un poder autoritario que se impone por la fuerza y
que es estructuralmente restrictivo de las libertades individuales.
Estamos
en el ángulo superior derecho del cuadrante.
Fue
en aquél contexto histórico que una serie de pensadores políticos
se plantearon el problema de cómo construir una relación orgánica
nueva entre sociedad civil y sociedad política, en un nuevo orden
social que no niegue las recién conquistadas libertades individuales
y económicas, y que tuviera en cuenta la enorme diferenciación que
se estaba produciendo a todo nivel en la vida social.
La
respuesta de estos intelectuales fue el proyecto liberal de un Estado
democrático moderno, el cual se fue progresivamente realizando en
Europa y expandiendo lentamente hacia otras regiones del mundo. El
Estado democrático moderno surgió, así, como un método y una
forma de organizar el gobierno político de la sociedad allí donde
se reconoce a los individuos la libertad económica, de asociación
política, el pluralismo del pensamiento y la circulación libre de
las ideas. En su Estado puro, el ideal democrático liberal implica
en primer lugar la autonomía
de la sociedad civil
respecto de la sociedad política: las actividades económicas,
culturales, religiosas, políticas, científicas tienen en la
sociedad civil su espacio de desarrollo libre, sin interferencias
estatales. Respecto de ellas el Estado se limita a fijar las “reglas
de juego”, o sea normas generales comunes a todos, garantizando los
derechos de los ciudadanos y la propiedad privada. Garantía de la
autonomía de la sociedad civil es la sujeción del Gobierno a un
orden constitucional que establece los límites de su poder de modo
restrictivo.
En
segundo lugar, el ideal democrático implica la representatividad
de la sociedad política
y de los poderes públicos; esto significa que la legitimidad del
gobierno y de las autoridades se construye en la sociedad civil y se
manifiesta a través de la expresión de la voluntad soberana del
pueblo a través del voto.
El
tercer elemento del modelo democrático liberal es el carácter
no-ideológico y la neutralidad del Estado.
El Estado no tiene una ideología oficial permanente, es
institucional y formalmente neutro respecto de las ideologías y
formas de pensamiento que se desarrollan en la sociedad civil. Estas
formas ideológicamente vacías del Estado se llenan de aquellos
contenidos intelectuales y morales que se desarrollan autónomamente
en la sociedad civil, siendo el Estado orientado, cada vez, por
aquellas concepciones que logran en ésta un desarrollo mayoritario y
hegemónico. Sólo así las distintas expresiones culturales podrán
sentir que el Estado no las excluye a priori, pudiendo confiar en que
su expansión en la sociedad civil las puede llevar a acceder a
funciones políticas dirigentes. La neutralidad del Estado es
afirmada no sólo respecto a las ideologías, sino también económica
y jurídicamente: todos los ciudadanos son iguales ante la ley, y el
Estado no interviene en los contratos privados ni en las relaciones
de mercado, sino fijando normas de validez general.
La
idea central de este ideal democrático es que la sociedad política
sea representativa de la sociedad civil, que
le esté subordinada
y dependa de ésta en su evolución, teniendo además un margen de
poder limitado constitucionalmente. La democracia moderna surge,
pues, como una tendencia reductora del Estado, y se afirma
históricamente en lucha y oposición al absolutismo que constituyó
la primera figura del Estado nacional moderno. Hay, pues, en este
proyecto democrático-liberal un consistente desplazamiento hacia la
parte inferior del cuadrante.
Este
modelo teórico-político del Estado liberal democrático fue asumido
por los grupos sociales emergentes en el contexto del desarrollo del
capitalismo y el industrialismo, en particular por aquellos sujetos
que desarrollaban iniciativas económicas y políticas fundadas en la
propiedad privada y el capital. El
centro de gravedad se coloca consecuentemente en el ángulo inferior
derecho del cuadrante.
El
ascenso del “bloque burgués”, la difusión del nuevo tipo humano
–el individuo libre sujeto de derechos económicos, políticos y
culturales-, y la ampliación del mercado capitalista, cumplen una
etapa significativa en la historia política moderna; sin embargo,
dichos procesos encuentran pronto sus límites históricos y
estructurales. El individuo sujeto de iniciativa económica y
empresarial se realiza sólo en una proporción limitada de la
población, porque dicha iniciativa supone la posesión de capital y
de propiedad, dada la configuración capitalista del mercado; la
empresa capitalista implica estructuralmente una fuerza de trabajo
social no individualizada, no libre sino sujeta a utilización
heterónoma.
Amplios,
mayoritarios grupos sociales quedan al margen de la libertad
económica, permanecen subordinados al capital, constituyéndose como
una masa proletaria dependiente y no diferenciada en individualidades
libres. También la individuación intelectual –el individuo en
cuanto sujeto libre de pensamiento y de actividad creativa-,
permanece restringido a los grupos intelectuales dirigentes, mientras
que grandes masas quedan al margen del desarrollo científico y
cultural moderno, y no alcanzan tampoco la libertad de expresión que
queda fuertemente condicionada a la posesión de medios económicos.
Así,
el proyecto económico-político liberal comienza a poner de
manifiesto precozmente sus contradicciones, su utopismo, la
no-correspondencia de sus supuestos teóricos con los datos de la
realidad social: el ser un modelo político pensado para organizar
hombres libres, que en la realidad capitalista constituyen sólo una
minoría social. Hay en este sentido una suerte de realismo político
aristocrático en la instauración de “democracias restringidas”
que reconocían derechos ciudadanos sólo a ciertas clases o a
quienes acreditaban determinados niveles culturales. Pero las
pretensiones del modelo teórico eran universales. Antes que el
proyecto democrático liberal llegara a perfeccionarse
históricamente, comienza a deteriorarse: la sociedad política se
revitaliza y separa de los controles de la sociedad civil; muchos
tornan a la concepción del Estado como pura fuerza, como cuerpo
separado por encima de la sociedad civil.
El
proceso histórico es al respecto complejo y diferenciado según los
países y regiones; no podemos pretender aquí dar cuenta del mismo.
Pero la dirección que sigue es inequívoca, en el sentido de un
desplazamiento del centro de gravedad hacia arriba. En concreto, el
Estado fue reasumiendo crecientes funciones, desplegando nuevas
actividades, creciendo y abandonando su neutralidad social e
ideológica. La burocracia pública se desarrolló notablemente
consolidando grupos de funcionarios permanentes (civiles y militares)
que escapan al control de los mecanismos de representación. Ante la
presencia de movimientos sociales de reivindicación popular en lo
económico, o de oposición política a los gobiernos, el Estado
reacciona desplegando actividades coercitivas y ampliando los
aparatos policiales. Los ejércitos permanentes se expanden
inusitadamente ante las guerras y conflictos potenciales entre los
Estados.
Se
va configurando un tipo de Estado que tiene dos principios de
organización paralelos y complementarios, y consecuentemente dos
estructuras interrelacionadas en un sistema de poder y dirección
complejo. Junto al principio y al sistema de representación (cuyos
órganos principales son los partidos políticos, el parlamento, los
medios de comunicación, las asociaciones privadas, etc.), se
configura un sistema burocrático (cuyos órganos son todos los
aparatos de la burocracia civil y militar relativamente
independientes de la opinión pública). Mientras el lado
representativo del Estado se legitima a través de las expresiones
políticas de la voluntad ciudadana, el lado burocrático obtiene su
legitimidad en base a las competencias técnicas y a la eficiencia
que manifieste en el ejercicio de sus funciones.
En
esta nueva forma –llamada también democracia- el Estado se
presenta como una combinación de fuerza y consenso, de hegemonía y
de control, de dominio y de coerción política. En esta nueva
configuración de los Estados modernos, las relaciones entre economía
y política, y más en general, entre sociedad civil y sociedad
política, y entre dirigentes y dirigidos, se tornan más complejas,
más densas, viscosas. Se trata de una verdadera crisis del modelo
liberal que tiene su origen y que a su vez da lugar a procesos
sociales, culturales y políticos de vastas proporciones. Como
respuesta a esta crisis y como resultado de estos procesos, los
Estados evolucionan en formas diferenciadas.
En
algunos casos la energía social y política de las masas
subordinadas desborda los canales del orden estatal establecido y
conduce a una reestructuración global de la sociedad. El fenómeno
de los socialismos reales surge de la derrota histórica de la
burguesía y del movimiento democrático en sociedades en que habían
alcanzado menor desarrollo y consistencia, levando a una
reestructuración del sistema económico-político tal que la
sociedad civil es ampliamente absorbida por el Estado y subordinada a
la sociedad política. Tenemos en todos estos casos, un
rápido desplazamiento hacia el sector izquierdo del cuadrante,
acompañado de un nuevo y acelerado desplazamiento hacia su parte
superior.
Esas sociedades encuentran, así, su centro de gravedad en el ángulo
superior izquierdo de nuestro gráfico posicional.
En
otros casos los sectores plutocráticos imponen su poder con el uso
de la fuerza y de la propaganda técnicamente perfeccionada,
desmontando también la institucionalidad democrática. El fenómeno
fascista es, en esencia, la estructuración de un Estado autoritario
que garantiza el poder burgués impuesto burocráticamente a una
sociedad civil en la cual han sido abolidas las autonomías políticas
y culturales, y donde gran parte de las actividades “privadas”
tienden a ser controladas por, o incorporadas a, la esfera estatal.
Nos
hallamos en estos casos siempre en el plano de arriba, pero en el
extremo derecho.
En
otros casos, en fin, donde las estructuras democráticas habían
alcanzado mayor consistencia y donde la sociedad civil era más
homogénea y cohesionada, se logran combinaciones en las que se
conservan elementos importantes del modelo democrático liberal junto
al desarrollo creciente del tamaño del Estado y de sus funciones
económicas, políticas y culturales. En este sentido se verifican
muchas experiencias diversificadas: quizás las más importantes son
las del fenómeno norteamericano y del fenómeno socialdemócratico.
El fenómeno norteamericano es, en esencia, el de un Estado que
mantiene las formas y estructuras democráticas y el predominio de la
clase burguesa, pero donde la hegemonía y el poder se ejercen
fundamentalmente a través de la burocratización y tecnificación
funcional de los mismos instrumentos de la representación: el lado
burocrático del Estado ha penetrado subrepticiamente el elemento
representativo; sin que se niegue la autonomía de la sociedad civil,
el nexo entre ella y la sociedad política está construido más
“técnicamente” que “políticamente”. El fenómeno
socialdemócrata consiste en la estructuración de un Estado donde el
lado representativo y el lado burocrático se equilibran
democráticamente, pero en donde se ha reducido la autonomía de la
sociedad civil; se mantienen en la esfera privada gran parte de sus
actividades propias, pero la sociedad civil es sometida como conjunto
al control de una sociedad política que se ha expandido
notablemente.
En
su conjunto estas reestructuraciones implicaron globalmente una
inaudita expansión del Estado, y consiguientemente una acentuación
de la primacía de la política frente a los demás ámbitos de la
actividad social. En particular, la “gran crisis” de los años
treinta y la respuesta que se le dio en términos de ampliar la
intervención del Estado en la regulación del mercado y en el
control de ciertos medios de producción fundamentales, han alterado
sustancialmente la relaciones entre economía y política. En efecto,
el Estado redistribuye ingresos, amplía la demanda pública, salva
empresas, despliega servicios públicos para su satisfacción
socializada, desarrolla sus propias capacidades empresariales,
planifica y programa proyectos nacionales, se constituye como el
principal centro de comunicación social, difunde y publicita
ideologías, filosofías y religiones. Con todo ello, la sociedad
civil se torna crecientemente dependiente de la sociedad política, y
junto con ello, las personas, comunidades y grupos sociales de
cualquier tipo entran también en situaciones de dependencia tan
profundas que la actividad reivindicativa se convierte en uno de los
mecanismos principales de participación en los sistemas de
distribución y asignación de recursos y de ingresos.
3. A este punto de nuestra exposición se abren varias alternativas de continuación del análisis, que apuntan todas ellas en la dirección de dar fundamentos a una propuesta de democratización real (que desplace el centro de gravedad hacia la parte inferior del cuadrante) y de socialización sobre la base de un desarrollo popular centrado en el trabajo (que los desplace hacia el lado izquierdo), esto es, a un proceso de experimentación práctica elaboración teórica y realización histórica, al interior del sector menos explorado intelectual, política y económicamente, esto es, el sector inferior-izquierdo del gráfico posicional.
Podría,
por ejemplo, examinarse y diagnosticarse con rigor la crisis que
afecta desde hace algunas décadas a los varios sistemas
económico-políticos que se basan en la primacía de la política y
en la subordinación o absorción de la sociedad civil en el Estado.
Con tal examen podría concluirse que estamos en presencia de una
crisis orgánica, estructural, en el sentido que engloba y afecta
profundamente tanto las estructuras económicas como políticas, el
mercado como el Estado, y las relaciones entre economía y política:
de donde surge la necesidad de hacer frente a tal crisis y superarla
mediante una nueva propuesta o proyecto de vinculación orgánica
entre sociedad civil y sociedad política, tal como puede resultar de
procesos simultáneos de democratización del mercado y
democratización del Estado.
Podría
también procederse a someter a análisis crítico las propuestas
ideológicas tradicionales con que se suele buscar solución a los
problemas, y en particular a las elaboraciones neo-liberales,
marxistas y nacionalistas, y poner de manifiesto las insuficiencias
que contienen y las incoherencias que implican a nivel de los
supuestos prácticos que en cada caso es preciso construir para que
el modelo que proponen funcione racionalmente. Con tal análisis
podría argumentarse la necesidad de nuevas elaboraciones teóricas
alternativas que tengan en cuenta las experiencias históricas y los
nuevos datos sobre lasa consecuencias ecológicas, sociales,
antropológicas y militares que han derivado de las opciones
estatistas e industrial-capitalistas que han efectuado nuestras
sociedades.
Podrían
también rastrearse las tendencias emergentes de la sociedad, tanto a
nivel popular como intelectual, que ponen de manifiesto el
surgimiento de nuevas formas de organización y asociación en vistas
de ampliar los espacios comunitarios y de autonomía, junto a otros
muchos signos que denotan una revitalización de la sociedad civil y
un cierto distanciamiento de muchos respecto a las formas
tradicionales de hacer política.
En
fin, sería posible también proceder a una búsqueda a partir de los
valores, aspiraciones e ideales que van delineando el perfil de las
nuevas utopías sociales, y descubrir como la búsqueda racional y
coherente de los medios más apropiados para aproximarse a su
realización nos orientan hacia la actividad solidaria y creativa,
autónoma, autogestionada y asociativa, a nivel de procesos
organizativos propios de la sociedad civil.
Así,
por distintos caminos de análisis y de reflexión es posible
encontrar fundamentos complementarios a un
nuevo sistema de acción transformadora que actúe desde el sector
inferior-izquierdo del gráfico posicional.
Pero no es posible entrar aquí en ninguno de esos caminos de
análisis y reflexión, que pueden adquirir validez solamente si son
seguidos con mucho más rigor y profundidad de lo que es posible
alcanzar en los límites de una ponencia en un seminario.
De
paso, es conveniente advertir que el proceso intelectual y político
por el cual se acceda a una definida ubicación en el sector será
muy diverso dependiendo del punto de partida en que se origina el
desplazamiento; por distintos caminos, lo importante será llegar
efectivamente al sector, y asentarse establemente y con sólidos
fundamentos en el mismo. Los resultados serán de todas maneras
parcialmente distintos: habrá pluralismo y complementariedad entre
posiciones afines, que se podrán dinamizar y enriquecer
recíprocamente, en una lógica de diferenciación y composición
pluralista que es propia y característica de la sociedad civil, que
no se pone las exigencias de homogeneidad, unidad monolítica y
disciplina que son tan valoradas según la racionalidad propia de la
sociedad política.
Si
el origen del desplazamiento es el sector superior izquierdo, es
probable que el movimiento ideológico-político a que dé lugar
asuma las connotaciones de una especie de socialismo autogestionario,
democrático y autonomista. Si el punto de partida está en el sector
inferior derecho, el movimiento puede asumir las connotaciones
propias de una suerte de liberalismo de izquierda o popular. Si el
movimiento proviene de posiciones centristas, puede asumir las
connotaciones de un cooperativismo renovado o de un proyecto
comunitario con énfasis en los sectores populares, en la
descentralización y en las autonomías locales. Aquellos movimientos
que se originan desde el comienzo en el propio sector
inferior-izquierdo, tenderán a enfatizar las connotaciones
autonomistas y alternativas de su proyecto particular.
Cualquiera
sea el origen y el movimiento que se siga, habrá entre todos ellos
un proceso de convergencia que conlleva una recíproca valoración de
los elementos que cada uno rescate de su propia posición inicial y
que deberá aportar a la configuración del nuevo sector: a ello se
sumará el reconocimiento de los valores y elementos de validez
universal que serán aportados por cada uno de los demás componentes
que forman parte del sector.
De
parte de los sectores socialistas, el proceso implicará una
valoración y reconocimiento de la sociedad civil y de su legítima
autonomía, de los valores de la libertad individual y de su
articulación práctica en un sistema competitivo y eficiente de
asignación de recursos, de distribución de ingresos proporcional a
los aportes efectuados al beneficio general (con las necesarias
correcciones fundadas en la solidaridad y la búsqueda del bien
común), de libertad de pensamiento y expresión tanto a nivel
ideológico como científico, religioso, artístico, etc.; más en
general, una valoración de aquella parte de los contenidos del
proyecto democrático-liberal que tienen un valor universal. Deberán
descubrir que el propio ideal socialista no puede materializarse sin
una efectiva democracia económica y política.
De
parte de los sectores liberales, a su vez, el proceso implicará una
valoración y reconocimiento de aquellos contenidos de valor
universal que han sido aportados por la cultura socialista y de
izquierda; en particular, pensamos por ejemplo en la lucha por la
liberación de los sectores populares oprimidos, en los valores de la
socialización de la economía, la política y la cultura como
contrapeso al individualismo economicista, la primacía del trabajo
sobre el capital, y en consecuencia la reversión de los procesos de
subordinación y explotación del trabajo por el capital. Deberán
descubrir, entre otras cosas, que el propio ideal democrático no
puede realizarse históricamente mientras la propiedad se encuentre
concentrada en pocas manos, y el poder económico se halle
monopolizado por sólo algunos segmentos de la sociedad civil.
Los
sectores que provengan de posiciones centrales, junto con acentuar su
parcial valoración de la libertad individual y de las exigencias de
socialización implicadas en todo proyecto de justicia social, podrán
aportar aquellos elementos de autogestión y cooperativismo que
suelen postular en posiciones sin embargo subordinadas, que podrán
ser consistentemente renovados en la medida que se los impregne de un
mayor convencimiento respecto de sus exigencias de autonomía y de un
más definido contenido popular.
Pero
no se trata de hacer en cada caso una combinación híbrida de
elementos culturales, teóricos y políticos provenientes de
distintas tradiciones, sino de alcanzar –vuelvo a decir, en cada
caso- una
articulación coherente de elementos asumidos y valorizados en los
términos de la propia cultura e historia particular,
lo cual implica su reelaboración intelectual autónoma y nueva, en
busca de una coherencia y racionalidad superior a las actualmente
postuladas por cada uno. Por cierto, ello es una tarea intelectual de
largo aliento, que en una exposición como ésta no puede sino ser
enunciada, e incluso eso de manera bastante elemental y esquemática.
4. En términos puramente indicativos, y a manera de conclusión, quizás sea útil sugerir para la discusión algunas ideas generales que se presentan como constitutivas de este nuevo espacio teórico-político y de su crecimiento.
Un
primer elemento es la necesidad de una enérgica recuperación del
tema de la libertad y del valor del individuo. Si la democracia ha
experimentado crisis, no ha sido por un exceso de libertades
individuales sino por restricciones e insuficiencias de ellas.
Naturalmente, el problema de la libertad individual y de la libertad
económica no se plantea en los términos en que lo abordó el
liberalismo. Hoy la afirmación de las libertades individuales debe
hacer frente al problema de la burocracia, de la masificación, de
medios de comunicación que actúan de manera avasalladora de la
conciencia e incluso a niveles subconscientes, a la explotación del
trabajo y a la exclusión de vastos sectores respecto del mercado; el
desafío principal consiste en extender las libertades principales
hacia sectores sociales que nunca las conocieron, y en desarrollar
individuos en que por sobre el espíritu de competencia se erija una
conciencia solidaria.
En
estrecha vinculación con lo anterior, se presenta la necesidad del
desarrollo de una economía popular, basada en los valores de la
solidaridad y la cooperación, no articulada en torno al capital sino
al trabajo y la creatividad social, tal que permita a los sectores
populares superar conjuntamente la alienación, la exclusión y la
heteronomía, mediante la progresiva ampliación de los espacios en
que los hombres conquistan de nuevo el control perdido sobre los
medios y condiciones de vida.
El
análisis de las sucesivas transformaciones y crisis del Estado
democrático moderno evidencia que un problema de fondo que debe
resolverse radica en la conformación no-democrática del mercado,
sea en cuanto el predominio del capital ha impedido la
universalización de las libertades económicas y políticas y
llevado a la masificación de grandes sectores sociales, como en
cuanto que el poder público ha ampliado su esfera de acción
limitando las potencialidades de la creatividad popular e induciendo
comportamientos predominantemente reivindicativos. Condición de un
Estado democrático parece ser la conformación democrática del
mercado, de modo que un proceso de democratización política debe ir
acompañado, y en cierto modo precedido, de un proceso de
democratización económica. Las experiencias cooperativas y
autogestionarias demuestran que el funcionamiento de un mercado libre
no-capitalista es posible, y señalan una dirección de búsqueda.
Otro
elemento que se asocia coherentemente a los anteriormente
mencionados, es la necesidad de estructurar una estrategia
alternativa para un desarrollo alternativo. Ello implica incluso
pensar el concepto de desarrollo de un modo distinto al tradicional:
comprender que el desarrollo no es industrialización y gigantismo
sino calidad de vida y dimensiones humanas; disociar el desarrollo de
la simple acumulación de capital, y comprenderlo más profundamente
como incremento del saber práctico; comprender que los artífices
principales del desarrollo no son los industriales y los burócratas,
sino los científicos y técnicos, las fuerzas del trabajo y los
sectores populares.
Todos
los elementos mencionados apuntan en la dirección de afirmar la
autonomía de la sociedad civil respecto a la sociedad política.
Pero esto no consiste solamente en la definición y promulgación de
normas jurídicas y constitucionales que las garanticen; la autonomía
de la sociedad civil no es una concesión de la sociedad política o
del Estado, no se construye en la política sino en la misma sociedad
civil, mediante su propio despliegue autónomo. Se trata, entonces,
de transformar la sociedad civil sobre nuevos principios y bases,
creando en el seno de la actual raquítica sociedad civil una
sociedad civil nueva, abriendo y ensanchando espacios de autonomía
económica, política y cultural no sólo para los individuos, sino
también para las comunidades y grupos organizados de base e
intermedios.
Requisito
de la autonomía de la sociedad civil en las condiciones actuales, o
lo que es lo mismo, de la existencia y desarrollo de nuevos espacios
de iniciativa económica, política y cultural independientes, son la
reducción del tamaño del Estado y la contención del poder
político. Pero la reducción del tamaño del Estado y de sus
funciones no necesariamente debe significar una reducción de la
dimensión social de la vida humana. El Estado no es la única
instancia de lo que es común a los hombres; por el contrario, dadas
sus dimensiones macrosociales presenta peligros de burocratización
de las relaciones y hace difícil en tal nivel la participación
efectiva de las personas y grupos. Junto con la reducción del Estado
y la afirmación de las libertades, será preciso postular y
desplegar prácticamente nuevas formas de organización social, de
participación y de solidaridad.
Parece
claro, en todo caso, que debe irse hacia una superación de la
estadolatría (como la llamó A. Gramsci) que ha caracterizado el
pensamiento de la mayoría de los intelectuales y dirigentes
políticos del siglo XX, y cuya fascinación también nosotros hemos
vivido. Las soluciones que se han propuesto desde las primeras
décadas del siglo para hacer frente a las distintas manifestaciones
de la escisión entre sociedad civil y sociedad política han estado,
en efecto, dominadas por la tendencia a la absorción de la sociedad
civil en la sociedad política, con la consiguiente hipertrofia del
Estado y de las burocracias y de la sobrepolitización de las
actividades humanas.
La
construcción de una nueva sociedad “a escala humana”, de una
sociedad democrática en lo económico, lo político y lo cultural,
parece requerir un proceso inverso, de progresiva reabsorción de la
sociedad política en la sociedad civil; un proceso a través del
cual los individuos y las organizaciones de base e intermedias
reasuman actividades, derechos y decisiones que se han concentrado en
el Estado, burocratizado y excesivamente politizado. Tal proceso, sin
embargo, no implica una despolitización de las personas y de las
asociaciones sino más bien lo que podríamos llamar una
“socialización de la política”: el término de la concentración
del poder y la construcción de nuevas relaciones entre dirigentes y
dirigidos, a partir de estos últimos.
Luis Razeto
Luis Razeto